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Nicholas Jose y Gail Jones. Foto: Mauricio Kühne

De sur a sur

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Dos profesores australianos acercaron la realidad literaria de su país.

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La sociedad australiana ha sufrido enormes cambios demográficos en las últimas décadas, y la narrativa actual de ese país pasa por una época de experimentación formal y temática que cuestiona y extiende modelos anteriores a medida que busca responder a las dudas y ansiedades de una sociedad en vías de recomponerse y redefinirse.

Así podrían resumirse las opiniones que nos ofrecieron el miércoles 15 de abril -primero en una amable conversación informal en el hotel donde se hospedaban y después en una charla en inglés en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República- la profesora Gail Jones y el profesor Nicholas Jose, dos novelistas australianos cuya obra se ve involucrada en este proceso, que son también investigadores académicos del funcionamiento de la escritura y la traducción literarias. Los profesores Jones y Jose acababan de dictar en la Universidad Nacional de San Martín, en Buenos Aires, las primeras conferencias y seminarios de una nueva cátedra, Literaturas del sur, que abarca las experiencias culturales de América Latina, Sudáfrica y Australia. Dirigida por el Premio Nobel JM Coetzee, novelista sudafricano ahora ciudadano australiano y catedrático de Inglés en la Universidad de Adelaide, el programa explora cuestiones como “¿Qué es el sur?” y “¿Cuál ha sido su experiencia?” frente a un norte que, en sus diferentes manifestaciones europeas y anglosajonas, ha buscado imponerse sobre las naciones del sur y explotar sus recursos materiales y a sus habitantes, y que sigue siendo la fuente principal de ideologías hegemónicas y casas editoriales que determinan una política mundial de las traducciones y su distribución por medio del mercado capitalista globalizado.

Es comprensible que Jones subraye que el principal denominador común de las naciones del sur es su condición de poscoloniales. Así que la propuesta es investigar la posibilidad de que las sociedades y culturas del sur (o de los distintos “sures”) genere nuevas formas de análisis y acción culturales que, sin desconocer los muchos aportes positivos de Estados Unidos y Europa, fomenten un diálogo nuevo y diferente entre los países y poblaciones de América Latina, África, Oceanía y Asia del océano Pacífico. Expresado así, el proyecto parece querer implementar preceptos similares a los mejor conocidos aquí del filósofo y sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos en obras como Una epistemología del sur: la reinvención del conocimiento y la emancipación social (2009) y Descolonizar el saber, reinventar el poder (2010).

Es dentro de estos parámetros que Gail Jones (de la Universidad del Oeste de Sidney) y Nicholas Jose (colega de Coetzee en la Universidad de Adelaide), invitados a Montevideo por la Cámara Uruguay-Australia con el apoyo de la Embajada de Australia en Buenos Aires, situaban su enfoque sobre lo que está pasando tanto dentro de la sociedad australiana como en la parte más seria de su literatura, sobre todo la narrativa, que da cuenta de ello. En esta versión de la historia reciente de la prosa imaginativa australiana, el concepto más importante es el de cuestionamiento. Empezando a partir de la Segunda Guerra Mundial pero intensificándose a finales de la Guerra de Vietnam, se ha registrado un cambio fundamental en la política de inmigración en Australia. De una predominancia de anglosajones de Reino Unido y la República de Irlanda se produjo primero la llegada de familias e individuos de otros países europeos (los sureños como Grecia e Italia), para dar paso después a un énfasis en la recepción de gente de distintas partes de Asia, reflejando en parte un creciente interés de distintos gobiernos de estrechar relaciones con los vecinos geográficamente más cercanos, pero culminando -y excediendo cualquier plan gubernamental- en los últimos 30 años en el arribo, por canales a menudo ilegales, de refugiados de los extremismos de Medio Oriente, de la China brutalmente modernizada e industrializada después de la frustrada apertura política cortada de cuajo en la masacre de la Plaza Tiananmen en 1989, y de la represión religiosa o política de otros regímenes de esas regiones u otras.

Los consiguientes cambios en la distribución étnica de la población australiana han hecho estragos en la pertinencia actual de los largamente preciados mitos fundadores de esta nación extremadamente joven (descubierta por los europeos en 1788 y unida sólo en 1901), y han puesto en tela de juicio todos los patrones utilizados hasta ahora para pensar la identidad nacional. Las resultantes tensiones sociales -y a veces violentas irrupciones de conflictos de aparente raíz racial- son las inevitables expresiones visibles y quizá irracionales del autocuestionamiento de una sociedad que padece un traspié psíquico. Según Jones y Jose, la narrativa australiana actual de mayor valor literario es la que analiza, avala y avanza en tal cuestionamiento con la invención no sólo de personajes y escenarios sino también de lenguajes y formas híbridas, que puedan ayudar a convertir lo que amenaza ser un quiebre traumático en una transacción positiva entre fuerzas a veces muy diferentes entre sí pero no por eso implacablemente antagónicas.

El viejo mito australiano

Una de las fantasías nacionales derribadas en el curso de esta reevaluación es la de una Inglaterra o una Europa civilizada que traen el progreso social a un casi desierto, a fuerza del trabajo incansable y heroico del vaquero y las familias pioneras que trabajaron una tierra vacía y hostil (visión ferozmente satirizada unos años atrás en la película Australia, de Baz Luhrmann). Como anota la profesora Jones, esta lectura benigna de la historia encubre un pasado sombrío y feo cuya realidad sigue siendo capaz de despertar mucha ansiedad, al considerar la fundación de la nación australiana moderna: unas colonias creadas por el trabajo forzoso de delincuentes encarcelados y transportados a las antípodas para ser mano de obra barata (y, se puede agregar, por el capitalismo primitivo de los soldados que los custodiaban); la exterminación por los colonizadores de gran parte de una población indígena que ya llevaba unos 60.000 años en el continente, y la explotación y deliberada anulación cultural de los sobrevivientes (actualmente, los aborígenes constituyen sólo 3% de los habitantes de Australia).

Es con evidente satisfacción que Gail Jones y Nicholas Jose se ponen de acuerdo en subrayar la fertilidad del aporte indígena a la narrativa australiana actual (mencionan especialmente los nombres de Kim Scott y Alexis Wright en este contexto).

También es cuestionada, sobre todo por escritores y lectores más jóvenes, la vigencia como modelo literario o intelectual del vanguardismo inglés y europeo del siglo XX. Por lo tanto, a la obra de un “clásico moderno” como Patrick White, único Premio Nobel de Literatura australiano -en 1973-, con su contenido impecablemente local pero sus raíces estéticas plantadas en el suelo del norte de Europa, se la ve como difícil, poco accesible, elitista, europeizante y pasada de moda, juicio avalado, según el profesor Jose, hasta en un programa dedicado a los libros y las artes en la emisora estatal. La generación literaria más reciente -como sus colegas en otras partes del planeta- prefiere buscar sus modelos en las literaturas marginadas o periféricas (al respecto, los expertos australianos mencionan la importancia del realismo mágico latinoamericano para la literatura aborigen). Sin embargo, Jones y Jose están de acuerdo en sostener que, para ellos, White fue en su momento un iconoclasta que abrió senderos nuevos para la novela australiana y que exhibe recursos novelísticos todavía valiosos, aunque muchos aspectos de la Australia que buscó entender han caducado, mensaje que intentan transmitir a sus estudiantes.

Queda claro que un elemento destacado del programa de Literaturas del sur es el papel importante de las traducciones en la transmisión de las obras importantes de cada una de estas tradiciones a las otras. Cabe decir que Chris Andrews, traductor al inglés de las obras principales del mexicano-chileno Roberto Bolaño y del argentino César Aira, es colega de Gail Jones en la Universidad del Oeste de Sidney, y que una novela de cada uno de los profesores (Cinco campanas, de Jones, y Rostro original, de Jose) ha sido traducida al rioplatense -¡no al castellano!-, editada por la editorial de la Universidad Nacional San Martín y, junto con una selección de los excelentes ensayos de Coetzee, presentada en Buenos Aires el día después de la visita de Jones y Jose a Montevideo.

Estos detalles acusan un deseo de evitar el poder de selección u omisión que las editoriales multinacionales les pueden imponer a las literaturas no metropolitanas, lo cual cuaja bien con la estrategia y la temática de esta nueva cátedra y también con la técnica narrativa y los temas de las dos novelas. Ambas son, aunque de modo muy distinto, obras corales o multifocales en un escenario urbano (Sidney, en ambos casos) ambientado en un presente acosado por fantasmas inquietos del pasado. Cinco campanas evoca líricamente a un grupo de personajes, algunos de paso, muy variados en cuanto a origen, sexo, edad, nacionalidad, clase social y profesión, pero cuyas andanzas coinciden en un solo día -¿por azar?- en el famoso puerto de Sidney, en esos tan mentados focos de interés turístico que son la Opera House y el Puente, que esconden mucho más de lo que permiten ver. En Rostro original un taxista y detective aficionado chino nos lleva a distintas partes de la ciudad, descubriendo sorprendentes pistas que poco a poco llegan a explicar la muerte extraña de otro chino, mientras las autoridades que investigan el caso se debaten inútilmente porque se encuentran frente a códigos desconocidos en una ciudad que va excediendo y dejando atrás las concepciones que tienen de ella.

Estas dos obras son una buena síntesis de la contribución que Australia puede hacer a las literaturas del sur: producciones de un multiculturalismo híbrido caracterizado por un inglés cada vez más penetrado por lenguas ajenas (desde los muchos idiomas indígenas hasta los de Medio Oriente y otras partes de Asia), signos elocuentes de una sociedad que sigue sin asidero fijo y con derrotero a confirmar.

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