Posiblemente en toda su historia de producir brillantes documentales, HBO -que ha tenido tanta influencia en la revalorización del género documental como en revolucionar la televisión de ficción- nunca haya enfrentado reparos y dificultades como con Going Clear: Scientology and the Prison of Belief (Volviéndose claro: cienciología y la prisión de la fe), pero la emisión, el lunes, de la última obra de Alex Gibney demostró que el canal está dispuesto a asumir riesgos reales y no sólo a hacer algunas transgresiones culturales.
El documental es la primera obra audiovisual (o cultural en general) de envergadura que se atreve a investigar críticamente a la misteriosa y poderosa Iglesia de la Cienciología, creada en los años 50 por el escritor de ciencia ficción L Ron Hubbard y que, si bien nunca se ha vuelto un culto masivo, se ha convertido en una organización poderosísima e intimidante, de gran influencia en la escena artística de Hollywood. Su creador fue un personaje fascinante, un escritor extraordinariamente prolífico (su nombre figura en el Libro Guinness de los Récords como el autor con mayor número -1.084- de obras publicadas) y mitómano, con una breve y deshonrosa carrera en la Marina. Convencido (razonablemente) de que no iba a hacer fortuna escribiendo en revistas de relatos fantásticos, decidió elaborar una técnica de autoconocimiento y proyección personal llamada “dianética”, con la que alardeaba que se podía “curar” desde la depresión y el asma hasta la homosexualidad.
Sus libros de dianética vendieron millones de ejemplares, pero cuando la moda pasó, Hubbard decidió dar un paso más allá y convertir sus técnicas de autoayuda en una religión, lo que le permitía quedar exento de impuestos. De este modo, fundó la Iglesia de la Cienciología, una religión que combinaba elementos de psicología (filosofía que Hubbard consideraba su némesis), pseudociencia y una espiritualidad difusa con elementos de mesianismo abrahámico y técnicas próximas al zen. Hubbard reconoció rápidamente que los ídolos de Hollywood eran grandes líderes de opinión -además de tener billeteras abultadas- y se concentró en captar la atención de Hollywood, consiguiendo un número tal vez no muy numeroso, pero de cualquier forma notable, de adeptos.
Sus técnicas y filosofía general generaron rápidamente cierta desconfianza pública entre quienes creían que se encontraban ante una secta potencialmente peligrosa, pero Hubbard diseñó un sistema de protección de sus ideas, que consistía en atacar vigorosamente, con todos los recursos legales posibles, a quien difundiera sus secretos, o, en el caso de no tener herramientas legales, presionar a los curiosos con virulentas agresiones mediáticas ad hominem y amenazas y acosos siempre al borde de lo legal (y en ocasiones más allá). El resultado fue que la Cienciología se convirtió en un tema tabú para los medios estadounidenses e incluso llegó a infundir miedo en el seno del gobierno. En los años 70 se descubrió una operación organizada por la Cienciología para infiltrar a sus seguidores en todas las áreas del gobierno de Estados Unidos, con el objetivo de recabar informaciones con las que presionar a sus posibles adversarios. Recién en 1991, luego de dos décadas de batallas legales y tras haber acumulado una deuda impositiva que, de haber sido cobrada, hubiera quebrado el culto, la Cienciología fue reconocida como una religión libre de impuestos por el Estado estadounidense y su oficina de impuestos (IRS), asegurando la subsistencia de esta organización que cuenta con un capital de varios miles de millones de dólares.
Hubbard murió en la semiclandestinidad en 1986, pero su obra de acumulación de poder e intimidación mediática fue continuada por el maquiavélico David Miscavige, quien se las arregló para silenciar a críticos y disidentes durante unas dos décadas, cuando en los muros de silencio comenzaron a aparecer grietas. Poco a poco comenzaron a emerger testimonios presentando a la Cienciología como una organización que explotaba a sus integrantes económicamente, sometiéndolos a prisión, acoso y lavado de cerebro.
Fue el siempre irreverente -y valiente- show animado South Park el que rompió a nivel popular el silencio asustado que rodeaba a la Cienciología. En el capítulo “Atrapado en el clóset”, de 2005, Stan -uno de los niños/adultos que protagonizan la serie- es descubierto por integrantes de la iglesia como el heredero espiritual de Hubbard, lo que les servía de excusa a los anormales de South Park para revelar algunas de las teorías más excéntricas de la religión (sólo accesibles a quienes llegaban a los estados más altos y secretos del entrenamiento), que involucraban imperios malignos extraterrestres y espíritus alienígenas que coexisten con nosotros en nuestros cuerpos. El resultado fue que el capítulo casi no pudo ser exhibido, y el canal Comedy Central fue asediado por los 160 abogados a sueldo de la Cienciología, por lo que durante mucho tiempo fue un episodio casi inaccesible.
Aunque aún hoy la revista Time sigue en litigio, por una demanda por 410 millones de dólares que la iglesia le entabló por un artículo en el que aludía a uno de sus integrantes -lo que hace que todos los medios sean extremadamente cuidadosos a la hora de hablar de esta iglesia-, el poder de presión de la Cienciología parece haber perdido algo de su insoportable empuje. En ese pequeño espacio fue que Alex Gibney y HBO pudieron colar su Going Clear.
Aclarando los tantos
Going Clear es también el nombre de la investigación convertida en libro que Lawrence Wright publicó en 2013. A partir de una simple descripción periodística del culto, se convirtió en un libro de denuncia en el que el autor tuvo acceso al testimonio de ex integrantes de la iglesia que antes de abandonarla habían ocupado altos cargos y que soportaban el acoso desde que se alejaron de ella. El libro enfrentó y enfrenta grandes problemas para ser editado y reeditado, pero el documentalista Alex Gibney llegó a leerlo y de inmediato se propuso adaptarlo en forma audiovisual.
Gibney, que antes se había metido con poderes del tamaño del gobierno de Estados Unidos (Taxi to the Dark Side, 2007), la Iglesia Católica (Mea Maxima Culpa, 2012), la megacorporación Enron (Enron: The Smartest Boys in the Room, 2007) e incluso WikiLeaks (We Steal Secrets, 2012) -de esta última no presentó una versión realmente hostil, pero sí crítica de muchas de las actitudes personales de Julian Assange-, posiblemente no haya tenido mayores dificultades que las que enfrentó con Going Clear. Para empezar, ninguna cadena televisiva le cedió sus archivos documentales, por pánico a quedar ligadas a una demanda; ninguna de las figuras notorias de la iglesia les concedió testimonios, muchos de los entrevistados sólo aceptaron hablar en condiciones de seguridad dignas de un espía clandestino, y la propia HBO examinó con lupa cada centímetro del rodaje, por lo que varias denuncias que ofrecían cierta vulnerabilidad de datos comprobados quedaron afuera, y en varios segmentos aparece un sobreimpreso que aclara que la iglesia desmiente esa afirmación.
Pero Going Clear -término que hace referencia a un estado al que llegan los seguidores del culto (clear) cuando se liberan de todos los traumas acumulados en esta vida o vidas anteriores- finalmente fue estrenado por la cadena y es tan poderoso y convincente como cualquiera de los otros documentales de Gibney, quien hoy en día es -si no el mejor- el más impactante de los documentalistas actuales, además de un cineasta muy prolífico.
La visión de Gibney sobre el culto es, sin duda, crítica y unilateral; al no tener acceso a las figuras de la Cienciología que le interesaban -el líder David Miscavige, los actores John Travolta y Tom Cruise-, el director se negó a dar espacio a los portavoces menores que la iglesia le ofrecía y se dedicó exclusivamente a dejar hablar a los que se habían alejado del culto, entre los que se encuentran personajes que habían alcanzado un gran poder en la religión de Hubbard, o tan notorios como el director y guionista Paul Haggis, ganador de un par de premios Oscar. Eso se sumaba a algunas escenas recreadas y escasos pero significativos materiales de archivo documental.
En sus numerosos films, Gibney siempre opta por una de dos aproximaciones: o utiliza el recurso metonímico de ir de los casos singulares a los generales (Taxi to the Dark Side, Mea Maxima Culpa), o hace exactamente lo contrario, como en su documental sobre la caída del político demócrata Eliot Spitzer, en el que arma el entramado general y global del escenario y recién en los tramos finales llega al testimonio directo de los protagonistas. En todo caso, el director se ha probado como un maestro de la administración de lo inmediato y más sensible como ilustración ejemplar de un problema más amplio, sin caer -como suele ocurrirle a su colega Michael Moore- en utilizar el caso excepcional como golpe bajo y sensible. En Going Clear, tal vez su obra más perfecta en este aspecto, Gibney utiliza ambos recursos a la vez y deja hablar a sus testigos frente a la cámara desde el principio (hay que recordar que el material visual es escaso, pero se reserva sus confesiones más estremecedoras para el final, cuando estos disidentes narran cómo sus vidas, sus entornos afectivos y familiares, fueron demolidos por este vengativo culto). Pero Gibney, que suele ofrecer una óptica de orientación auténticamente izquierdista -y hasta marxista (mal que le pese a Assange, que lo ha acusado de peón de los grandes poderes por no haberlo presentado bajo una luz muy favorable)-, se niega a cerrar el documental con un toque sensiblero y expone su mayor denuncia respecto de la Cienciología (tal vez demasiado resumida): aunque tenga a Tom Cruise como propagandista y embajador, el culto está perdiendo adeptos, pero sigue creciendo económicamente como un gran comprador de bienes raíces, exonerado de impuestos en virtud de que se trata de una religión.
Más allá de su visión negativa sobre el culto, Gibney no cae en la tentación de burlarse de la fe de quienes buscaron o buscan respuestas en él ni ridiculiza sus aspectos más estrambóticos. De hecho, el documental comienza sorprendiendo por la extrañeza de su objeto de estudio, y culmina produciendo una vaga sensación de familiaridad. En un momento, un antiguo portavoz de la Cienciología aparece en pantalla explicando que para ellos “la Cienciología era la esperanza de salvar a la humanidad y con eso en la cabeza podíamos mentir abiertamente y negar cualquier acusación sin que se nos moviera un músculo de la cara, porque sabíamos que era para el bien de la Cienciología y, por lo tanto, de la humanidad”. Una declaración que, cambiando lo cambiable, puede sonar muy similar a muchas que hemos escuchado, de practicantes de creencias que suponemos menos extravagantes o equívocas.