“Mi nombre es Masashi Kishimoto, y estoy encantado de verlos”, le dijo a su público. Los otakus (fanáticos del manga) llenaron un auditorio para 2.000 personas -no es disparatado aventurar que en Uruguay o Argentina tendría un público similar- y lo recibieron con los vítores propios de una estrella de rock. A pesar de haber creado un personaje que protagonizó 72 libros de historietas (que según su editor estadounidense han vendido 220 millones de copias en el mundo), más de 600 capítulos de animé, diez películas, más de 15 videojuegos, 16 novelas y un juego de cartas, Kishimoto actúa como una persona increíblemente humilde. Al menos, eso expresó con su lenguaje corporal durante su conferencia en la Comicon de Nueva York, un encuentro de aficionados que se realiza desde 2006 y al que han llegado a asistir más de 150.000 personas. “Nunca me imaginé todo esto; de hecho, creí que Naruto iba a ser cancelado a la décima semana de su publicación, cosa que pasa con frecuencia en la revista Shonen Jump”, dijo.
La reacción del público no era para menos, ya que los mangakas, en especial los que llegan a tener fama mundial, rara vez salen de Japón. Katsuhiro Otomo, creador del emblemático manga Akira, estuvo en enero en el festival de historietas de Angoulême, Francia, y fue toda una excepción. Akira Toriyama, creador de Dragon Ball; Osamu Tezuka, el de Astroboy; Naoko Takeuchi, de Sailor Moon; y Masami Kurumada, creador de Caballeros del Zodíaco, son otros casos similares. Para este viaje a Estados Unidos, Kishimoto fue acompañado por una comitiva de seis personas.
La vida de reclusión los convierte en leyendas también en su país; literalmente, viven trabajando. En algunos casos extremos, los editores conviven con los mangakas para lograr mayor fluidez y productividad en el trabajo. Los mangas suelen publicarse con frecuencia semanal, con decenas de páginas en cada ocasión, y debido a la altísima exigencia de la industria editorial japonesa, los autores suelen tener un promedio de tres asistentes, y es común que se limiten a bocetar o a dibujar solamente las caras y cuerpos de los protagonistas. Aunque el trabajo de asistente puede ser la puerta de entrada a la industria para futuros mangakas, generalmente es anónimo. A veces, los asistentes se especializan; de este modo, por ejemplo, Go Nagai, creador de Mazinger Z, contrató a un experto en dibujar helicópteros y vehículos militares. Otros emplean a gente especializada en dibujar arquitectura, animales u objetos históricos, entre muchas otras cosas.
Kishimoto comenzó su carrera directamente como autor, en 1995, con un manga llamado Karakuri (Mecanismo), que duró muy poco. Rehízo aquella serie para la revista juvenil Shonen Jump en 1998, pero fracasó una vez más y quiso probar suerte haciendo manga para adultos. Su editor lo convenció de que hiciera otro intento con un manga para niños y jóvenes (la palabra “shonen” alude a ese público), y así se decidió a dibujar de nuevo una vieja historia que había creado a los 19 años: Naruto.
Ese manga, como todos sus subproductos, es protagonizado por un ninja adolescente que busca ser reconocido y convertirse en el siguiente hokage (el ninja más fuerte) de su pueblo. Naruto es hijo del anterior hokage y encierra en su alma el espíritu de un zorro llamado Nueve Colas. Cuando crece, el joven es asignado a distintas tareas y desafíos junto con su amigo y rival Sasuke y con una chica llamada Haruno, de la que está enamorado. Las tensiones entre Naruto y Sasuke marcan uno de los ejes dramáticos de la historia desde el primer capítulo hasta el último.
“El final estuvo siempre en mi cabeza. Hace muchos años que tengo la idea de que Naruto y Sasuke cantarían la canción de la reconciliación en el Valle de los Finales, junto a las estatuas del primer hokage y de Madara [otro de los personajes, cuyo papel sería largo explicar]. Tenía las imágenes en mi cabeza. Mentiría si dijera que no hubo presión de parte de la dirección de la editorial, pero yo quería que la historia llegara a su final”, dijo Kishimoto.
Aunque parezca lógico que una historia termine después de cientos de capítulos, no todo el mundo piensa igual. La industria del entretenimiento, tanto en Oriente como en Occidente, necesita máquinas de cosechar dinero; por eso le propusieron a Kishimoto una película más. Como le dieron la oportunidad de escribir el guion, decidió concebirla como punto de partida de una nueva etapa, y por eso los protagonistas son los hijos de los personajes de Naruto, que lidian con sus propios problemas. El éxito comercial que tuvo el film en cuestión de días y lo que ya ha trascendido de él dan la pauta de que habrá más Naruto e hijos en el futuro, aunque Kishimoto diga que quiso cerrar la historia.
Es que el personaje prendió de inmediato desde que se publicaron sus primeras diez páginas, en setiembre de 1999. “Creo que empecé a notar el impacto que tenía el manga fuera de Japón cuando mi primer editor, el señor Yahagi, me trajo un montón de cartas de lectores entre las que había caracteres y palabras que no podía leer. Soy japonés y sólo conozco mi idioma, así que cualquier otro lenguaje me suena a griego. Así me di cuenta de que había fans que no vivían en Japón. Hace pocos años, empecé a ver imágenes y videos de cosplayers (fans disfrazados) de todo el mundo, con lo que pude darme cuenta del grado de pasión que tienen y también de lo que podés expresar con tu trabajo”, contó el mangaka.
Una de las cosas que hacen que los autores de manga sean personas a las que es difícil ver fuera de su país es, justamente, el idioma. Abundan las historias sobre editores occidentales que enviaron correos electrónicos y faxes durante meses a los autores japoneses sin conseguir respuesta, a pesar de estar publicando sus obras con gran éxito. Es que, por lo general, no hablan otro idioma, aparte de que muchos prefieren el trato personal, y por eso editores y agentes occidentales deben viajar a Japón para solucionar cualquier asunto cara a cara.
“Hubo un tiempo en que me devanaba los sesos tratando de encontrarles sentido a todas las cartas extranjeras que recibía. Pero me rendí y resolví asumir que eran todas positivas. Luego, ver las fotos de los cosplayers me hizo darme cuenta de qué clase de impacto tenía mi trabajo. Ahora lo constato en persona, al verlos”, le dijo Kishimoto al público neoyorquino, con la intermediación de su traductora.
El intenso ritmo de trabajo es otro de los motivos por los que los mangakas prefieren no viajar demasiado. “Yo diría que mi vida se hizo un poco más sencilla cuando terminé de dibujar Naruto. Por otra parte, cuando todavía estaba dibujando el último capítulo, me dijeron que tendría que hacer el guion para la nueva película. Fue la primera vez que hice solo esa tarea, y hace muy poco que pude empezar a relajarme un poquito y pasar más tiempo con mis hijos”, contó Kishimoto.
Una excepción occidental en Japón
Entre los más de 200 artistas que tenían un puesto propio en la Comicon de Nueva York estaba Felipe Smith, un argentino nacido en Estados Unidos, cuyo padre es jamaiquino. Es uno de los pocos occidentales que lograron publicar un manga de su autoría en Japón, después de ganar un concurso. Luego ganó otro concurso, cuyo premio era viajar a Japón, se afincó allí y consiguió un contrato de trabajo con una editorial para publicar su propia obra.
“Quien quiera hacer esto tiene que saber que va a estar trabajando casi todo el tiempo”, dijo en una entrevista. “Trabajé en mi serie durante un año y medio, y en promedio dibujaba durante 12 o 15 horas por día, incluso los fines de semana. Suena como una locura, pero para el dibujante japonés es común. Es la manera de trabajar en Japón, en especial en la industria del cómic. He tenido reuniones que empezaron a las dos de la mañana, porque los editores están trabajando a esa hora”, señaló.