Se equivocarán quienes piensen, basándose en el título de este libro y en mínima información sobre su contenido, que es un previsible volumen más en una ya larga serie que se ha editado después de la dictadura. Es cierto que, como en muchos otros, el autor es un ex preso político, y que la obra combina memorias de su militancia y su período de reclusión con reflexiones acerca de la historia -cada vez menos- reciente, pero lo que aporta José Stagnaro (maestro, licenciado en Filosofía y artista plástico) es sustancialmente distinto de lo que suele hallarse en ese subgénero.
Eso puede deberse en parte a que la trayectoria política que llevó a Stagnaro al Penal de Libertad se desarrolló en el marco del pequeño y casi olvidado Movimiento Marxista de la ciudad de San Carlos, o a que su actividad pública luego de ser liberado transcurrió en gran medida en ese mismo lugar, donde sus responsabilidades de gobierno se limitaron a dirigir la Casa de la Cultura en el período 2005-2010. De algún modo, eso puede haberlo alejado de tentaciones en las que suelen caer otros autores de memorias políticas, que parecen especialmente interesados en ir preparándose un buen lugar en los libros de historia. Pero sería muy injusto atribuir los numerosos valores de este libro sólo a esas circunstancias, porque lo realmente distinto y rico en estas 190 páginas es que la “memoria particular” que se promete desde el título es presentada desde una singular capacidad para el análisis retrospectivo, aplicada a interpretar el modo en que su militancia, su prisión y su reinserción en un Uruguay que mucho había cambiado se dieron en una trama de relaciones humanas.
El autor evalúa con sensibilidad y agudeza motivaciones propias y ajenas, qué se podía y qué no se podía pensar en determinados momentos, o el modo en que lo afectivo y lo cultural incidieron en “lo estrictamente político”, y el resultado no es meramente un ejercicio de introspección o una catarsis, sino haces de luz que nos permiten comprender mejor tanto los procesos colectivos como el papel de las personas en ellos, hasta persuadirnos con elocuencia (porque el libro está, además, muy bien escrito) de que “lo estrictamente político” no existe como algo que pueda aislarse con provecho para la memoria o la esperanza.
Las tesis políticas esbozadas van por el mismo camino, apoyadas en la convicción de que es preciso replantear una crítica de fondo al capitalismo, sin “caer en la trampa de querer ganar el juego que deberíamos decidir no jugar”, y recuperar la palabra “revolución”, no apenas como la declaración de un propósito de apoderarse de la maquinaria estatal, sino vinculándola profundamente con cambios en las relaciones sociales y con procesos colectivos no gubernamentales, tras el objetivo irrenunciable de ser cada vez más libres. Con independencia de que se compartan o no las propuestas de Stagnaro, parece necesario reconocer que si más personas elaboraran y comunicaran de este modo su experiencia estaríamos en condiciones mucho mejores de reconstruir, desde la diversidad, un acuerdo sobre lo que significa “ser de izquierda”.