En un país en el que se rescata y promociona cada gota de sangre uruguaya que posea cualquier figura de relevancia mundial, que alguien tan célebre y fundamental para su entorno estadounidense como Martín Sorrondeguy sea prácticamente desconocido entre nosotros debería sorprender. Pero no tanto si se considera que el ámbito en el que se ha destacado es justamente uno empecinado en existir por fuera de los circuitos de promoción mediática del mainstream. Nos referimos al círculo del punk hardcore más radical y politizado.
Nacido en Montevideo y emigrado de niño a Chicago (Illinois), Sorrondeguy se interesó de adolescente en la ascendente escena del hardcore de los años 80, vertiente del punk rock menos melódica y más rápida, juvenil y politizada (en cierto modo, una reacción al regreso al conservadurismo de la administración de Ronald Reagan). Estudiante de fotografía, comenzó a colaborar con la revista Maximum Rocknroll, la biblia del movimiento; adepto a la vertiente straight edge del hardcore (que rechaza el uso de drogas y alcohol), en 1991 formó con otros punks latinos de su barrio de Chicago (llamado “Pilsen”, lo que tiene su ironía para un uruguayo enemigo del alcohol) la banda Los Crudos, considerada seminal en la creación del hardcore latino.
El hardcore -música con escasas y muy escondidas raíces negras- era básicamente un movimiento de varones anglosajones de clase media que cantaban sus canciones antiimperialistas en inglés; la llegada de Los Crudos cambió eso, mediante letras de un fuerte tercermundismo combativo y algo galeanesco, en estricto español (no siempre reconocible por la velocidad con la que detonaban sus temas) y con títulos como “Peleamos”, “Tiempos de la miseria”, “Las madres lloran” o “Cipayos, traidores y vendidos”. En 1998 Los Crudos se separaron cuando eran una de las principales bandas del hardcore estadounidense y sin haberse cruzado ni por error con los circuitos de la música comercial. Sorrondeguy decidió entonces formar un nuevo grupo, no muy distinto en lo musical (también de punk-hardcore tocado a la velocidad de la luz, con vocales berreadas y un sonido de bajo distorsionado que prefiguraban la corriente llamada crust), pero que en lugar de focalizar sus letras en el imperialismo y la identidad latina, las hacía girar sobre los derechos LGBT y la propia asunción sexual de Sorrondeguy. Se llamó Limp Wrist (muñeca blanda) y si Los Crudos habían sido una banda distinta e incómoda en la predominantemente anglosajona escena del punk, ésta no fue menos rompedora en el veladamente homofóbico ambiente del hardcore latino. Ambas son consideradas esenciales dentro del hardcore latino y el queercore, respectivamente, y eso ya justificaría que el nombre de este uruguayo fuera más conocido por sus compatriotas, pero Sorrondeguy también se ha destacado en otra actividad, a la que ha dedicado tanto o más tiempo de su vida: la fotografía y el trabajo con imágenes en general. Este otro lado es el que vino a presentar hace un par de semanas, mediante su libro En busca de algo más.
Desde sus primeros contactos con el mundo del punk, Sorrondeguy se ha dedicado a registrarlo mediante fotografías y documentales. Con su estridencia visual y su sobrecarga histriónica, el género ha atraído a los fotógrafos tanto como las guerras, los desastres naturales y los gatitos de ojos grandes, pero mientras gente como Ray Stevenson, David Godlis o Bob Gruen ha fotografiado al punk estático, posando y desde afuera, Sorrondeguy está completamente metido en el mosh pit, en medio del slam dancing (versión hardcore del pogo) más salvaje, y se vuelve tan parte del concierto como fotógrafo como cuando actúa. Uno ni quiere saber qué les debe de haber pasado a varias de sus cámaras, porque muchas de sus imágenes están sacadas como desde dentro de una centrifugadora de cuerpos jóvenes, disparados en todas direcciones y con los rostros deformados en los márgenes por el gran angular, o simplemente por el esfuerzo convulsivo de esos punks que colisionan entre sí, como autos chocadores que hubieran recibido una sobrecarga eléctrica. Tan sólo ojear En busca de algo más da la sensación de estar sudando, o de poder ligar una panadera involuntaria de alguno de los retratados.
El libro es, en cierta forma, una continuación de su monumental trabajo anterior Get Shot, que recogía 400 imágenes de la escena del hardcore estadounidense, en su mayoría de salas de concierto, pero también retratos de estos personajes de llamativo atuendo en ámbitos más domésticos o junto a sus familiares (una idea que luego fue imitada profusamente). El también extenso En busca de algo más vuelve a registrar en su mayor parte conciertos punk, en Estados Unidos y otros países (incluyendo a Uruguay), pero pese al entusiasmo que derrochan las fotografías, el tono general es menos efusivo. Tal vez sea una impresión subjetiva, pero los músicos de En busca de algo más parecen, más que ser parte de una explosión, sobrevivientes de ella, intentando mostrar que lo son con una entrega vital y furiosa.
La tapa, de diagramación rústica que recuerda a la estética fotocopiada de los fanzines hardcore, y que contrasta con la delicada impresión satinada de las fotos (casi todas en blanco y negro), es de la más absoluta sencillez, y los pies de foto no aportan información contextual o biográfica sobre las figuras retratadas, lo que era tal vez irrelevante en los libros de Peterson, poblados de personajes famosos, pero resulta más hermético cuando se trata de formaciones oscuras incluso para algunos cultores del género, que pueden encontrarse por primera vez con nombres como Smart Cops, Black Boot, Murderer o Neon Piss. Pero esto refuerza una lectura de este libro como ilustración de un clima. Un montón de cabezas rapadas, con dreadlocks o crestas mohicanas que se confunden entre sí en un continuo dinámico, mucho más alegre que brutal (pese a la ferocidad de los gestos), pero impregnado también de una suave melancolía anacrónica, de cierto espíritu de dinosaurios disidentes en el fin de sus tiempos. Algo que tal vez ilustra mejor que nada la decadencia dental de uno de los integrantes de Zyanose, registrada por dos fotos separadas en el tiempo; pero sobre todo algunas de las imágenes no relacionadas con el rock que se intercalan, con vistas mínimas de bahías, árboles nevados, parafernalia tanguera y algunas tomas de Montevideo, cuyo destaque muestra que Sorrondeguy no ha olvidado su patria de origen (que, por lo que se puede adivinar en estas imágenes de casas abandonadas y de la ruinosa estación de AFE, le resulta mucho más mortecina que esas salas punks en las que los jóvenes aún se las arreglan para saltar y volar al compás de una música que comienza a olvidarse).
Hay algunas copias del libro a la venta en Bluzz Bar, y se puede tener una buena idea de la calidad de su trabajo en http://www.martinsorrondeguy.com.