Uno suele esperar (me refiero al cliché) de las cinematografías de los países comunistas cierta medida de compostura, acorde con la visión estalinista de “arte”, una actitud oficialista o muy disfrazadamente disidente, y una expresa ajenidad a los géneros más expresamente comerciales asociados con Hollywood. De hecho, no hubo una película cubana de zombis antes de ésta. Pero acá está, y no es disfrazadamente disidente: lo es expresamente, aunque quizá no de forma radical. Quienes hayan visto (y no sólo imaginado) una buena cantidad de películas cubanas sabrán que una actitud crítica con respecto al régimen no es novedad alguna y, como tantas otras películas con similar actitud, ésta no tiene nada de clandestino, sino que está financiada por el oficial ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos).
Como es de esperar, los zombis funcionan excelentemente bien como una metáfora para una sociedad con muchos aspectos que los protagonistas sienten como ajena, o que encaran con distanciado desencanto, sobre todo los más jóvenes: el veinteañero Vladi, por ejemplo, comenta su sueño de trasladarse a algún lugar en que, si le preguntan qué es el socialismo, le pueda contestar: “Es un régimen inventado hace 50 años por Fidel Castro”. Si entonces le preguntan “¿Y quién es Fidel Castro?”, concluiría que ése es el lugar en que le gustaría quedarse.
Los muertos vivos, entonces, pegan con la idea de una sociedad que no parece rumbear hacia ningún lado, en la que la población no piensa ni conspira, pero que contagia su condición zombi a los demás. Ese panorama combina con el paisaje urbano de una La Habana ruinosa, y la narración insiste en paredes descascaradas, rejas oxidadas, ascensores rotos, viejos autos soviéticos que se rompen en el peor momento, pequeñas rutinas inmutables y un eterno esfuerzo por inventar picardías para saciar necesidades o deseos relativamente mínimos. De hecho, la condición de zombis sólo representa un pequeño cambio para algunos personajes, como la suegra gruñona y antipática de Juan, o el marido de la mujer con quien Juan se acuesta a veces durante las tardes. La reacción automática del gobierno es referirse a la peligrosa acción de un grupo de disidentes “en contubernio con el Imperio”. Muchas de las escenas de acción, absurdo y catástrofe ocurren frente a institutos con pomposos nombres revolucionarios o pintadas oficiales que necesariamente quedan como ironías (“Patria o muerte”).
Pero no todo son propósitos ideológicos. La “tesis” aquí implica un ejercicio eminentemente lúdico, con mucho humor negro, comentarios sociales pintorescos muy a la cubana, escenas de suspenso, parodia y absurdo (intuyo además que los realizadores consideran ese ejercicio lúdico y su irreverencia como un acto libertario, lo cual no deja de tener connotaciones políticas.) Así, en cuanto se desata la epidemia zombi, Juan y su compinche Lázaro, quienes se venían caracterizando por una vida indolente e improductiva, dedicada sobre todo a la supervivencia mínima, encuentran, muy a la cubana, una manera de sacar provecho de la situación, y arman la empresa Juan de los Muertos, cuyo eslogan es “Matamos a sus seres queridos”. Los habaneros aterrorizados, encerrados en alguna habitación y acosados por sus parientes o vecinos convertidos en zombis, los convocan y Juan y sus amigos comparecen, súbitamente dotados de unas habilidades marciales a lo Matrix que nadie sabe de dónde sacaron. El equipo incluye además a una travesti, que hace unos certeros y fulminantes disparos de piedras con honda, y su amante, que es una masa de músculos pero que se desmaya cuando ve sangre y por lo tanto pelea con los ojos vendados, escuchando las instrucciones de sus compañeros. La propia bobera de algunos chistes es parte de la gracia.
Los zombis -especialmente si son, como aquí, de los lentos, torpes y bobos-, combinan muy bien con efectos especiales precarios. En cierto modo, la realización en sí se mimetiza con los monstruos, y uno acepta algunos recursos bien truchos (incluido, por ejemplo, que el personaje de la cubana Camila, interpretado por la española Andrea Duro, tenga un notorio acento ibérico). Más allá de esto, considerando las condiciones bastante apretadas de la realización, deja su impresión la cantidad de efectos digitales, de extras y de locaciones empleadas.
No deja de ser un poco fácil hacer una crítica de ese tipo a la revolución cubana y al estado actual del país. Más allá de que la película refleja la perspectiva de una parte significativa de la juventud cubana, que vive cotidianamente los aprietos económicos y padece unas cuantas cuadradeces del gobierno, falta quizá una comparación más concienzuda con lo que significa ser pobre en un país capitalista. El final relativamente sentimental, único momento en que la película se pone realmente seria, parece mirar a los cubanos con un poco más de respeto, pero es únicamente por su talento para “sobrevivir” (Juan insiste en su condición de sobreviviente de Mariel, Angola y del “período especial”). La crítica se ve aun más superficial si tenemos en cuenta que en muchos sentidos (incluido el título) la película imita a la inglesa Shaun of the Dead (2004), que hacía un comentario análogo al que aquí se hace de Cuba, pero referido a Londres. Es decir: sumirse a rutinas que no tienen más sentido que el de ser rutinas, el predominio del conformismo, padecer las consecuencias de un sistema opresivo (otorgado por su propia condición de sistema) no es algo inherente, así, en términos genéricos, a Inglaterra o a Cuba, sino que podría aplicarse perfectamente a Uruguay, a Corea o al país que fuere. Juan de los Muertos tiene también, al igual que Shaun of the Dead, un epónimo muy pelotudo, cuyo mejor amigo es gordito y desastroso. Hasta el remo que usa Juan para partir cráneos de zombis se parece al bate de cricket que usaba Shaun. Es decir, se constata que el encanto por determinado tono de crítica tuvo precedencia sobre su aplicación en concreto a la realidad cubana (sin detrimento de la justeza de su aplicación en varias de las situaciones).
La comparación con Shaun... es desfavorable a Juan de los Muertos en términos de originalidad global y de virtuosismo de realización cinematográfica. Aun así, Juan... tiene unas cuantas especificidades que tienen que ver con elementos de humor cubano, con la ambientación, con la apuesta mucho más grande al absurdo. Hay algunos momentos realmente memorables, sobre todo la primera escena de peligro (en la casa de los vecinos ancianos) y el momento en que Juan, esposado a uno que fue mordido y se convierte en zombi, desarrolla una pelea que tiene toda la apariencia de una coreografía de salsa (y la banda musical lo marca).