Para continuar la muy exitosa serie de novelas Millenium, creada por el sueco Stieg Larsson, los herederos de éste contrataron a David Lagercrantz (ver ladiaria.com.uy/UI9), y este libro, titulado Lo que no te mata te hace más fuerte, es el resultado.
Lo que hizo Lagercrantz no es lo que se llama fanfiction, un tipo de trabajo literario que recrea obra ajena, pero con tres características que están ausentes en Lo que no te mata...: por lo general, quienes producen fanfiction son aficionados en dos sentidos de la palabra (amateurs y también, como el nombre del fenómeno lo indica, fans del original); publican sin autorización e introducen en sus tramas ciertas variantes con respecto al modelo, que suelen tener que ver con fantasías personales. Cincuenta sombras de Grey y los otros libros de esa serie comenzaron como una fanfiction de la saga romántica con vampiros Crepúsculo (como si no hubiera sido suficiente con ésta).
Lagercrantz, en cambio, cumple un encargo oficial y probablemente muy bien remunerado. Es obvio que se trata de un escritor profesional, e incluso de uno más profesional que el de la trilogía original, entre cuyos méritos no estaba una prosa de especial refinamiento o elegancia (por lo menos a juzgar por las traducciones al español y al inglés). En cuanto a las diferencias y semejanzas de su libro con los anteriores (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire)... Bueno, en ese terreno se confirma que Lo que no te mata…, lejos de haber sido escrito por un fan, es la prolija labor de alguien que sirve a los intereses de sus empleadores.
El libro tenía que ser aceptable para el promedio del público masivo que compró los anteriores. Destaco la palabra “promedio” dado que, por razones que cualquiera se puede imaginar, es muy probable que se haya descartado de antemano el intento de dejar satisfechos a ciertos fans fervientes de la serie, indignados por la sola idea de continuarla. Lo importante era tratar de que, en grandes números, los lectores recibieran un producto en el que los personajes, su entorno y sus aventuras les resultaran reconocibles y razonablemente similares.
Esto implicaba, por supuesto, acotaciones al trabajo de Lagercrantz: no podía, por ejemplo, jugar a ser JK Rowling y matar a un personaje importante, y tampoco hacerlo comportarse de un modo muy distinto al que esperaban quienes ya habían leído la trilogía de Larsson; y menos aun podía bloquear la posibilidad de que tras ésta vinieran una o muchas más novelas. Los aportes de Lo que no te mata... a la construcción de los personajes centrales -el periodista Mikael Blomkvist y la hacker Lisbeth Salander- son nimios y en algún caso tontos.
Lo que Lagercrantz o sus empleadores sí consideraron viable, y quizá conveniente, fue buscar un número de lectores aun mayor que el que Larsson había logrado cautivar. Lo que no te mata... es un inevitable best seller que asume su condición, y “corrige” aspectos de sus predecesores que los hacían algo incómodos para el público masivo.
Antes, varios personajes fumaban un cigarrillo tras otro “en escena”; ahora sólo lo hace uno, secundario, y se nos dice cuánto daño le causa. Los malos de Larsson eran monstruos morales; los de Lagercrantz son bastante menos chocantes. Antes había villanos dentro de varias instituciones públicas, pero en éstas aparecían también personas en las que se podía confiar; en Lo que no te mata... ocurre lo mismo, pero hemos pasado del ámbito nacional sueco (en el que, al menos desde aquí, cuesta poco imaginar que hay funcionarios decentes) a un escenario internacional en el que actúa nada menos que la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (de la que, desde cualquier parte del mundo, es prudente sospechar que los problemas no se deben sólo a desviaciones individuales).
El resultado es más pulcro y menos interesante.