-¿Por qué dos proyectos simultáneos que editan discos al mismo tiempo? ¿Por qué uno tiene desarrollo en vivo y el otro no?
-Digamos que Hotel Paradise es la changa fija; es la banda con la que volví a tocar después de un hiato largo y en la que toco esa música clásica que me gusta tocar. Es una banda de rock con todas las letras y que tiene para mí todo lo que tiene que tener una banda de rock. Reyes Estallar fue una cosa más casual, porque me gusta mucho lo que hace Matías [Singer] y lo he ido a ver en todos sus proyectos. Es un pibe muy admirador de Chicos Eléctricos; me vino a hablar un par de veces y nos hicimos amigos. Y es uno de esos pocos casos en los que decís: “Ah, tenemos que juntarnos”, y lo hacés. Eso que nunca sale y que por alguna razón con él sí salió. Creo que lo que pasó es que cada uno agarró canciones que tenía en un cajón B. No nos sentamos a componer; yo llevé cosas, él trajo cosas, los dos les pusimos amor a las canciones del otro, y ta; fue eso.
-Odio hacer estas preguntas, pero en los dos casos me llaman la atención los nombres de las bandas. ¿De dónde vienen?
-Reyes Estallar me parece un nombre buenísimo, mejor que Hotel Paradise, que a mí no me gusta. No es un buen nombre ni para googlearlo, porque lo ponés y aparecen seis millones cuatrocientos setenta mil. La idea de Hotel Paradise era como esas whiskerías de ruta en las que se confunden el uso del plural en inglés y el apóstrofe, y te ponen “Sueño`s”, ¿entendés? Es algo que me fascina, o “Deseo’s”, y queríamos ponerle “Paradise’s”, pero nos entraron a decir que todo el mundo lo iba a escribir mal, que iba a salir mal en los afiches. La gracia que tenía era el apóstrofe -ese; ahora sigue siendo un nombre en castellano -si no sería “Paradise Hotel”- y sigue siendo un nombre de whiskería de ruta, sin chiste, de gente un poco más culta. Pero al final lo de Hotel Paradise terminó teniendo que ver con la historia de la banda, que es un poco como el hotel “Dos se van, tres llegan”. Nunca para de llegar e irse gente: pasó Andy [Adler], pasó Marcelo [Fernández], pasó Iván [Krisman], pasó Leo [Bianco], que se fue y después volvió. Fuimos tres guitarras, fuimos dos guitarras, fuimos una guitarra... Lo que no me gusta del nombre es que parece que sabíamos lo que iba a pasar y que íbamos a actuar como un hotel, donde a nadie le importa un huevo quién está y quién no está. Nunca nadie es echado, cada uno sabe para quién está abierto y para quién no, que hay una cosa que abre y cierra las puertas. Aprendí a convivir con el nombre, pero ahora les dije a los pibes que me gustaría cambiarlo. ¿Eso lo hace alguna banda, cambiarse el nombre y seguir siendo la misma banda?
-Ahora me vienen a la cabeza tus héroes los Dead Boys, que cuando empezaron a tocar en Nueva York se llamaban Frankenstein...
-Un nombre de mierda; hicieron lo que tenemos que hacer nosotros... En cambio, Reyes Estallar es parte de una canción mía que dice “ver los reyes estallar”, y vimos con Matías que estaban buenas esas dos palabras juntas.
-Sos un tipo muy identificado con la idea de rock y de una generación en la que eso era importante. ¿Qué pasa hoy con el rock?
-Ya recontra fue. He pensado que no habría que tocar más en vivo; no reconozco que sea la música de los guachos. Hay gente que toca rock y ¿vos viste las guitarras y los equipos que tienen los pendejos? Y hay muchos que tocan bien, pero no entendés qué es lo que quieren decirle al mundo. No entiendo cuál es la urgencia de ellos; tiendo a pensar que es más una cuestión estética, como cuando tenés una campera nueva y salís enseguida de noche a mostrarla. Y tienen mucha información...
-Justamente en relación con la información, tengo la impresión de que el nombre de Chicos Eléctricos es muy conocido pero no se los escucha...
-Eso que estás diciendo es el punto de cuán rockera es la gente. Porque escucharon el nombre de gente que lo había escuchado. Yo estoy seguro de que reformamos Chicos Eléctricos y nos van a ver 60 personas.
-Pero a Cross le fue muy bien...
-¿Sí? Pero Cross tiene un público mucho más tribu. Tienen ese costado de metal que no defrauda, porque el metal es fiel. El punk rock es lo menos fiel que hay... Y seguramente los 60 que nos fueran a ver irían para ver qué tan limados estamos, para decir: “Mirá, loco, está hecho percha”. Pero de alguna forma queda cool decir que nos conocías o que fuiste a vernos, o que estuviste en un lugar. A mí me pasa que me cuentan anécdotas hinchadas. Lo que fue una cachetada en 1995 ahora fue que se le partió un machete en la cabeza a alguien. Una vez le dije “tonto” a uno, y me dicen: “Fa, cuando le pusiste los puntos a ese flaco”. No, no le puse los puntos a nadie. Pero es lo de siempre: de cada diez pibitos que tienen una remera de Black Sabbath, ¿cuántos los habrán escuchado?
-¿Cómo es tu relación con Buenos Muchachos, que te han dedicado una de sus mejores canciones (“Sin más”) y están haciendo una versión de tu tema “El indio negro que curó a Jesús”?
-Ah, casi me pongo a llorar. Está buenísima. Mi relación con ellos es de profunda amistad y compañerismo desde hace millones de años. Nos conocimos en Juntacadáveres, con las demás bandas. Mantenemos una gran amistad, aunque no nos veamos tanto como antes.
-Fue la única de las bandas de Juntacadáveres que consiguió trascender a un público relativamente grande. Pero en aquel momento no parecían ser los que tenían más posibilidades de hacerlo.
-¡Tocaban como el orto...! Mal. Era una banda que eran las ganas y el corazón, y siguieron, y siguieron, y siguieron, y se fueron sofisticando hasta puntos impensables. Buenos Muchachos es una de las pocas bandas con las que me puedo subir a un escenario sin que parezca una payasada para juntar gente, que me va a aceptar como si fuera uno de ellos.
-Durante el hiato que permaneciste fuera de la música escribiste canciones.
-Sí, escribí canciones. “Rengo con Nike”, “Camino perro”, “Pija y pala”... Esos temas son de los que nos agarramos para hacer la banda, antes de empezar a componer.
-Justo... hay temas como “Pija y pala” que son muy... 90. ¿Te sentís cómodo tocando hoy en día cosas así?
-Es re 90, sí... Pero hay temas que ahora estamos tocando menos. No estamos componiendo eso; estamos tocando con trémolo, haciendo cosas más garage y más hippies... Estamos re hippies. Yo al menos, musicalmente...
-¿Y filosóficamente?
-También... No, no, para nada. Pero estoy muy beatlero. Yo empecé escuchando a los Beatles; mi primer disco de rock fue el Please, Please Me y le saqué punta. Pero no podía tocar los temas de ellos, podía tocar los de los Stones.
-¿Nunca una influencia propiamente uruguaya?
-No, no la tuve nunca. Si hubiera formado parte de esa corriente como adolescente, seguramente le habría dado más bola o habría sentido culpa si no lo hacía. No conozco esa historia y no me gustaban sus sonidos. No me gustaban el tambor sin bordona, los flangers en la guitarra y los emos aquellos que cantaban. Nunca lo vibré. Yo nunca escuché a Jaime Roos; recién ahora Leo [Bianco, bajista de Hotel Paradise] me está haciendo escucharlo y estoy entendiendo la magnitud de los tipos como compositores, cosa que no les niego para nada.
-Pero al mismo tiempo, como letrista sos muy uruguayo.
-Re yorugua, muy de la costa montevideana. Yo sigo viviendo en Malvín, pero en Malvín antes la gente salía descalza. Tenía algo como de balneario, donde los guachos pasaban caminando después de haber tomado hongos por la playa. Te encontrabas barras de pendejos delirando por un lado, y otros haciendo un asado. Ahora ya es como Pocitos, y antes se notaba la diferencia. Pedro [Dalton] en una canción se autodefinía como un guacho de apartamento; un loco que no bajaba a la calle, que no jugaba al fútbol y que leía, escuchaba música, dibujaba, las cosas propias de alguien con cabeza que no tenía un Nintendo y sí una familia con un perfil artístico. Creo que nosotros allá teníamos un contacto, un roce mayor con la gente y la realidad. Yo siento que estoy viendo todo lo que está pasando, y eso juega a la hora de ser letrista, o de ser montevideano.
-¿Y cómo un punk rocker realista de Malvín termina haciendo un libro de ilustraciones de monstruos y poemas para niños? Aunque el rescate de la palabra “julepe” es algo muy tuyo...
-Fa, estaba perdida ésa... “jabón” está buena también para eso... Creo que la usé en el libro. Eso empezó durante mi hiato musical; en ese momento empecé a desarrollar un poco mi parte artística plástica, que tenía como hobby, y la transformé en mi forma de vivir. Y era algo que me gustaba; siempre me hizo muy mal trabajar en cosas que no me gustan. Me había dado cuenta de que con la música no lo iba a hacer, y empecé a trabajar haciendo ilustraciones para la editorial Banda Oriental, a hacer dibujos didácticos sobre el ciclo de una semilla, y le agarré mucho gusto al laburo para un público infantil. El año pasado empecé a crear estos personajes en cuadros de madera; yo hago todo el proceso con las maderas y los dibujos hasta crear ese objeto de diseño al que llamé “Los espantajulepes”, que vendo desde mi página en internet, con la excusa de que son personajes para acompañar a los guachos chicos en la edad del miedo. Al final los hacía para mí... en mi cama tengo como 20. Pero tuvieron un desarrollo y consiguieron eso sin que yo perdiera mis características; para mí es el mismo mundo el que está en las canciones que el que está en el libro, con algún cuidado extra en el lenguaje, porque yo soy muy mal hablado. Lo que pasó con los cuadros fue que me llegó una propuesta de una editorial para hacer un libro que fuera una especie de catálogo de ellos. Después me dio la impresión de que podía quedar bueno darles un perfil por escrito, y luego terminé escribiendo sus historias en verso, como si fueran cielitos, pero que en lugar de estar para espantar a los imperialistas, son para espantar a las brujas de tu cuarto. Me tienen muy contento, me puedo conectar con una franja de seres humanos a los que les tengo más cariño y respeto, que son los guachos. Es algo que descubrí a partir de que tuve hijos. De hecho, los espantajulepes los inventé para ellos. Poder creer en algo y ser un poco hippie tiene que ver con tener hijos. No podés tener hijos y seguir pegado a algunas rabietas compulsivamente. A estas alturas, no podés tener un flaco en tu banda que te tira una pálida todos los días. Vamos a hacer que nos creemos que hay un mundo mejor...
-Dejaste el mundo del rock cansado y enojado con la música. ¿Sentís que volviste distinto?
-Totalmente. Por lo pronto, más grande y con algunas experiencias más. Para mí está todo bien con Chicos Eléctricos, pero me identifico más con lo que hago ahora que con lo que hice antes. No me gusta utilizar aquello para promocionar esto. Me negué siempre a hacer eso. Me reconozco en aquella persona, no es que me volví hare krishna o tengo una propuesta diferente; me sigue gustando la misma música.
-Hace poco, un periodista musical más joven que nosotros me decía que la música de nuestra generación de rockeros le gustaba mucho, pero que no podía bancarse su espíritu autodestructivo y hostil, el “culto al reviente”, que eso lo cansaba.
-Sí, es como estar re bien vestido en un casamiento y que te digan que tenés la bragueta abierta... Yo creo que tiene que ver con la identidad. Aquel reviente te daba identidad, un sentido de pertenencia, eso de ser inflamable. Te hacía decir: “Yo no soy un gil que está callado la boca, yo estoy notando todo lo que está mal”. Creo que siempre tuvimos buenas intenciones. De toda aquella gente no hay ningún caracagada, ningún sorete que se haya plantado en un lugar inalcanzable. Creo que aquel reviente también nos dio cierta humildad. Si con lo que hago, con mi libro, bajo una fracción matemáticamente despreciable de la cantidad de estúpidos en el futuro, ya me siento realizado. Si un guacho ve un poco de lunfardo escrito con amor y eso lo hace ponerse un poco más pillo en el futuro, me siento copadísimo.
-Te hice varias entrevistas en los tiempos de Chicos Eléctricos, y cada vez que salía una quedabas irremediablemente peleado con alguien por algo que habías dicho. En este caso no me parece que vaya a ser así. ¿Te quedaste con ganas de, no sé, mandar a cagar a alguien?
-No. Hace poco me escuché en otra entrevista y dije: “Loco, ¡qué aburrido que soy! Hablando de si esto es rock o no es rock...”. Todo llegó a un punto en el que ya ni siquiera importa. Me quiero rodear de lo que me haga feliz, y antes de hablar contigo me dije: “No voy a hablar de nada que no pueda enriquecer a otros”. Digo, creo que no enriquece nada decir que éste es un careta o aquel otro es un boludo. ¡Si está lleno de boludos y caretas! Me es muy fácil bardear... A lo mejor no lo hice porque es de día y estamos tomando agua tónica, porque si me tirás un par de pinochas...