Un descuido de quien escribió el texto de la contratapa plantea un problema de La partida, novela de Andrea di Candia que ganó en 2014 el segundo premio en la categoría narrativa inédita del Ministerio de Educación y Cultura, y este año el Bartolomé Hidalgo al libro revelación. El texto en cuestión dice: “Mientras espera la muerte de su abuelo, la autora de La partida reconstruye […] toda una saga familiar”, y si bien la forma narrativa de la obra hace pensar en su carácter autobiográfico, y se trata de una novela íntima, personalísima, de ninguna manera (ni siquiera en un diario íntimo o una autobiografía propiamente dicha) autor y narrador son equivalentes. Señalar la existencia del problema no es en absoluto una crítica negativa. Muy al contrario, el entramado textual que logra Di Candia es tan rico que propicia un dislocamiento en la voz de la narradora, superpuesta a otras en el afán de construir una verdad que se revela esquiva y fragmentaria.
La partida tiene su eje en una muerte y en una familia. Hay una superposición de voces que propone indagar en los abismos de la vida y de la memoria. Di Candia construye, con una prosa muy trabajada, de un acusado lirismo (que, sin embargo, a veces abusa de construcciones y lugares comunes de la poesía), una sutil trama que superpone tiempos y aúna, en las palabras de una narradora en primera persona, los recuerdos y los trabajos de una familia.
Como gran parte de nuestras historias, la de la narradora comienza en Italia, en Nápoles. De allí vinieron sus bisabuelos, padres de ese abuelo que, en el presente de la novela, ha decidido darse a la muerte. La fantasmagórica presencia de difusos tatarabuelos italianos, de bisabuelos que huyen en el amor, de tías abuelas solitarias, un poco locas, enamoradas o distantes, está siempre marcada por el discurso en tiempos que alternan presente y pretérito: la vida de una joven estudiante a fines de la dictadura y la de aquella pareja de enamorados que llega con apenas un dedal y unas tijeras al Uruguay de hace 100 años; la de un abuelo que muere y una abuela que decide no darse por enterada, y la de una tía abuela pintora encerrada en su cuartito de artista. Uno de los grandes logros de Di Candia es lograr esa simultaneidad de voces, esta superposición de tiempos en el plano textual, desde la sintaxis misma. Allí está la auténtica muestra de control y de manejo lúcido y certero del lenguaje que despliega párrafo a párrafo la autora (ahora sí) en su primera novela. Allí está la clave de su solvencia y su fuerza.
Plasmar en menos de 150 páginas la historia de una familia y también de un país en construcción, a partir de una situación absolutamente doméstica, no es imposible pero tampoco común. Éste es el mayor logro de Di Candia, y no es poco. En el conglomerado de imágenes perdurables, de rasgos y pasajes que recuerdan la delicada prosa de Silvina Ocampo y que juegan con las fuentes más diversas (un aria cantada por Enrico Caruso, un fragmento de una revista de actualidades o las ilustraciones de Gustave Doré para El Quijote), construye un texto vivo y fluctuante que no escatima en imágenes impactantes: una muñeca horrorosa que se vuelve símbolo de una relación, un sueño digno de Franz Kafka o de Lewis Carroll, los turbulentos almuerzos en familia.
El dibujo (y es muy interesante la relación que esboza Mario Delgado Aparaín, en el prólogo, entre la prosa de Di Candia y las fulgurantes telas de Petrona Viera) de personas, situaciones, lugares y objetos se hace de forma minuciosa, apoyándose en rasgos que, metonímicamente, pintan a los personajes. Como Gustave Flaubert en la justamente célebre descripción del sombrero de Charles Bovary, Di Candia cifra en pormenores cotidianos, en acciones o cosas, un carácter y un destino. Así, se extiende en un pasaje bellísimo acerca del baño de una de las tías, y ese baño basta para comprenderla; cuenta la peripecia de una victrola y delinea, de una pincelada, el funcionamiento de toda una familia; describe una foto y captura, con nitidez, una vida y una decisión en dos tiempos. Porque La partida es, al fin, un título que engaña. El plural lo arruinaría desde el punto de vista eufónico, pero sería más certero, porque ésta es la historia de muchas muertes, reales y metafóricas. De muchas idas, de un destino que es todo derrotero, todo irse, salir, escapar.
PD: Leyendo el catálogo de libros destinados a representar a Uruguay en las ferias internacionales, veo que se ha traducido el título de esta novela como Crossroads (Encrucijadas), interesante elección que plantea nuevas lecturas. Se cambió, además, el “la autora” de la contraportada por el más adecuado “la protagonista”.