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Las mil cuestiones del día. Trece historias de anarquistas, de Hugo Fontana. Alter ediciones, 2014. 329 páginas.

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“Las mil cuestiones del día. Trece historias de anarquistas”, de Hugo Fontana. Alter ediciones, 2014. 329 páginas.

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Hace unos meses Alter ediciones publicó Las mil cuestiones del día. Trece historias de anarquistas, de Hugo Fontana, como segundo volumen en su colección Biblioteca de Walter, inaugurada con Evolución, revolución y otros escritos, del geógrafo y anarquista Eliseo Reclus (Jacques Élisée Reclus, 1830-1905). El objetivo de esta colección, según leemos en la solapa de contraportada, es ofrecer “una colección de libros sin tiempo, o, mejor dicho, de nuestros tiempos de lucha […] textos que no son guías ni manuales; sólo estímulos y provocaciones para pensar”. Resulta que esa caracterización es muy adecuada a la hora de empezar a pensar en Las mil cuestiones del día. Que se trata de un libro sobre la lucha, de un libro que empatiza con la lucha de los anarquistas que retrata, parece ser evidente, y en ese sentido es una lectura disfrutable, provocadora en sus mejores momentos, rica en historias y en información, que sin duda sirve de excelente punto de partida para quien desee profundizar más en el pensamiento y la acción de las figuras señeras del anarquismo hasta principios del siglo XX. Y en ese sentido también podemos leer la frase “no son guías ni manuales; sólo estímulos” (esperemos, dicho sea de paso, que la Biblioteca de Walter proponga textos de temática también más contemporánea: posanarquismo, ciberlibertarismo, el movimiento criptopunk, transhumanismo libertario, ecoanarquismo, anarquía posizquierda, etcétera).

Por ese lado también es cierto que Fontana esquiva alguna que otra crítica posible. La más fácil sería que su libro cita textos extensiva y generosamente (entrevistas, ensayos, testimonios, cartas) sin ofrecer la indicación del traductor cuando es pertinente, así como tampoco la procedencia exacta de lo citado (o si se trata de una invención del autor). Hay, sí, una bibliografía al final del libro, pero rastrear los textos en cuestión a sus títulos no es tarea fácil. Esta indeterminación bibliográfica, por llamarla de alguna manera, podría quedar eludida al declarar las intenciones del libro por fuera de cualquier rigor académico, y eso aparece no tanto en la citada nota de solapa sino en lo que podríamos pensar como las líneas fundamentales del libro: Fontana ante todo narra, noveliza. Por todas partes aparecen diálogos (al faltar la indicación bibliográfica no sabemos si están reconstruidos enteramente por el autor, si se basan en algún texto anterior, etcétera) que sin duda sirven a un propósito narrativo pero que, a la vez, distancian un poco al lector que busca una exposición más sobria, algo más cercano a una biografía, si se quiere, de los anarquistas en cuestión. Pero esto no debería entenderse como un defecto: apenas como una muestra de los códigos a los que obedece el libro.

Quizá más criticables serían algunos momentos en los que la prosa se vuelve un poco ampulosa o cargada con una retórica que en su adjetivación y aparente solemnidad podría pensarse como contraproducente, en tanto permite cierta sospecha de ironía o de un humor un poco extraño; por ejemplo: “Bajo el helado cielo invernal, a los costados de los caminos y sobre los fértiles campos, yacen centenares de cadáveres cubiertos de polvo y de sangre, verduscos, desfigurados, gruesos, acariciados apenas por la pálida luz lunar” (p.178) o “ruge, Trotksy, pelirrojo, funesto…” (p.177) o “El tren avanza lentamente. Susurra, balancéandose de un lado a otro. Hay momentos en que parecen más veloces los árboles que pasan a los costados de las ventanillas que el giro perseverante de las ruedas de acero. El tren avanza” (p.114). Estas explosiones de una lírica un poco de pacotilla sin duda hacen que la lectura tienda más hacia el lado novelístico (y de novela un poco berreta) que al de crónica, historia o biografía, pero en tanto generan una suerte de distancia entre el lector y lo relatado, no necesariamente armonizan con la empatía antes mencionada. Salvo, claro, que esa empatía, esa “toma de partido” por los anarquistas no sea sino un espejismo de una escritura más irónica y de claves escondidas. En todo caso, puede elegirse no leer el libro de esa manera y sí como una construcción abiertamente solidaria con la anarquía y los anarquistas.

Elogio de la dinamita

El acápite del libro, “Sólo estamos vencidos en lo inmediato”, del anarquista Víctor Serge (Víctor Lvóvich Kibálchich, 1890-1947), establece algo así como la tónica de los relatos del libro. Al referirse a las múltiples confrontaciones entre los anarquistas y los bolcheviques, por ejemplo, Fontana insiste -oportunamente, cabe pensar- en cierta crítica marxista-leninista al anarquismo en tanto preocupación por un futuro acaso remoto e idealizado en lugar de por los problemas del presente (el título del libro, por otra parte, podría leerse como una manera de desmentir esa crítica). Así, todos los anarquistas del libro son vencidos a corto plazo; los relatos que vamos encontrando insisten en penurias, hambre, pobreza, enfermedad y, por supuesto, muerte, pero una lectura posible de sus ideas, del “rescate” implícito en el libro, sigue -o seguiría- mirando al futuro. Se trata, entonces, de historias de aventuras y, especialmente, desventuras e injusticias.

Los anarquistas convocados son Louise Michel (1830-1905), Mijaíl Bakunin (1814-1876), los mártires de Chicago Albert Parsons (1848-1887), August Spies (1855-1877), George Engel (1836-1887), Louis Linng (1864-1877) y Adolph Fischer (1858-1887), Johann Most (1846-1906), Piotr Kropotkin (1842-1921), Ravachol (François Claudius Koenigstein, 1859-1892), Émile Henry (1872-1894), Sante Ieronimo Caserio (o Santo Caserio, 1873-1894), Michele Angiolillo Lombardi (1871-1897), Mateu Morral i Roca (1880-1906), Rafael Barrett (1876-1910), Errico Malatesta (1853-1932), Emma Goldman (1869-1940), Nestor Ivanovych Makhno (o Majno, según la transliteración que se prefiera, 1889-1934), Ricardo Flores Magón (1873-1922), Nicola Sacco (1891-1927), Bartolomeo Vanzetti (1888-1927), Miguel Arcángel Roscigno (o Roscigna, 1891-1937) y Buenaventura Durruti (1896-1936).

El capítulo dedicado a Roscigno está sin duda entre los mejores del libro; la célebre huida de la cárcel de Punta Carretas ofrece a Fontana la oportunidad para lucirse como narrador, generando tensión e incluso cierto suspenso. Cabe destacar además las sección sobre el ucraniano Nestor Makhno (personaje cuya riqueza y complejidad quedan muy bien aludidas por Fontana), la de Sacco y Vanzetti, y, especialmente, la última del libro, que repasa los días terribles de la Guerra Civil Española desde la perspectiva de Buenaventura Durruti.

A la vez, ninguno de los otros capítulos puede ser fácilmente considerado “fallido”, lo cual evidentemente habla del buen nivel general del libro. Sí, acaso, pueda sentirse algo así como una indecisión de tono en los primeros episodios, que alternan entre algunos más narrativos (el dedicado a Louise Michel) y otros más expositivos de las ideas de su protagonista, como serían los casos de los capítulos sobre el príncipe Kropotkin y Mijaíl Bakunin. Sin embargo, al tratarse estas dos últimas de figuras de notorio peso teórico o filosófico, es inevitable dedicar más espacio a sus ideas, a diferencia de lo que podríamos llamar figuras más “de la acción”, como Roscigno o Morral i Roca, cuyos perfiles son oportunamente expuestos en clave más narrativa.

Es curioso que buena parte de los nombres aparezcan castellanizados. Más allá de “Carlos Marx” y “Federico Engels”, también encontramos a “Mateo” Morral (es decir: no deja de llamar la atención que un libro que dedica tanta y tan sólida atención a los anarquistas catalanes se permita tan cómodamente la versión castellana de uno de sus nombres) y a Santo Caserio. Por supuesto que algunas de estas castellanizaciones remiten a una tradición, a un contexto español de las acciones narradas, y además la literatura anarquista que circuló por estas latitudes a principios del siglo XX solía castellanizar los nombres de pila, como era práctica común en la época; y de esa manera, aludir a esas versiones y no a las “originales” sin duda inscribe al libro dentro de una comunidad de lectores histórica.

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