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Fernando Cabrera. Foto: Pata Torres (archivo, agosto de 2015)

El baile del año terminó

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Fernando Cabrera, un nuevo disco de versiones y su visión de la música nacional.

“Se pasa el año, se pasa volando; / ya no hay más nadie que pueda alcanzarlo”, cantaba Fernando Cabrera en “La casa de al lado”. Efectivamente, a 2015 le quedan unas pocas horas, pero no importa, porque el tiempo está después. Hace un par de semanas, el sello Ayuí lanzó un disco grabado en vivo en el teatro El Galpón que tiene como protagonista a Cabrera interpretando -junto con Edú Pitufo Lombardo- versiones de canciones de dos íconos de la música vernácula de igual nombre: Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans. El nuevo álbum fue la excusa ideal para terminar el año charlando con Fernando Cabrera.

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-¿Cómo surgió la idea de grabar un disco de versiones de Mateo y Darnauchans?

-No fue idea mía. Mi idea fue hacer el concierto en El Galpón, porque en 2015 cumplía 65 años y me invitaron a hacer algo, junto a distintas celebraciones. Pensé que tanto Mateo como Darnauchans habían tenido diferentes relaciones con El Galpón en distintas épocas; entonces, me pareció que estaba bueno hacer un recital con repertorio de ellos dos. Desde que empecé en la música, por el año 1977 o 1978, antes de conocerlos personalmente, hago alguna canción de ellos dos, como “La mama vieja”, de Mateo; y con mi primer conjunto, MonTRESvideo, hacíamos “El instrumento” y “Final”, justo en el momento en el que el Darno estaba prohibido. Entonces me puse a buscar y a seleccionar temas. Se me ocurrió llamar a Edú Lombardo para que me diera una mano con algunas canciones. Empezamos a ensayar y nos entusiasmamos mucho. Anunciamos el concierto y se agotó enseguida; hubo que hacer una segunda función. Y la gente de Ayuí me dijo: “Che, Fernando, ¿no querés grabar esto?”.

-Al escuchar el disco me dio la sensación de que rompés las canciones -en el buen sentido- y las volvés a armar, de forma que quedan muy diferentes de las originales.

-Tal cual. Es una reconstrucción. Así funciono yo automáticamente cada vez que hago un tema de otro. No me lo tengo que proponer, naturalmente se me van ocurriendo variaciones. No es tan raro eso. No creo que tenga mucha gracia hacer covers fidedignos. Yo vengo de un mundo musical -o de una época- en que eso era lo más natural. Hoy en día no hay arregladores, es un oficio que ya no existe, como el de afilador y esas cosas, pero el arreglador hasta hace pocos años existía, y lo contrataban las discográficas o los canales de televisión. De chico siempre quise ser arreglador. Después no fui porque desapareció el oficio y porque me volqué a la canción. Pero era mi meta cuando tenía 15 o 16 años. Modificar las cosas está en mi ADN; encontrarles otra manera, otra forma de cantarlas, cambiarles el ritmo, la armonía, etcétera. Y siempre lo veo como un homenaje, con sumo respeto.

-Mientras escuchaba tus arreglos de guitarra eléctrica en “Príncipe azul”, recordé tu disco Autoblues, de 1985; en particular, el tema “Rodaje”, que tenía una guitarra más lineal y muy estilo The Police. Parece que se tratase de dos guitarristas distintos.

-Totalmente. Fui haciendo un cambio en la forma de tocar la guitarra sin darme cuenta, le fui dando otro lugar en el acompañamiento de mi música, que se ha visto con más claridad en los últimos años. Antes tocaba de un modo más estándar, y al mismo tiempo con más complejidades que hoy; o sea, más cargado, más barroco, lleno de notas y de acordes. Con el correr de los años fui tocando cada vez más simple, limpiando cosas que estuvieran de más, jugando con el hecho de que el oyente puede armarse en su cabeza el acorde entero si vos le sugerís nada más que una nota en la guitarra y la segunda nota que es la que entona el cantante; con esas dos, el oyente ya se imagina todas las que faltan. Dentro de ese proceso de simplificación, le quise dar a la guitarra una característica más orquestal -aunque parezca contradictorio-: si vos escuchás una orquesta, no sucede que todos los músicos estén tocando de principio a fin sin parar. Traté de llevar eso macro a la guitarra: capaz que toco una línea de bajos, dejo un silencio, paso a hacer una cosa en otro lugar de la guitarra, hago un acorde, y en vez de seguir haciendo un acorde detrás de otro, vuelvo a hacer un bajo solo. En este disco se puede ver eso. Se trata de un viejo tema que hablábamos con mis maestros, Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis: romper con la discursividad, que es tocar parejo a lo largo de todo el tema. Que no sea discursivo, que pueda tener rompimientos y cambios.

-Eso va en contra de la idea de que “cuanto más complejo, mejor”.

-Tal cual. Cuando empecé en la música, yo creía eso. No sé por qué me tragué esa pastilla.

-Hay varios que se la siguen tragando.

-También se puede ser complejo; no quiero decir que no haya que serlo.

-Pero se puede ser complejo y hacer mala música.

-Exacto. Y por último, no sé si la complejidad ayuda. Muchos instrumentos tocando, y todos en un perfil “virtuoso”... La oreja del oyente recibe tanta información, tanta cantidad de notas... Depende de lo que hagas. Mi género es la canción. Ahí están en juego tantas cosas que si vos complejizás el acompañamiento, no sé si es un aporte.

-¿La influencia en tus primeros discos solistas fue The Police?

-No sólo The Police, el rock en general; lo que pasó fue que The Police estaba de moda en esos años y nos influía mucho, pero ya veníamos de The Beatles. Pero te digo la verdad, nos matábamos escuchando a The Police.

-¿Hoy con qué música te matás?

-Con nada. Escucho lo que el azar me depare. Si voy a la casa de alguien, escucho lo que ponga; o prendo la radio. En este momento de mi vida no estoy siguiendo a un artista o a una banda, o poniendo discos en mi casa. No sé si será cansancio o falta de curiosidad. Capaz que no hay cosas que me atraigan tanto como antes. Creo que es un poco un tema biológico: en la juventud pasamos absorbiendo y descubriendo; pasé por esa etapa durante muchas décadas. Hoy no siento esa necesidad de estar al día. O quizá la música no está tan interesante como antes.

-¿Cómo ves el panorama actual de la música nacional?

-Mirá, con todo respeto -y que el lector sepa que mi opinión no vale más que ninguna, que no se tome como ninguna pontificación ni nada-, en el día de hoy veo a la música uruguaya muy pareja, muy similar; los patrones que se usan, las rítmicas, las melodías... Me parece que hay un proceso, en estos últimos tiempos, en el que todo se convirtió en pop; una especie de pop de fogón. Pero todo: el canto popular, el rock, la música tropical, la de cantautor, etcétera. Lo que escucho al azar en la radio: pongo, y ya el sonido es una especie de canción pop. Antes éramos todos distintos, todos planteábamos lenguajes diferentes; y ahora parece que fuera todo la misma banda. Esta reflexión me vino con total claridad hace tres o cuatro meses, cuando estaba en mi casa viendo la entrega de los [premios] Graffiti. Ahí ves todo, porque hay muchas categorías y muestran un cachito de cada una. Pasaron como 300 ejemplos, y todo era pop. ¿Qué pasó en este país? Todo era pop de fogón. Prolijo, muy bien grabado, todo súper profesional, todo suena cada vez más gringo, perfecto, pero son canciones pop. Es como si estuviéramos en el año 66, en la playa, con amigos, los leños, el fuego... ¿Todo es eso en Uruguay ahora, en un país en el que la música era tan rica, tan diferente, y cada disco era una novedad? Hay excepciones, obvio, pero algo pasó. Sé que No Te Va Gustar hace pop, o que Franny Glass -en otra área- hace pop; lo sabíamos todos, pero resulta que ahora son 80 los que hacen eso.

-En la década del 80 tuviste trato con Eduardo Mateo; de hecho, grabaste un disco con él. Hay muchos mitos en torno a su persona; por ejemplo, que casi nadie le daba pelota a su música. ¿Era realmente así?

-Es bueno establecer una cosa, porque hoy en día es muy fácil escuchar en todos lados “Uy, a Mateo la sociedad lo ignoró” o “Uruguay es asesino de sus artistas”. Todo ese discurso que escuchamos siempre, no sólo aplicado a Mateo. Para mí esa forma de expresarse es muy simplista y no refleja la realidad. Es más, a veces me parece un poco hipócrita. O la gente que dice eso lo hace desde cierta ignorancia. Lo concreto es que Mateo hizo una música muy especial, muy rica, por fuera de los cánones, y siempre fue muy original. Era un artista de verdad, tuvo ética artística, eso de “yo hago lo que mi mente creativa me manda”, igual que un pintor, un poeta, etcétera, que hacen lo que sienten que tienen que hacer, y les importa un comino lo que piensen los demás, que es la verdadera ética de un creador. Si hacés eso, no podés esperar que la opinión genérica, el canon, te acepte fácilmente. Eso le pasó a cualquiera que se la haya jugado. Ahí no hay culpa de la sociedad, ni del Estado ni de nada; es una lógica de la vida. Si además ese artista lleva una vida de difícil diálogo con la sociedad, se le hace más difícil. Si no facilitás, no construís puentes, va a ser bravo el diálogo. Le pasó a El Príncipe [Gustavo Pena] y a Darnauchans. Entonces, no le echemos la culpa a la sociedad tan a la ligera. Yo estoy cansado de oír eso: “Uruguay mató a Fulano”. ¿Uruguay lo mató, o él contribuyó un poquito también a matarse? Dejando de lado eso, su obra es una maravilla, es una bendición que haya existido y que haya vivido entre nosotros. Dejó una escuela doble: la musical y también la ética artística, ir a fondo con tu idea sin que te importe nada más, que es la misma enseñanza que nos dejaron [Alfredo] Zitarrosa, Darnauchans, [Daniel] Viglietti, [Ruben] Rada; todos se la jugaron. Por eso me llama la atención esta etapa uruguaya en la que parece todo igual, todo pasteurizado. Capaz que es mundial.

-Hablando de versiones: hace unas semanas, Buenos Muchachos y La Hermana Menor tocaron “Por ejemplo”, del disco Mateo & Cabrera. ¿Cómo te cae que interpreten tu música?

-Es lo más lindo que hay. Porque en mis comienzos y durante unos 20 años más nadie hacía temas míos. A veces me preguntaba “¿qué pasará con mis canciones?”. Y desde hace diez años para acá, mucha gente empezó a hacer canciones mías, acá y en Argentina. Me agarró de sorpresa, pero la felicidad es enorme. No puede haber nada más lindo: que un colega elija una canción tuya para hacer es el mayor homenaje que podés recibir. Me gustan todas las versiones porque me tocan una fibra, me motivan.

-¿Estás trabajando en un disco nuevo?

-Sí, hace tiempo. Va a ser un disco muy mío, muy de guitarras; y, por ahora, sin más músicos, aunque capaz que invito a Edú para alguna cosa. Va a ser parecido a esto [el disco de versiones de Mateo y Darnauchans]. Voy a doblar guitarras y voces, y capaz que pongo algún bajo también. Pero no quiero llamar a otros músicos, quiero hacerlo yo. Tengo muchas canciones nuevas y bastante distintas entre sí, y raras. Va a ser un disco experimental. En los últimos años he trabajado con un equipo muy bueno, una banda que ya está muy consolidada, pero tengo ganas de hacer un disco así, en el estilo -por el procedimiento, no por la música- de Mateo solo bien se lame [1972], y grabar todas las cosas yo.

-En una entrevista dijiste que primero hacés las letras y luego la música. Me parece que eso no es lo más común.

-No es muy común, capaz que otra gente tiene primero la melodía. Tiene que ver con que la mayoría de los que hacen canciones son mas músicos que letristas; o sea, son primero músicos que luego quieren hacer canciones; entonces, van y le ponen a cierta música una letra, quizá sin haberle dedicado al mundo literario la misma inquietud que le dedicaron al musical. Se formaron en la música, estudiaron su instrumento, tomaron clases de armonía, fueron al conservatorio, etcétera, y después componen una canción, pero quizá no hicieron lo mismo con la literatura: no fueron a [la Facultad de] Humanidades ni leyeron muchos libros, y escriben lo primero que se les ocurre: “Me dejó mi novia”, “me fui al Polonio”. Me parece que hay una pequeña renguera en muchos autores de canciones, que no tienen la misma preparación o la misma capacidad para la letra que para la música.

-Por eso se destaca la calidad de las letras de Leonard Cohen, por ejemplo, que primero fue poeta y después empezó a componer canciones.

-Ése es un maestro. Pero si te ponés a analizar a los grandes ejemplos de cantautores -para mí, entre los mejores, [Bob] Dylan, Chico Buarque, [Joan Manuel] Serrat, Atahualpa Yupanqui, Zitarrosa, Violeta Parra-, la calidad de ambas cosas es pareja. Son tremendos músicos y tremendos letristas. Todos esos que te nombré tienen un gran acercamiento a la literatura o a las letras en general. ¿O vos te pensás que a esos maravillosos autores las letras les salían de la nada? Tenían una preparación similar a la musical. Si querés hacer una buena canción, deberías preocuparte por formarte en las dos áreas. Porque la canción es un encastre entre dos mundos, no sólo música con cualquier palabra que se te ocurre. Eso no es una buena canción.

-¿Sos de basarte en historias propias para escribir?

-Sí, y en historias ajenas, cosas que me cuentan o que invento también, que no son propias ni ajenas.

-Tom Waits decía que la mejor parte de la historia en una canción suele ser la que es mentira.

-Ahí está la creatividad, la inventiva. En el terreno de la letra pasan cosas parecidas a lo que ocurre en lo musical, también puede ser muy abstracta, podés combinar cosas y ser medio surrealista.

-Pienso en un tema de tu autoría, “La casa de al lado”, que parece hablar de muchas cosas.

-Exacto. Por momentos es abstracto. Y otras canciones mías también. Es como tú decís: no se sabe de qué habla, va para acá, para allá, pero hay un ejercicio, un juego con las palabras y las ideas.

-Después de más de 30 años, ¿estás seguro de que Joe está acabado?

-No. Porque las características de Joe, que son la tiranía y el despotismo, forman parte de la humanidad. Lamentablemente.

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