Ingresá

Potencialmente Haydée. Foto: Andrés Falciola

Buenos, buenísimos aires

4 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

“1. adverbio. (Del lat. adverbium.) m. Gram. Parte invariable de la oración cuya función consiste en complementar la significación del verbo, de un adjetivo o de otro adverbio. Hay adverbios de lugar, como aquí, delante, lejos; de tiempo, como hoy, mientras, nunca; de modo, como bien, despacio, fácilmente […].” Así se lee -y más- en el diccionario de la RAE. Empecé con diccionario en mano y paré en los adverbios “de modo” como estrategia de acercamiento, lo más adherente posible, al espectáculo Potencialmente Haydée, del joven dramaturgo argentino Patricio Ruiz (autor, entre otras, de También las cosas mueren, Ojalá te mueras y La verdad sobre la temporada de liebres). Los motivos son varios; en ese adverbio el dramaturgo explicita su relación con el modo de existencia de la protagonista del título, con su eventual conversión en materia y, en definitiva, con la misma condición “de posibilidad” de toda pieza para teatro, su pasaje de la planicie de las palabras a la tercera dimensión. Si miramos con atención, en el programa de mano hay otra cosa que no figura en sus anuncios de cartelera o en los medios. Se lee: “Federica Presa es Potencialmente Haydée”. Es difícil no ver en esa relación de la actriz con el personaje el uso, olvidado hace décadas, de presentación de divos y divas que, antes de ser un personaje dado eran ellos mismos y el público quería que lo fueran. El mecanismo practicado, en este caso, para una actriz joven hasta ahora desconocida en nuestro medio, pero con todo lo que se requiere para ser (potencialmente) diva, es genial. La uruguaya de 30 años (así se la presentó en la prensa autóctona), tras haberse formado en el país (y debutado con la obra Cenemos, de Jimena Márquez), se perfeccionó en Buenos Aires con Ricardo Bartís y Pompeyo Audivert, continuó su formación con Alejandro Catalán, actuó en Vivan las feas, de Mariela Asensio, Malditos (todos mis ex), de Asensio y Reynaldo Sietecase, 58 indicios sobre el cuerpo, una performance, de Jean-Luc Nancy, Long Distance Affair (Pop Up Theatric, Nueva York), teatro por Skype y fue nominada y ganó varios premios aquí y allá. Hoy, instalada en Montevideo, es ayudante de cátedra de Alberto Rivero en la EMAD y estudia en el taller de Roberto Suárez.

Su CV viajado y poblado de maestros y dramaturgos experimentales explica, entre otras cosas, el tipo de obra que presenta aquí en Montevideo (estrenada en Buenos Aires), pero también el lugar en el que se hace, La Gringa, teatro que se instaló, en los pocos años de existencia, como espacio del mejor (¿único?) teatro off de la capital. Pero hay más en ese “Federica Presa es Potencialmente Haydée”. Ruiz escribió este monólogo para Federica Presa. Es ella y no otra Haydée, podríamos pensar, à rebours de esa suerte de “promiscuidad” que caracteriza lo teatral: estimulación constante a la interpretación, toqueteo y uso, sin exclusividad, de los textos por cualquiera que los encuentre. ¿Un chiste? Lo más probable.

“Las palabras raras siempre me hacen sentir integrada al mundo. El otro día, sin ir más lejos, le decía a Sebastián que no había nada mejor que el solsticio de verano”, dice, más o menos así, la joven madre Haydée, mientras mece a un bebé silencioso e inmóvil en una zona rural y humilde de Argentina. La citada es una de las muchas referencias del monólogo a los vocablos y al efecto que tienen sobre su propia realidad. Si Jorge Dubatti, cuenta la misma actriz en una entrevista, piensa a Haydée como Medea (admito que hay algo de spoiler en llamarla así, pero no por mi culpa), creo que es necesario pensarla también, por su vivencia visceral del lenguaje y sus formas, como sucesora de la ilustre Madonna Oretta.

Y aquí el breve excursus vale la pena: la sexta jornada del Decamerón se inaugura con Oretta, quien comparte el camino con un caballero que ofrece, para pasar el rato, contarle una historia. Ella acepta gustosa, pero su manera de relatar es tan desordenada y azarosa que la heroína escuchándolo empieza a sentir insoportables sudores y malestar al corazón. Sin soportar el sufrimiento, ella decide interrumpirlo usando, ça va sans dire, un juego de palabras. Para Haydée ya no es el caballero sino la maestra Fantino con “problemas para decir la doble ‘c’, la ‘pt’ juntas; la palabra ‘nafta’ qué dolor de oídos me provocaba, qué violenta me ponía”, recuerda. Lo mismo sucede con los demás personajes de su entorno, representantes de otras “taras” relacionadas con el lenguaje: el primo atado a una literalidad brutal, el marido condenado a la pobreza léxica, el padre a la escritura defectuosa, etcétera.

Si es cierto que Haydée como Medea, su antecesora griega y mitológica, atenta contra el hijo (“hay algo en mí que repele todo lo que está en dependencia”, dice), como su predecesora medieval la protagonista está fascinada con los poderes de la retórica y funda una relación vital, distanciada y renovada con las formas para contar fragmentos de su niñez y adolescencia. En el camino activa, precisamente, la palabra como fuente de intenso placer o dolor.

Viendo la performance, el segundo sentido de ese “Federica Presa es Potencialmente Haydée” se esclarece. Presa y ninguna otra puede ser Haydée. El trabajo de la uruguaya es impecable: los gestos alienados de la apertura flirtean con el exceso, pero no exceden en absoluto; la manera sofisticada de sentarse y de pararse exige la mirada atenta porque cada movimiento parece esconder algo; el arrullo al niño oscila entre lo acogedor y lo macabro, es imposible decidirse. A través de una llamativa voz grave y un acento rarificado la actriz trabaja el texto, a un tiempo, como puñado de sonidos (el monólogo es todo él una canción de cuna macabra) y como disquisición sobre lexicografía, retozo con las posibilidades del extrañamiento y con las relaciones, a revisar, entre significados y significantes.

El año pasado Ricardo Dubatti -hijo del conocido investigador mencionado antes- compiló el volumen Nuevas dramaturgias argentinas. Obras de autores nacidos entre 1981-1990 (Editorial de la Universidad Nacional del Sur) donde aparece el texto de Ruiz que nos ocupó aquí junto con otros de Ignacio Bartolone, Natalia Carmen Casielles, Lucas Lagré, Eugenia Pérez Tomas y Mariano Tenconi Blanco. El libro es difícil de encontrar en la capital argentina (aunque interrogué, impaciente, a varios libreros), pero si un botón basta esta nueva generación (la misma de Santiago Sanguinetti, Gabriel Calderón y Luciana Lagisquet de esta parte del río) promete nuevos placeres. Potencialmente.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura