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El murciélago, de Jo Nesbø. Random House, Montevideo, 2015. 385 páginas.

En tierra de nadie

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Roja y Negra se llama la colección que dirige Rodrigo Fresán y que ha venido publicando sistemáticamente novelas policiales, noir y thrillers de temática y orígenes diversos. En 2014 inauguró la serie de Harry Hole, el ya famoso inspector estrella de las novelas de Jo Nesbø, con El leopardo (octavo libro en esa serie), que hasta ese momento no había sido traducido al español. Este año siguió con El murciélago y, más recientemente, con Cucarachas.

El murciélago, publicado originalmente en 1997 con el título Flaggermusmannen (literalmente, “el hombre-murciélago”, como Batman), es novedad porque, aunque es la primera de las aventuras de Hole, tampoco había tenido hasta ahora versión castellana. Como varias de las novelas que compondrían el ciclo, se desarrolla fuera de Noruega, casi en las antípodas de Oslo, la ciudad de origen de Nesbø y de Hole. El investigador, alcohólico en recuperación y responsable de una tragedia velada por la Policía en su país, es enviado a Australia por el homicidio de una joven modelo (debilidad del género) compatriota, Inger Holter. En una Sidney que se prepara para los Juegos Olímpicos de 2000, Hole (Holy para los lugareños) se encontrará con Andrew Kensington, integrante de la Policía local y aborigen. Éste no es un rasgo menor, porque, como se hace más acusado en las sucesivas novelas de la serie, los problemas étnicos, los crímenes históricos, los resentimientos sociales y las catástrofes humanas son los verdaderos protagonistas. Las muertes ocasionales, los terribles asesinatos (que en El murciélago no llegan ni cerca del nivel de sadismo de los de las novelas que le siguen) son más bien una excusa para tratar otros temas, tal vez más acuciantes.

Cuando los ingleses llegaron a Australia la denominaron, en función de sus intereses, Terra Nullius, porque allí “no vivía nadie”. En realidad, entre medio millón y un millón de personas habitaban los vastísimos desiertos, las llanuras, las costas y las montañas hacia 1788, año del establecimiento de la primera colonia (que fue una colonia penal). Es éste el verdadero contexto del crimen: una relación que comienza con la expropiación de tierras y costumbres, de lenguas y de personas (el gobierno federal y estatal, en estrecho vínculo con organizaciones misioneras cristianas, tuvo la potestad de quitarles niños mestizos a sus padres y dárselos en adopción a personas de origen inglés, hasta los años 70 en algunas regiones) y que continúa aún hoy con fuertes iniquidades y reclamos. Así, el nombre de la novela (aunque algo distinto, como se ha dicho, en el original) refiere al animal que en algunos pueblos se relaciona con la muerte o su inminencia, y el libro está dividido en tres secciones (“Walla”, “Moora” y “Bubbur”), que siguen un antiguo mito aborigen de amor y muerte.

Nesbø, por medio principalmente de tres personajes, Andrew, Toowoomba y Joseph (cuyos nombres ya revelan algo de sus distintas historias personales y su relación con sus orígenes), llena el texto de referencias a la rica mitología originaria y se apropia de sus impactantes imágenes y sus metáforas, a menudo animales, con lo que inicia un rasgo propio estilístico que retoma consecuentemente en la serie (la imagen de las cucarachas en la segunda novela, la del petirrojo en la tercera y la del leopardo, ya mencionada, en la octava, por citar algunos ejemplos claros desde los títulos). Esa tensión entre culturas es, entonces, el principal tema y la forma en que se presenta el thriller, en un país de famoso cosmopolitismo, que el autor retrata con soltura.

Sin embargo, más allá de esos ricos recursos estilísticos y temáticos, El murciélago sólo tiene interés como rareza. Su lectura se vuelve a veces tediosa, debido a distracciones, a procedimientos estereotipados y a parrafadas plagadas de lugares comunes. Si bien la historia es conducente y está llena de personajes sorprendentes y recordables (entre los que sobresale el histriónico Otto Rechtnagel), de escenas de decadencia y de abyección bien trabajadas, y de acciones trepidantes y veloces, no constituye, en tanto unidad, una novela armada, sólida, y su desenlace es francamente banal. No ayuda la horripilante traducción “revisada para el Cono Sur” (así se especifica en las primeras páginas), que cambia sistemáticamente las personas gramaticales, los insultos y, sobre todo, las palabras que aluden al sexo, pero se olvida de modificar los numerosísimos giros lingüísticos, las frases hechas y muchos de los sustantivos y coloquialismos peninsulares, enrareciendo el texto por la contigüidad de voces disonantes que lo vuelven extraño, de un hibridismo antinatural y monstruoso, cuando debería ser de prosa ágil y concisa.

Es en este sentido que El murciélago puede interesar sobre todo a los seguidores acérrimos de las aventuras de Harry Hole que quieran saber más acerca de él y de su vida privada, que se va contando (más que en ninguna otra novela, probablemente, en relación con la extensión de la obra) mediante largos pasajes casi oníricos, otra rareza que ayuda a construir mejor la imagen del investigador, pero que no alcanza, ni de cerca, la potencia expresiva de lo que viene después.

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