Los hechos son suficientemente conocidos por todos. Dos mujeres jóvenes intentan bailar en la milonga que organiza “Yunta Brava” el domingo 15 de marzo en la Plaza del Entrevero. Los organizadores no se lo permiten y las echan de la plaza pública con una frase que pronto se convirtió en titular “No queremos tortas ni maricones”. El asunto se vuelve público a través de las redes sociales y en pocas horas surge la convocatoria a una “milonga inadecuada” para este domingo en la Plaza del Entrevero. Casi al mismo tiempo Subrayado lo convierte en noticia. Listo el pollo, se prende la máquina de los buenos y los malos que todo lo traga, la gente se indigna, toma partido: comentar, me gusta, favorito, retuit. Mientras corre la convocatoria por todos lados, aparecen memes ocurrentes y de los otros, se anuncia que la Intendencia de Montevideo analiza la concesión que tiene “Yunta Brava” para hacer su actividad cultural y la senadora Constanza Moreira ataca al tango como expresión cultural que “tiene un claro componente machista y paternalista en sus letras”. Finalmente la Intendencia de Montevideo suspende la habilitación de la milonga hasta el 11 de abril, sugiere a los organizadores que reconozcan el error públicamente y participen en actividades de formación sobre género e inclusión.
La medida parece acertada y justa. No sería deseable que la Intendencia protegiera la homofobia y la discriminación por parte de personas o colectivos que hacen uso del espacio público para desarrollar una actividad cultural. Pero hay aspectos del debate de los últimos días que vale la pena analizar y que no tienen que ver con la epidemia de opiniones que genera la interacción entre medios de comunicación y redes sociales. En primer lugar la “defensa” de Daniel Prates, responsable de “Yunta brava”, en la que vierte ideas como el precepto de que el tango se baila entre un hombre y una mujer, la defensa de las “buenas costumbres”, la plaza como un lugar “sano” en el que incluso se logró desplazar a drogadictos y borrachos. Las declaraciones de Prates echaron más leña al fuego, se extendió un estado de opinión contra su persona y hasta se lo demonizó un poco. Esto hace que la resolución de la Intendencia cobre particular importancia en la medida en que no condena únicamente a la persona por este acto de homofobia y discriminación, entiende que es un fenómeno más grande que abarca a Prates pero no se agota en su intervención. Asume que es necesario hacer algo más: contribuir al diálogo, a la sensibilización, al mismo tiempo que deja bien claro que la discriminación por opción sexual es inaceptable. Finalmente no revoca definitivamente el permiso sino que lo suspende a la espera de poder corregir el error.
El concepto de cultura, desde sus orígenes, fue pensado junto al de sociedad. Para Edward Tylor, fundador del concepto en la antropología, la cultura era un todo complejo de conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres que los hombres adquirían socialmente. Si bien la trayectoria del concepto ha variado sustantivamente desde 1871, cuando lo formuló Tylor, este aspecto es uno de los que se mantiene intacto o genera menos discusión. Las palabras de Prates responden a un sentido común instalado en la sociedad uruguaya y aunque sea responsable de lo que hizo ante las autoridades, también es importante reconocer que es parte de una cultura que la mayoría de los hombres y las mujeres adquieren socialmente incluso en el presente. Esa visión del mundo asume que hay una división por sexo biológico y que todo aquello que se “desvía” de eso es “anormal” o “no es natural”. Incluso algunas instituciones religiosas reproducen ese discurso sin que el Estado les retire los beneficios tributarios que les garantiza la Constitución.
Algo similar ocurre con la expresión artística “tango”. Las opiniones de la senadora Moreira, hechas un poco “pour la galerie”, aprovechando un estado de ánimo favorable a la condena, no parecen del todo acertadas. Habría que preguntarse qué sentido tiene decir que un producto cultural “x”, surgido en determinada época, es “machista” o “racista”, cuando en verdad forma parte de un entramado social que no tuvo en el horizonte cuestionar aquello que parecía estar dado por naturaleza: una pareja es un hombre y una mujer. Eso si estuviéramos de acuerdo con afirmar que el tango es machista como un todo. Es mucho más interesante preguntarse hasta qué punto el tango es una mera expresión de las formas de dominación sobre la mujer o si es posible encontrar en las letras de tango espacios de disidencia no solamente contra el machismo sino contra cualquier otra forma de opresión. Si las letras de tango son un poco o muy machistas es porque nuestra sociedad lo fue y lo es. Se me dirá que esto es obvio pero como esto no aparece en la boca de quienes opinan públicamente parece de orden decirlo. Es tan obvio como que la cultura además de ser un espacio para la reproducción social de las desigualdades es también un lugar desde el cual se puede contestar a una sensibilidad dominante, que por otra parte todos portamos en mayor o menor medida. Pero también es un espacio que puede permitirnos tomar distancia y hasta resistirnos a esa sensibilidad con “milongas inadecuadas”. Esto es válido en el presente y fue válido en el pasado. Por lo que las palabras de la senadora Moreira soprenden y demuestran que como analista de la cultura es una excelente parlamentaria.