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Jazz a la Calle, en Mercedes. Foto: Javier Calvelo (archivo, enero de 2014)

En la calle quedó

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Por falta de apoyo se suspendió la X edición de Jazz a la Calle, que lanzará en marzo un proyecto educativo.

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Hace una década era casi imposible pensar que miles de personas pudieran asistir durante días a un festival de jazz en Uruguay, menos aun en el interior. Sin embargo, el Encuentro Internacional de Músicos Jazz a la Calle demostró que era posible. Desde hace nueve años, cada enero el público mercedario recibe 50 propuestas musicales de diferentes partes del continente, alternadas en un escenario central, largas jam sessions nocturnas, toques callejeros, clínicas y talleres. Desde el año pasado todo se volvió más complejo para los organizadores: la novena edición corrió peligro de suspenderse hasta último momento (ver www.ladiaria.com.uy/UJQ), y ahora la décima acaba de cancelarse.

Horacio Macoco Acosta, director del Movimiento Cultural Jazz a la Calle, dijo a la diaria que las rondas de negocios comenzaron a principio de año, ya que generalmente los patrocinadores eran los mismos de los años anteriores. Acosta explicó que el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) se comunicó con ellos “a último momento, para ofrecernos 50.000 dólares, incluso después de que mantuvimos tres entrevistas con la ministra [María Julia Muñoz]”. Además, contó que, en diálogo con el MEC, le aseguraron que no iba a ser posible cobrar ese dinero, ni “este mes ni el próximo”. En cambio, Jorge Papadópulos, director general de Secretaría del MEC, dijo que esa cartera cuenta con 50.000 dólares disponibles hasta el 28 de diciembre. “Esto se lo comuniqué, y si bien siempre demora unos días en ejecutarse, averigüé que en casos de extrema urgencia puede concretarse en un plazo de cuatro días”. Papadópoulos aseguró que el MEC quiere que se realice el festival, y por eso desea “que el próximo año se planifique con tiempo para poder lograrlo”. En cuanto al dinero, contó: “Si a nosotros nos hubieran dicho hace dos o tres meses que necesitaban ese dinero, tal vez no lo teníamos. Pero también la OPP [Oficina de Planeamiento y Presupuesto] les ofreció 10.000 dólares, y ellos alegaron que era un compromiso de palabra, cuando no puede dejar de serlo hasta que se realice el acuerdo”.

Acosta, por su parte, recordó que el subsecretario de Turismo, Benjamín Liberoff, expresó que este tipo de instituciones “deben acostumbrarse a ser autosustentables y autogestionadas”. Para Acosta, esa afirmación es muy cuestionable, sobre todo “porque estamos trabajando para el Estado. ¿El Estado no tiene nada que ver con la educación? Somos el único país de Latinoamérica que no tiene una escuela de música construida fuera de la capital, y somos el que tiene la peor formación musical en general. Y nosotros estamos luchando contra eso”.

Mientras se suceden las ansiedades y los reclamos de todo el pueblo, Acosta contó, sin darse por vencido, que se encuentran trabajando en un proyecto educativo que apunta a la investigación y al desarrollo desde el punto de vista musical. Adelantó que se inaugurará en marzo e implicará un “gran salto”. “Nuestro objetivo es que todos pasen por la currícula musical, ya que nuestra experiencia en cuanto a la música creativa es riquísima, sobre todo porque proporciona tres cuestiones muy particulares, y que son vitales para la formación del niño. La primera es la autodisciplina, que no es la disciplina impuesta, sino que el niño siente que le es útil y se aferra a ella. La segunda es el desarrollo de la inteligencia emocional, ya que el que improvisa debe estar en permanente conciencia de qué es lo que están ejecutando los demás. Esto desarrolla la inteligencia emocional a un nivel increíble. Los jazzistas tienen una inteligencia emocional muy desarrollada, y por eso mismo, en las improvisaciones nunca mantienen una discordia. Saben hasta dónde pueden ir respetando los tiempos. Esto, extendiéndolo a la vida, es lo que se llama un compromiso ético. Lo otro que les aporta es hasta casi siete puntos más de coeficiente intelectual [basándose en los estudios del doctor en neurociencia, músico y neurobiólogo Stefan Koelsch, fundador de la cátedra de Psicología Musical de la Universidad Libre de Berlín]. Si en los chiquilines se promueve la ética, la disciplina y la inteligencia, seguramente cambiarán muchas cosas”, aseveró. Acosta explicó que si la Universidad Tecnológica (Utec) se dedica en exclusiva al interior del país y a la ciencia y la tecnología, puede surgir la siguiente pregunta: “¿Por qué, entonces, sostiene y participa en un proyecto cultural? Es que la neurociencia, desde los 80, está reclamando que se generen puentes entre la ciencia y el arte. Según la neurociencia, el puente entre esos dos elementos es el que genera la innovación, tanto en lo científico y tecnológico como en lo musical. Nuestro proyecto se llama Puente, y comprende un preuniversitario, que va desde preescolar (de cuatro a siete años) y escolar hasta un bachillerato tecnológico con la música como protagonista”. En cuanto al bachillerato, se encuentran en tratativas para realizarlo junto con la Universidad del Trabajo (UTU, Consejo de Educación Técnico Profesional), aunque toda la currícula la han organizado ellos mismos a partir de los foros de discusión que se realizan en cada edición de Jazz a la Calle, en los que, por lo general, participan referentes internacionales, educadores y músicos. “Se hará un plan piloto en nuestra escuela, dentro de la extensión universitaria de la Utec -además de intentar realizarlo dentro de los bachilleratos de UTU, ya que posibilita la coordinación interna-. Va a ser la primera vez que en Uruguay se cree una escuela de música fuera de Montevideo”, aseguró.

“Falta de políticas culturales” El bajista Apolo Popo Romano, que participó en los conciertos que Jazz a la Calle realiza a lo largo del año, dijo que no era muy habitué de los encuentros de enero, simplemente porque coinciden con el Festival de Jazz de Punta del Este, al que asiste desde la primera edición. El músico señaló que cuando comenzó Jazz a la Calle planteó -por ser una propuesta educativa y cultural, de un estilo que no convoca multitudes- una invitación a que los músicos se adhirieran a la causa actuando sin cobrar. “En mi caso, siempre fui muy cuidadoso, y por eso en los últimos años he presentado propuestas solistas, para así no comprometer a otros músicos. Esto genera que yo esté un tanto distanciado profesionalmente de la propuesta. En lo que tiene que ver con mi filosofía de vida, acompaño y aplaudo todo lo que fue ese movimiento, todo lo que sucede en la escuela -que ha sido apoyado en la logística y la compra de instrumentos por el Fondo Nacional de Música, del que soy presidente-, y el contacto que hemos mantenido siempre ha sido de reconocimiento”, sostuvo. Agregó que cualquier emprendimiento de este tipo implica una inversión descomunal, además de que “es muy complejo generar conciencia de lo que implica un movimiento musical, cultural y jazzístico”. “Por eso entiendo que desde su lado existan reclamos por los apoyos estatales. En mi caso, creo que cualquier emprendimiento debe tomar un rumbo tal que la propia actividad genere sus propios medios para poder continuar. Si eso no tiene andamiento de futuro, genera lo que sucede ahora. Los movimientos culturales se generan por la necesidad de la gente, y creo que no se debe poner como único responsable al Estado. Hay muchos factores que influyen para que esa actividad no llegue a buen término. Y aunque aplauda y valore todo el esfuerzo por llevar a Mercedes una actividad de este tipo, no hago responsable de esta triste y preocupante situación exclusivamente al Estado”, opinó.

En cambio, el músico, docente, compositor y productor musical Leonardo Croatto considera que ésta es una demostración más de las “faltas de políticas culturales: en el sentido de repartir dinero a lo tonto porque hay financiamiento, y después, cuando no lo hay, dejar sin estructuras a proyectos como éstos. Tal vez se destinó mucho dinero a ediciones personales de discos, cuando hoy en día eso se vuelve posible para cualquiera. Eso no alimenta. Y no creo que la música o los productos culturales sean más importantes que el aire o el agua, pero tampoco son menos. Se han fomentado muchas cuestiones de consumo y consumo, y el concepto de la gestión por la gestión misma, sin política. Fue necesario, porque hace 20 años había una gran ignorancia en ese sentido. Y si bien hoy se profesionalizó la gestión, a veces eso se transformó en una mercantilización de la cultura”, dijo el docente grado 4 de Lenguaje y Estética del Sonido de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, que además cuenta con 25 años de docencia en la Escuela Universitaria de Música.

Croatto integra el comité académico del diploma en Gestión Cultural, y desde ese lugar está convencido de que es necesario “generar contenidos”. “La gestión cultural es gestión de políticas culturales, y no sólo de producción. En todos estos años se desperdició una oportunidad histórica como fue la bonanza económica que vivimos, que no generó estructuras más sólidas ni potenció este tipo de iniciativas, que crecen solas y que son proyectos muy ricos”, planteó. En cuanto a lo autosustentable, explicó que existen proyectos que el mercado mata. “Ahí entra en juego un tema ideológico: ¿qué se quiere desarrollar?, ¿sólo lo clásico?, ¿o búsquedas, investigaciones, experimentaciones y comunicaciones a otro nivel?”, se preguntó. Recordó el período de María Simon en la titularidad del MEC, quien fomentó lo artístico “más allá de sus gustos personales, propiciando lo vinculado con la creación y la investigación”, y comentó que después vio “cómo eso se fue perdiendo”.

Los alumnos de la escuela de Jazz a la Calle, junto con otros músicos montevideanos, porteños y brasileños, se autoconvocaron para el viernes 15 de enero. Ese día realizarán un toque callejero de dos horas, y luego iniciarán una maratónica jam session de 24 horas (ellos mismos cubrirán los gastos). En cuanto al futuro del encuentro, Acosta explica que nadie cobra: ni la comisión, ni las 200 personas que trabajan durante todo el año, ni los músicos. “El encuentro, la escuela, todas las actuaciones a lo largo del año, las clínicas, talleres y conciertos gratuitos se realizan con 150.000 dólares. Es lo que cobra una banda de moda para montar un espectáculo de una sola actuación. Por eso no hay ninguna razón para recortarlo”, sentencia, mientras todavía se escuchan los ecos de la última edición de un movimiento difícil de clasificar y, por supuesto, de definir.

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