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Hora de luchar

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“La guerra de Manuela Jankovic”. Dirigida por Diana Cardozo. Con Karina Gidi, Mima Vukovic Kuric, Carlos Corona. México, 2014.

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La Manuela del título es mexicana, tendrá cerca de 30 años. Sus padres murieron temprano y fue criada por su abuela yugoslava, con la que vive todavía. Trabaja de cocinera en un restorán de mala muerte. Avanzado el metraje nos enteraremos que Manuela nunca tuvo novio. Es miedosa y casi que prefiere dejar que una herida se infecte antes que sufrir el ardor del antiséptico. Un aviso en la radio nos ubica temporalmente: estamos en los inicios de la guerra yugoslava (1991).

Será por senilidad, será por ingenuidad, será por la intensidad de los traumas vividos en la Segunda Guerra Mundial. El hecho es que la abuela asume la guerra actual como algo más cercano, más inminente, que la mayor parte de los habitantes de América: su reacción es proteger a la nieta, rescatar todos sus ahorros para gastarlos en provisiones no perecederas, buscar protección para eventuales bombardeos. Y no es que Manuela se lo crea, pero ver así a su abuela necesariamente le acerca un conflicto que podría estar mejor resguardado por la distancia. Y al mismo tiempo termina levantando otras cuestiones, que tienen que ver con la dificultad de convivir con una veterana inmigrante nunca del todo integrada, por quien Manuela tiene la deuda de gratitud por su propia crianza, pero que implica también un lastre en su vida. Así, el título se desdobla en dos sentidos: la “guerra de Manuela” es la guerra de Yugoslavia tal como la vive Manuela, es la herencia de la Segunda Guerra Mundial en la que su tío Malko fue un heroico partisano que combatió al lado de Tito, pero son también otras guerras metafóricas que le toca combatir: por su identidad de yugoslava o de serbia al mismo tiempo que de mexicana, por su posible realización como mujer, contra la opresión de género y de clase ejercida sobre ella por el dueño del restorán en el que trabaja.

Las guerras literales (presente y pasada) y metafóricas están acercadas de varias maneras: una es la apariencia constantemente ruinosa y descascarada de todos los lugares que vemos (la casa de Manuela y su abuela, el restorán, el barrio), atiborrados de cucarachas (que son uno de los motivos visuales más memorables de la película). Aparte de ironías y bromas molestas contra Manuela y su abuela, vemos en la calle gestos de una violencia profundamente entrañada en la sociedad mexicana (niños que acosan a un mendigo). En una escena Manuela decide probarse el uniforme de Malko, y es como si estuviera preparando su “guerra” (que hacia el final de la película tenderá a ser menos metafórica y a acercarse un poco a la literalidad). La cámara enfatiza el aspecto violento, quizá incluso recargado de agresividad de parte de Manuela, de algunas de las acciones del cocinar: trozar un pollo, pelar las escamas de un pescado.

Haber hallado ese ámbito poético a partir del acercamiento de dimensiones bastante lejanas, que normalmente serían asuntos para películas distintas, es uno de los méritos de esta realización concebida y dirigida por la uruguaya radicada en México Diana Cardozo. Es el primer largo de ficción de la autora del documental Siete instantes.

La producción es bastante acotada en cuanto a locaciones y actores. Y muy cuidada en lo visual, con muy parcos movimientos de encuadre, y una preferencia por planos generales pautados por la simetría (con punto de fuga hacia el centro de la imagen) o, más interesante, bipartitos, con dos zonas bien diferenciadas, una a la izquierda y la otra a la derecha (las zonas pueden estar establecidas por la iluminación, por los colores, por una puerta), vueltos aun más preciosistas con algunos juegos de espejos, reflejos y transparencias. Quizá lo que se sacrificó con esa puesta en escena fue una mayor naturalidad en las actuaciones, que a veces lucen un poco conscientes de la cámara y de las pautas de momento y calidad de los desplazamientos en el espacio. Es un problema que se agrava con cierta crudeza en la exposición del contexto: hay muchos diálogos y escenas que están muy explícitamente “para informarnos” de algo, y sobre todo es burdo el recurso de la radio, que al prenderse puede decir algo así como “las bandas paramilitares siembran el terror entre la población. Miles de personas huyen de las aldeas bombardeadas hacia las zonas boscosas. Mientras tanto, Yugoslavia se desangra en una guerra fratricida. Hay miles de desplazados y ya se habla abiertamente de limpieza étnica”.

Pero probablemente lo que persistirá en la memoria de quienes asistan a esta película es la fértil vaguedad temática, el clima especial que logra construir e imponer, y la empatía con el personaje principal.

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