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Calculo que no todos los días se hablará de literatos en esos pasillos tan complicados. A media mañana tuve que ir a sacarme unos puntos y mientras esperaba al cirujano escuché la conversación de las enfermeras. “¿Murió Galeano?”, “No, murió el premio Nobel”,“¿No habrá sido el otro y se confundieron con Galeano?”, “No, murió él”.

Murieron los dos: Günter Grass y Eduardo Galeano. La coincidencia nos fuerza a pensar qué otras cosas los habían unido, además de su afición al dibujo. Grass, que le llevaba más de diez años a Galeano, no fue, generacional ni ideológicamente, un escritor “de los 60”. Sin embargo, los dos eran sobrevivientes de una época en la que las opiniones de un escritor interesaban, contaban, influían. Y no sólo eso: eran del tipo de escritores que consideraba imprescindible no callar.

Todavía resuenan los poemas tardíos con los que Grass, septuagenario, salió a criticar a los que acechaban económicamente a Grecia -sus compatriotas alemanes, básicamente- y a la política de Israel hacia Palestina. Serio, habituado a la polémica, Grass gustaba de los dobleces, y en su última autobiografía llegó a blanquear que se había presentado de manera voluntaria como combatiente en la Segunda Guerra Mundial.

Galeano, en cambio, daba la impresión de ser inmutable, a pesar de que recientemente hiciera una filosa autocrítica respecto de su obra más notoria o que afirmara, en cuanta entrevista pudiera, su apoyo crítico pero no incondicional a los gobiernos de izquierda regionales. Es posible, como dijo Gabriel Delacoste en un artículo de El Boulevard, que el escritor haya cambiado menos que la mayoría de sus cogeneracionales involucrados en la gestión política y que por eso terminara resultando un souvenir molesto tanto para ex sesentistas como para neoliberales rabiosos. Lo que nadie puede negar es que fue un intelectual comprometido, tanto con las grandes causas como con luchas puntuales, como la eliminación de la Ley de Caducidad o la no instalación de las pasteras en Fray Bentos, por hablar sólo de historia reciente.

Los más cercanos, además, recordarán su generosidad hacia proyectos más modestos. Cofundador de Brecha en 1985, fue, 20 años más tarde, uno de los primeros en dar apoyo a la idea de la diaria, y continuó haciéndolo cada vez que lo precisamos.

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