El viernes 13 y el sábado 14, con motivo del Festival Internacional de Literatura Infantil y Juvenil (Filbita), que recaló este año por primera vez en Montevideo, se desarrollaron numerosas actividades, dedicadas tanto a docentes y mediadores de lectura como a los niños. A los exponentes nacionales de ese sector se sumaron unos cuantos visitantes: entre otros, el escritor argentino Miguel Vitagliano, la ilustradora colombiana Claudia Rueda y el escritor e ilustrador francés Philippe Lechermeier. Una de las invitadas fue Julieta Pinasco, egresada de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, docente de lengua y literatura en secundaria, autora y una voz destacada, referente en el ámbito de la literatura para niños y adolescentes y de su enseñanza. “El camino me eligió, no sé si lo elegí”, apuntó para dar cuenta de su particular perfil profesional cuando la diaria conversó con ella, tomando como punto de partida el diálogo “Qué leen los docentes dentro y fuera del aula”, en el que Pinasco participó junto con la escritora uruguaya Malí Guzmán.
-Existe una preocupación, o por lo menos un discurso de preocupación, en torno a lo que leen o, más bien, lo que no leen los niños y adolescentes. ¿Cuál es tu impresión al respecto?
-Creo que hay que hacer una distinción: una cosa es lo que se lee en la escuela y otra lo que se lee fuera de ese ámbito. La escuela es una puesta en escena de una práctica de lectura; por más que vos les ofrezcas, en una mesa, un montón de libros, se trata de libros que elegiste vos, los chicos no eligen libremente. Y aunque eligieran entre los libros que están en la biblioteca, son los que la escuela decidió comprar. Esto hace un recorte, y hace también un recorte de la manera de leer. No se lee igual en casa o en el parque que en la escuela. Lo que puede suceder es que si el alumno tiene un docente piola, inteligente, que sabe engancharlo, de ahí saque una experiencia de lectura.
Hay muchos chicos a los que hay que obligar a leer, y a mí me parece bien que se los obligue, porque su único contacto con la lectura va a ser en la escuela. Entonces, en la escuela se lee; te guste o no te guste, tengas ganas o no. Así como se hacen ejercicios de matemáticas, en la escuela se lee. Yo me cuestiono bastante el asunto del placer, porque es algo que se nos exige solamente a los profesores de lengua y literatura; nadie se plantea que el profesor de historia tiene que transmitir placer, o que el chico tiene que sentir placer cuando hace una regla de tres inversa.
-Hay diagnósticos que señalan grandes dificultades en la lectoescritura, tanto a nivel macro como micro: es un comentario frecuente, por ejemplo, de las maestras sobre el trabajo en el aula. ¿Qué papel está llamada a jugar la literatura en relación con la escritura?
-Creo que en nuestras sociedades cada vez se escribe y se lee más; yo pertenezco a una generación en la que por teléfono se hablaba, no se intercambiaban mensajes. La escuela está en un momento bisagra, en el que tiene que hacer algo para cambiar, porque estos chicos no son los de antes, y la escuela en general sigue enseñando con métodos arcaicos. Hay muchas contradicciones. Los chicos tienen enormes dificultades de comprensión y enormes dificultades para escribir: como hacen una comprensión lineal, se paran en una palabra y no pueden seguir leyendo, no pueden reponer lo que el texto literario no da. Pero ¿cómo le pedís a un docente que tiene 40 pibes que corrija en forma particular y mientras los chicos van escribiendo? Es imposible que se lleve los textos y los corrija, se los devuelva a los chicos y éstos vuelvan a escribirlos, y que eso se repita tres o cuatro veces. El problema educativo en nuestras sociedades es serio...
Más allá de que en Argentina en estos últimos años se destinaron muchísimos recursos a la educación, la federalización ha marcado diferencias muy importantes en las distintas provincias, los distintos lugares, en un territorio que es tan enorme y tan diverso. Los chicos tienen grandes dificultades que hay que trabajar. Considero que tienen que producir pequeños textos, que es mucho más fácil abordar lo micro que la cosa enorme. Además, que se haya dejado de impartir el aprendizaje gramatical es una pérdida: hay un montón de herramientas que ofrece la gramática y que en muchos programas han desaparecido. Son herramientas de escritura. Habría que hacer la vuelta al revés de la educación...
-Es muy interesante lo que se ha hecho en el marco del Plan Nacional de Lectura en Argentina.
-Ese tipo de cosas es realmente emocionante. Cuando vas al sur o al norte del país, a esos pueblitos realmente perdidos en la nada, en la inmensidad de lo que es el territorio nacional, y ves a los pibes con las computadoras, con libros... El proceso de licitación y escritura de los libros ha sido de los más limpios: las editoriales involucradas tienen veedores, se eligen las obras y se le da una lista a cada provincia para que elija las que son más acordes a su realidad. En los últimos años se entregaron nueve millones de libros de literatura, y ves las fotos de los imprenteros, de los que escribieron, de los correctores... Es impresionante lo que ha significado eso para el mercado editorial; no para los grandes pulpos, porque ni Random ni Santillana necesitan eso, pero las pequeñas editoriales que entran en las licitaciones y hacen libros maravillosos sí lo necesitan.
La literatura para niños en Argentina es muy importante. Por un lado tenés los grandes grupos editoriales, que publican mucho. Y después todo este reverdecer, el florecimiento de nuevas editoriales. Algunas con producciones bellísimas, como Calibroscopio y El Libro de Arena, y otras con libros más estandarizados; entre todas abren un espectro en cuya supervivencia estas compras del Estado han tenido incidencia directa. Habrá que ver qué pasa a nivel político; se abre un panorama incierto, inciertamente triste...
-El diálogo en el que vas a participar se titula “Qué leen los docentes fuera y dentro del aula”. ¿Hay en esa pregunta una clave en torno al fomento de la lectura?
-Algo de lo que voy a hablar es de qué manera los docentes elegimos nuestras lecturas y las lecturas de los chicos, y cómo muchas veces los docentes de literatura no leen, porque el horario escolar los va tragando. La verdad es que no sé por qué un chico se hace lector; no podría responder a esa pregunta. Siempre pongo el mismo ejemplo: tengo dos hermanos menores, uno vive acá en Uruguay y el otro en Francia. Los tres salimos de la misma casa, tuvimos a disposición la misma biblioteca, los mismos padres lectores y la misma ansia cultural que circulaba por la casa. Sin embargo, yo soy quien soy, mi hermano el que vive en Uruguay no lee ni los chistes del diario, y el que vive en Francia leyó mientras vivió en Argentina y yo le daba para leer, pero después dejó de hacerlo.
En el ámbito escolar es fundamental lo que uno, como docente, lee para formación y para deleite personal, porque la lectura tiene una cosa de contagio: cuando el pibe siente que el que está al frente en el aula pone en escena cierta pasión, si tiene un enganche respetuoso y está identificado con ese docente empieza a preguntarse “¿qué le encuentra este tipo a la lectura?”. Se produce algo. Pero por qué se produce y qué lugar puede ocupar la lectura en el chico es algo que no puedo precisar. En ese sentido, creo que es necesario redefinir el rol de los docentes en los tiempos que corren, con estos chicos que son distintos: hay que tener en cuenta que el sujeto educativo es otro. Hay que pensar otras estrategias.
Si un educador del siglo XIX entrara al aula no se sorprendería de nada, porque sigue funcionando exactamente igual. Pero los chicos no son los mismos; pretender que un chico se quede sentado dos horas es una quimera. A veces es difícil desarticular a los docentes para que los conocimientos circulen de otra manera. Hay un gran temor a perder el lugar del que está en el frente y enseña, hay un gran temor a pasarles la posta a los chicos y hacer un trabajo más participativo. El año pasado, a partir de todo lo que leímos, los chicos produjeron una revista literaria; fue otro tipo de aprendizaje, muy fructífero, en el que se involucraron muchísimo. En cada bimestre le tocaba editar a uno de los cuatro séptimos, y no sabés la atención que ponían en la escritura los que no editaban, porque dejábamos de corregir nosotros y pasaban a corregir sus pares; una cosa es que venga con la lapicera el docente, que es el que está autorizado a corregir, y otra cosa es que lo haga un compañero. Creo que sería bueno empezar a probar ese tipo de cosas: hay que correr al docente de su lugar. Y a veces no es tan fácil.