“Seguiría haciendo críticas y crónicas, pero [...] de la noche a la mañana, se dejó de hablar de Paul Newman o Julia Roberts para dar espacio a Paris Hilton como personaje clave. Es un poco deprimente”, sintetizaba a los 87 años Antonio Taco Larreta. Ayer se repitieron hasta el cansancio las incontables actividades a las que se dedicó este artista fundacional de la cultura uruguaya: fue crítico de cine y de teatro, actor, dramaturgo, guionista -de cine y televisión- y traductor. Pero también fundó y dirigió importantes compañías del teatro independiente, como el Club de Teatro (1949) y el Teatro de la Ciudad de Montevideo, en este caso junto con su amiga China Zorrilla y Enrique Guarnero, con quienes hizo importantes giras europeas.
Éste sería un intento fallido de recuerdo si no se agregara, además, que Taco se convirtió en uno de los directores y puestistas más destacados, con una obra que abarca la segunda mitad del siglo XX y los comienzos del XXI, con títulos como Rencor hacia el pasado (1960); ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1965, que tradujo y adaptó sólo tres años después de que la estrenara su autor, Edward Albee), que llevaba a escena a dos matrimonios histéricos y bizarros, y retrataba rencores y miedos de una pareja en crisis de un modo bastante provocador para la época; su poderosa y fundamental Fuenteovejuna (obra de Lope de Vega adaptada por él y Dervy Vilas en 1969); Un enredo y un marqués (1963, que contó con más de 50.000 espectadores), y Rey Lear (1996), entre más de 50 espectáculos.
Durante su exilio español (1973-1985), Taco Larreta hizo un importante trabajo como libretista de cine y televisión. Después de la muerte de Francisco Franco, el gran acercamiento a Francisco de Goya fue la serie de televisión Goya 1746-1828, por la que Larreta se quedó, como no podía ser de otra manera, con el premio Goya a mejor guionista. Ése no fue el único vínculo con el pintor. Años antes, ganó el premio Planeta con su novela Volavérunt (1980), que el irregular y talentoso director Bigas Luna llevó a la pantalla en 1999. La novela fantasea con la muerte de la duquesa de Alba, aparentemente la más rica y liberal de su tiempo, a partir de una gala a la que asiste, claro, Goya. Además, Larreta fue el guionista de la exitosa serie televisiva Curro Jiménez y de varias películas, entre las que se encuentran Juana, la loca (2001) y Las cosas del querer (1989).
La dramaturga Mariana Percovich, directora de Cultura de la Intendencia de Montevideo, recordó sus puestas en escena legendarias en el teatro El Galpón. Cuando Taco volvió del exilio, ella comenzó a encontrarse con él para conversar sobre su vida y su obra, y así se aproximó a sus montajes, como Ángeles en América, que estrenó en el teatro Circular. De este modo Percovich compartió la memoria del Teatro de la Ciudad de Montevideo, y a partir de ese testimonio montó su obra Chaika (2009), con un personaje que homenajeaba a Larreta, interpretado por Carlos Sorriba.
“Es el pilar de una nueva manera de ver el teatro”, dijo Percovich. “Él planteó la necesidad de que los actores fueran profesionales y ganaran dinero por su trabajo. En el momento en que se estaba pensando el teatro independiente, y cuando algunos consideraban que el teatro sólo debía servir al pueblo y no tener dinero, el planteo de Taco fue avanzado y revolucionario. Fue un absoluto pionero de luchas que se irían a retomar muchísimos años después, por el derecho de los artistas a ganar un salario, además de su trabajo precursor con el Teatro de la Ciudad de Montevideo y su manera de producir teatro”, agregó.
Sobre el voraz interés de Larreta en los textos contemporáneos (que llegaba a conocer y traducir con una agilidad sorprendente), la directora contó que él siempre estaba atento a los autores, a la dramaturgia y a la traducción. En 2008, el que sorprendió a Larreta fue el conocido cineasta argentino Carlos Sorín: uno de sus últimos trabajos -a los 87 años- fue el protagónico del film La ventana, en el que, a partir de un personaje octogenario, se retrataba el paso del tiempo y la inminencia de la muerte.
No fue ésa la primera vez que Taco participó como actor en una película: otro papel recordado fue el de La memoria de Blas Quadra, trabajo intimista de Luis Nieto, filmado en 35 milímetros, en el que encarnó a un escritor ciego de la generación del 45, rodeado por tres mujeres: una secretaria (Margarita Musto), una periodista (Laura Schneider, que volvía a ese papel después de El dirigible) y una empleada (Norma Quijano). Recordando aquel encuentro, Musto -hoy al frente de la Comedia Nacional- dijo a la diaria que el director de De mil amores tenía un gran carisma frente a la cámara, además de una percepción “muy interesante” de los personajes y su construcción: “Era alguien muy pícaro, con una percepción muy fina sobre los comportamientos y las personas”, sintetizó.
A todo trapo
“Cuidado, Comendador, / con la ballesta en la mano / Frondoso, que era un villano, / se ha vuelto todo un señor”, decía la canción principal de Fuenteovejuna. El docente e investigador Roger Mirza sitúa aquella obra (que se mantuvo cuatro años en cartel, en la sala grande de El Galpón) como una de las puestas más destacadas de Taco. “Fuenteovejuna provocó una polémica increíble, y fue muy importante por su repercusión, dado que se trataba de una adaptación del texto de Lope, con algunas modificaciones aclaradas por un presentador. Algunos lo vivieron como algo escandaloso, tomando los temas desde una perspectiva más bien literaria y conservadora, con el precepto de ‘no tocar’ un texto clásico, y considerando un atrevimiento incluir versos propios junto a los de Lope”, cuenta. Agrega que en realidad lo que se debía evaluar era el resultado, y él lo define como “magnífico”, además de coherente, porque Fuenteovejuna tomaba, originalmente, una posición revolucionaria en el contexto histórico e ideológico de su época, al apoyarse Lope en la autoridad del rey para contrarrestar el poder excesivo de los nobles.
El crítico expresa que la puesta respondía al modelo del teatro de Bertolt Brecht, tanto por su puesta en escena como por su concepción del rol del teatro en la sociedad. Introducía una serie de elementos distanciadores, como los actores vistiéndose en escena, la inclusión de carteles anunciadores y coros, “en una concepción brechtiana que él manejaba maravillosamente bien y que llevó al extremo. A tal punto que, en vez de distanciar, finalmente lo que producía era una adhesión mucho mayor. Al comienzo había una canción de casamiento interrumpida por un noble, que de cierto modo aludía a ese abuso de poder de la nobleza. Luego la canción se retomaba con un tono sombrío y con una percepción fúnebre. Esos recursos, sumados al tono de la vestimenta y a la plástica de la puesta, la volvían estupenda. Incluso quienes lo acusaban de modificar el texto de Lope, al mismo tiempo, lo elogiaban desde el punto de vista plástico, como sucedió en la crítica de El Día”. Mirza dice que Taco percibía muy bien el núcleo de las obras, lo que hablaba de su intuición, dado que “transformaba todos los temas que abordaba. Esto también muestra el oficio teatral de Taco. Porque una de sus características, y eso ha sido elogiado por todos, era su versatilidad, destacándose como adaptador y director -más allá de su papel de Hamlet-”.
En 1971 Larreta escribió un texto incendiario, Juan Palmieri, que ganó el premio cubano Casa de las Américas y que sólo se estrenó en Buenos Aires en 1973 (por Walter Vidarte) y en un pequeño teatro de Durazno en 1987 (por Rosina Rosa), después de haber sido traducido y adaptado en países muy dispares. El estreno montevideano fue en 2012, dirigido por Stella Rovella; fue la última obra de Taco estrenada en la capital y, en un acto de justicia poética, ese año ganó el premio Florencio a mejor texto de autor nacional. Según Rovella, él hizo en 1971 un llamado de alerta que se resumía en una hora y media: “Iba de 1967 a 1969, cuando comenzaba el pachecato, en unos años de represión brutal. Taco lo vio muy claro en 1971 y la dictadura fue en 1973”. La directora recordó que en 2012 algunos grupos de izquierda criticaban a “los intelectuales”, y que cuando fue a recibir el Florencio le agradeció a Taco y recordó “que se volvía a demostrar que la intelectualidad siempre había estado comprometida con el movimiento popular”.
Este rabioso intento de resumir la trayectoria de Taco Larreta deja de lado sus audaces críticas -tanto en El País como en Marcha-, su película Nunca viajé a Viena, su novela A todo trapo y Las maravillosas (1998), obra que actualmente ensaya la Comedia Nacional, y que retrata y rescata a importantes mujeres uruguayas. El carácter incansable y apasionado de este hombre múltiple nos sigue alcanzando.