Javier Moro es un reconocido autor de best sellers como Pasión de Indias, El sari rojo -en el que narra la historia de una italiana pobre que, después de casarse con el indio Rajiv Gandhi, se convirtió, con el nombre de Sonia Gandhi, en una de las mujeres más poderosas del mundo- y El imperio eres tú (premio Planeta 2011), sobre los desasosiegos de Pedro I como emperador de Brasil, cuando la corte de Lisboa decidió instalarse en Río de Janeiro. Diez años antes, Moro había escrito en colaboración con su tío, el escritor francés Dominique Lapierre, Era medianoche en Bhopal, que retrata una de las catástrofes industriales más monumentales, producida por el escape de 42 toneladas de cianuro de una fábrica multinacional.
Hace unas semanas llegó por primera vez a Montevideo -“conocerla se había vuelto mi obsesión”, admitió- para presentar su última novela, A flor de piel, que recrea la mayor gesta sanitaria de la historia: una embarcación partió de Galicia en 1803 con dos médicos, una enfermera y 22 niños huérfanos, encargados de llevar la vacuna de la viruela recién descubierta a todos los rincones del imperio español (los niños fueron llevados para que la vacuna se conservara pasándosela de uno a otro). Isabel Zendal, una de las primeras enfermeras de la historia, fue la clave de esta aventura “que cayó injustamente en el olvido”.
A flor de piel presenta muchas paradojas: la solución a un mal tan terrible como la viruela llegó de la mano de los colonizadores, y el hecho de que esa “enorme hazaña humanitaria” haya descansado sobre los hombros del sector más vulnerable y frágil de la sociedad, los niños huérfanos, “me emocionó desde un principio”, explica Moro.
Cuenta que descubrió esa historia “de casualidad”, en una conversación sobre las expediciones científicas españolas con la directora del Jardín Botánico de Madrid. “Cuando me enteré de lo de los niños me pareció disparatado, pero también llama la atención que el rey haya secundado esa locura. Era una quijotada del tipo ‘vamos a salvar el mundo’. Lo increíble es que, en parte, lo lograron. Se calcula que el paso de la expedición determinó la inmunización directa o indirecta de unas 500.000 personas, una cifra muy grande para la época: llegaron a Filipinas y vacunaron desde Texas hasta Argentina. Al hacerlo, plantaron la semilla de lo que luego serían servicios nacionales de sanidad pública, ya que para vacunar se necesita estar organizado y que el registro de los nacimientos se sistematice. Fueron geniales: además del modo en que trajeron la vacuna, el doctor Balmis [uno de los médicos de la expedición] encontró un sistema para formar gente en un corto período de tiempo. Pero también se peleaban mucho: Balmis era imposible, amaba a la humanidad pero detestaba al que tenía al lado. Era muy exigente, autoritario, demandante, irascible, ególatra. Él lo hacía por la humanidad, pero también por su gloria. Al final, logró lo que se propuso, pero eclipsó totalmente a Salvany [el otro médico]”, dijo. Antes que Salvany o Balmis, Isabel Zendal era la figura fundamental: sin niños, la expedición habría fracasado, y ella se convirtió en la columna vertebral de la historia.
Otra de las paradojas relacionadas con la expedición fue que mostró el lado humano y caritativo de Carlos IV. En cuanto a esto, el autor explica: “Nadie es completamente malo o bueno. Fue un rey nefasto en muchos aspectos -porque era blando, porque Napoleón lo engañó-, pero, por otro lado, sin él esto no se habría hecho, y fue él quien insistió muchísimo para que se lograra. También es cierto que el problema de la viruela lo afectaba directamente, porque su familia había estado enferma -la hija se había quedado ciega y su tío había muerto-; la viruela había acabado con los Salzburgo, y podía suceder lo mismo con los Borbones. Era una cuestión de supervivencia y también de política. No todo era humanitario”.
Varias de las protagonistas de las obras de Moro están lejos de sus países de origen: es el caso de Anita Delgado, la bailarina andaluza que a los 17 años se convirtió en princesa de Kapurthala, una pequeña ciudad del norte de India, así como de Sonia y de Isabel. ¿Le interesa el extrañamiento de la mirada extranjera? El escritor dice que lo que le interesa es el contraste, la adaptación cultural. “Anita es una española que se debió adaptar a vivir en India; Sonia, una italiana que debió adaptarse al mundo de la alta política, que no le gustaba nada, y acabó siendo la mujer más poderosa de uno de los países más poblados de la Tierra, para lo que debió metamorfosearse en una mujer india. Ése es el proceso que me interesa. En A flor de piel es más el proceso de maduración de Isabel: cómo pasa de ser una niña ignorante a una mujer que logra poner a todos en su sitio. La transformación de un personaje es lo más difícil de crear en un drama, porque ésa es su ciencia misma. En las situaciones que enfrenta el personaje va creciendo, y ése es mi interés”, explica.