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Carlos Amérigo. Foto: Matías Ganduglia

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Carlos Amérigo (1944-2015)

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En el medio fotográfico no es raro que mencionen, cada tanto, al Mexicano. Fue el maestro de muchos reporteros gráficos, entre ellos de los que allá por 2006 comenzaron con el proyecto periodístico de la diaria, de los que iniciaron el Centro de Fotografía (CdF) y de los que siguieron su impronta por otros caminos. Carlos Amérigo, que falleció el martes a los 70 años, había llegado a Montevideo a mediados de los 80, trayendo los postulados del nuevo fotoperiodismo mexicano, que registraba aspectos marginales antes ignorados, como la ironía, el humor, el sarcasmo, la distancia de quien dispara el obturador respecto del fotografiado. Era un periodismo comprometido y libertario que, muchos años después, sus alumnos pudieron identificar con las raíces del nuevo fotoperiodismo: “La foto es importante, tiene un valor. La foto es subjetiva, opina. La foto de prensa puede ser subjetiva y crítica. El lugar del fotógrafo debe ser respetado y dignificado. El fotógrafo tiene que tener iniciativa sobre los temas y pensar en términos de serie y no de fotos sueltas”, recuerda Ricardo Antúnez.

El legado

Eso fue lo que les enseñó, apunta Ricardo, “ésta fue su semilla en un raro pasaje por un país al que nunca quiso y del que se autoexilió durante casi 20 años, aunque viviera en el centro de Montevideo”. El director del CdF, Daniel Sosa, asegura que parte del espíritu del centro, en su función y vocación inclusiva y regionalista, viene de lo aprendido y discutido en Dimensión Visual (su escuela). Otro estudiante de la misma generación, Sandro Pereyra, cuenta que organizaron muchísimas exposiciones, llevando la fotografía fuera de los espacios cerrados: en la escuela, en el Cabildo, en México, en boliches, en parques. Las muestras se montaban en estructuras de madera que les hacía un alumno carpintero: Iván Franco. Este último cuenta que un día, cuando caminaba por la calle Uruguay, vio un cartel que decía “Cursos de fotografía”. Cuando entró lo recibió un veterano de pelo largo y barba blanca, que hablaba con un acento “cantinflesco”. “La estética y la ética que enseñaba Carlos me atraparon, los valores del nuevo fotoperiodismo mexicano, la esencia del oficio, su historia, los maestros, la idea del periodista de imágenes, y sentir que las fotos podían ser útiles a la sociedad, hicieron aflorar en mí una certeza: ¡quiero pertenecer a ese mundo!”. Años después, Iván viviría de los fotografía y se sumaría al equipo de la diaria.

Todos coinciden en que Carlos los marcó y jugó un papel importante en el curso de los hechos que siguieron. También reconocen que era a la vez generoso con aquellos a los que veía comprometidos con la fotografía y “un crítico despiadado”, mientras reivindicaba el valor y el lugar de la fotografía. Así, su escuela se convirtió en un espacio fermental y abierto, donde concretó el formato de taller y una enseñanza activa, con intercambios permanentes de obras y fotógrafos. Hoy, en tanto, todos se muestran pensativos y repletos de imágenes, con la sensación de haber estado en una orgía visual que burló los límites de una vocación: la fotografía.

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