Nocturama (2003) podrá no ser el mejor álbum de Nick Cave and The Bad Seeds, pero incluso si se lo escucha como una suerte de Cave en piloto automático está claro que la noche -o lo nocturno, o cierta oscuridad en la que no se ahonda demasiado- está en las canciones que lo integran, así se trate de una noche aquí y allá un poco aburrida.
A esta afirmación acaso suscriba Sebastián Pedrozo (Montevideo, 1977), que ha tomado prestado el título de Nick Cave para su más reciente novela juvenil, en la que, dicho sea de paso, hay algo así como una versión ficcional del músico australiano y su banda. El protagonista es un joven fanático de las películas de terror y del rock oscuro, y la trama del libro va por esos lados, no sólo porque el género en el que se enfoca Pedrozo es el horror -y el horror sobrenatural, demonios incluidos- sino porque el cine y la música son esenciales al argumento.
Podemos empezar por el rock, entonces. Tenemos a Nick Cave, que en la novela se llama Finneas O’Malley (es decir que en su nombre hay un trasplante desde Australia hasta Irlanda) y canta en una banda llamada Las Malas Semillas (acá la máscara en la ficción es la traducción del nombre al castellano); junto al protagonista termina enredándose en un combate contra zombis y demonios, estos últimos creados a partir del “lado oscuro” de los seres humanos, un poco a la manera de la cara en el retrato de Dorian Gray o del Mr. Hyde de la novela de Stevenson. El protagonista, que se llama Lucas y está por terminar el liceo, también es consciente de su lado oscuro: padece un extraño caso de insomnio que lo lleva a desarrollar un conocimiento especial e íntimo de la noche y la oscuridad, conocimiento que comparte con los dos personajes femeninos del libro, que son capaces de ver en él, se dice por ahí, justamente lo contrario a la oscuridad, cosa que lo vuelve imprescindible en la lucha contra los “malos” de la novela.
Evidentemente, Pedrozo sabe muy bien cómo trabajar estas ideas en una novela juvenil. Lo interesante, de todas formas, es que el terror es palpable: está allí -se lo siente- incluso cuando adivinamos que el autor ha decidido -naturalmente, dado su público- no conducirnos hasta el fondo. Si lo hubiese hecho, es inevitable pensar, la novela sería tan intolerable y fascinante como los cuentos más macabros de Ligotti (como esa maravilla perturbadora que es “Teatro Grottesco”, por ejemplo), en cuyo libro Noctuary (se podría traducir como “Noctuario”) acaso Pedrozo se inspiró también. De hecho, el clímax del libro transcurre en un cine abandonado en las afueras de la ciudad, una escenografía muy ligottiana.
Está también el cine, entonces, y en Nocturama el eje de la trama es una serie de filmaciones en las que ese lado oscuro de las personas es visible, incluso como retrato del proceso de generación o nacimiento de esos demonios que los protagonistas han de combatir. No sin antes, por cierto, meterse en una pelea con zombis y entrar en contacto con “Romero” (la referencia a George A Romero, maestro del cine zombi y de horror, es más que evidente), el cineasta responsable de las filmaciones.
Pedrozo, claramente, ama y entiende el cine y la literatura de horror, y sabe perfectamente cómo instalarse en el género. La novela, en ese sentido, está bien llevada y convence.
Se trata, de hecho, de la primera parte de una trilogía. Nocturama sería el título conjunto de los tres libros, mientras que “Los demonios” (que en la diagramación de la portada parece más bien un subtítulo) es el de la primera entrega, cuyo final sin dudas convence al lector de ir a por los otros dos de inmediato (pero habrá que esperar para ello).
La nota negativa del libro es la notoria ausencia de un trabajo aplicado de edición. Pedrozo en sus mejores momentos (que no son pocos) narra de manera sólida, pero aquí y allá aparecen -inmotivadamente- pasajes sin puntuación y, también, comas que sobran, distracciones y errores de ésos que se detectan con una simple revisión. El libro no queda desmerecido ni mucho menos malogrado por estos detalles, por cierto, puesto que se lo lee con entusiasmo, disfrute y tensión, atravesando climas de horror sumamente bien logrados, pero resulta inevitable pensar que con algo tan simple como un editor atento habría resultado mucho más satisfactorio.
En última instancia, una sumamente recomendable novela juvenil -“género” al que recientemente se han dedicado escritores de literatura fantástica, ciencia ficción y/o terror tan fascinantes como Ursula K LeGuin (con la serie Anales de la costa occidental) y China Miéville (con Railsea), disfrutable por los adolescentes y jóvenes adultos a los que está dirigida y, también, por cualquier fanático del terror.