Jesse Lee Kercheval nació en Francia en 1956, aunque creció en Estados Unidos. Hace unos años vino a Uruguay, donde ha vivido de manera intermitente y donde acaba de publicar su segundo libro de poesía. Torres/Towers, editado en 2014 por Yaugurú, reinauguró de algún modo su obra poética, al convertirse en su primer título en español y, en la misma clave doble, Extranjera/Stranger sigue la presentación del primero en un bilingüismo que es, en sí mismo, un manifiesto poético. Desde la eficaz portada diseñada por Maca (Gustavo Wojciechowski) -una equis roja formada por las dos palabras del título-, la obra se muestra escrita desde un “afuera”. Su pertenencia o su no pertenencia a nuestra lengua es el motor de búsqueda, de una voz que dice soñar en español, pero que siempre se está yendo.
Traductora (su trabajo más reciente es una antología de Circe Maia, The Invisible Bridge) y escritora prolífica (de ficción, memorias y poesía), Kercheval se posiciona frente al lenguaje como una auténtica outsider. El trasiego desde el francés que oyó hablar de muy niña al inglés en que se crió y al español en que escribe ahora ha dejado toda clase de huellas en su poética. Así, su inglés se contamina del español (paradigmáticos son los versos “I blink // but you / no”) y su español del inglés (el “toque rugoso”, que surge claramente como traslación de “rugh” en “Ya está”); y los límites entre el texto de partida y el texto de llegada se confunden. ¿Es Kercheval una francesa que escribe en inglés escribiendo en español? Sí, pero es también una uruguaya que escribe y traduce. De ahí la elección de “Strange” como equivalencia de “Extranjera” en lugar de “Foreigner”. La espesura de lo extraño, lo sin lugar, lo des-ubicado, también se suma como una voz más. Las lenguas, todas, coexisten y se comentan, se explican, y un verso breve halla su doble en otro mucho más largo, que incluye términos y es, a la vez, traducción y exégesis.
Desde el segundo poema se abre una serie de dedicatorias (en inglés, la preposición “a” es suplantada por “after”, que agrega la idea de homenaje, de “a la manera de…”) que comienzan con Mario Benedetti, a quien Kercheval dedica varias piezas, y seguirán con figuras tan dispares como Jorge Arbeleche, Washington Benavides y Eduardo Milán. Es éste uno de los gestos más claros de la apropiación. Kercheval toma los símbolos uruguayos y los pone allí: los poetas, los futbolistas, la bandera, la rambla, los pájaros o el 121, todos aparecen como forma de borrar el título, de volver propio lo que es naturalmente impropio. Sin embargo, la distancia es clara. En las traducciones esto es palpable. Kercheval mantiene las palabras, muchas veces, en castellano, y provoca una disonancia que es una distancia. Los poemas en sus versiones en inglés explican lo que no es necesario explicar, lo que todo uruguayo (o, mejor aun, todo montevideano) entiende sin problemas. La condición de ser otro es una cuestión de lenguaje. Su triple identidad se presenta entonces como problema y como solución. Como desarraigo y libertad.
El lenguaje utilizado es cotidiano y, a veces, vasto. Esto logra momentos de gran fuerza, de gran intensidad en palabras muy “transparentes”, pero es también el principal problema del libro: la confianza ciega, a veces, en un lenguaje que le ofrece constantemente resistencia. Kercheval intenta una apropiación, que legitima con el uso de versos de poetas nacionales, y siempre queda afuera. Allí está la razón de ser de este libro: en la aceptación de ese “quedar fuera”, de esa exclusión permanente. La necesidad de un lenguaje poético nuevo la abre a búsquedas de diversa fortuna: a veces encuentra una imagen, casi como un turista perdido que se da de frente, de pronto, con, digamos, las magníficas esculturas que guarda el Hospital Maciel. Esa imagen queda allí, sostenida y perdurable, pero a menudo los poemas no logran mantenerse, se desmoronan en versos un poco cursis, confiados en la lengua, en unos modos de decir. Y es que cuando Kercheval no quiere ser (sonar) uruguaya es cuando encuentra imágenes más verdaderas, más deslumbrantes (un ejemplo es el verso “Mi piel es el marrón arrugado de suéteres viejos”). En el conjunto, entonces, el poder de unos versos (“La puerta se abre como un libro / who knows what might fly out”), se debilita por momentos por su contacto con los versos circundantes, pero ciertas metáforas, ciertos ritmos, ciertas ideas perduran entre la prosa cortada, entre el homenaje y el prestado lirismo. Esto produce una incomodidad, ¿cómo pueden convivir versos tan inspirados con otros tan artificialmente poéticos?
Sin embargo, lo que queda al terminar el libro, es la idea de una voz que se construye. Que nos recuerda que todos somos, en este país, extranjeros, que nuestra lengua no es la nuestra, sino la de nuestros antepasados que vinieron a inventarse una patria que no tenían. Kercheval ha encontrado una nueva manera de hacer poesía en nuestro país, que no es poco.