No es raro que un fenómeno como los Redondos (nadie usa el nombre de la cédula: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) haya generado más literatura que cualquier otra banda argentina. Está la obra, esos 11 discos conceptuales, gráficamente ambiciosos y con letras poco figurativas, más unos 40 temas inéditos, pero también está el estilo de vida de sus integrantes, aislados cada vez más de la mirada pública -en especial el Indio Solari, cantante-, está el aparato monstruoso de autogestión que construyeron bajo la bandera de la independencia y está esa masa de público inmensa y más heterogénea que lo que anuncia el estereotipo, que los convierte en un fenómeno ineludible para la historia del rock argentino.
Variados fueron también los ángulos desde los que algunos autores argentinos intentaron acercarse al misterio. Indio Solari: el hombre ilustrado (Sudamericana, 2005), de Gloria Guerrero, es un intento de reconstruir al hombre detrás de la cortina a través de testimonios de amigos, ex amigos, allegados y parientes, además del relato de la propia Guerrero, que vio nacer en vivo la ola años 80 del rock argentino. Ese libro, una biografía definitivamente no autorizada, revela, además de anécdotas, datos médicos y toxicológicos. Solari declaró su aversión por esa obra, algo que probablemente hable más de su calidad que de sus fallas.
Desde una óptica de fana, Jorge Boimvaser escribió A brillar, mi amor (Debolsillo, 2006), un repaso afectivo, militante y centrado en la mística, o sea, en todo lo que no es música. Aparecen crónicas de recitales, historias de excesos en los colectivos que llevaban a los seguidores incondicionales a cada rincón de Argentina donde tocaba la banda y entrevistas con “gurúes” ricoteros. La tesis que vertebra el libro es: Patricio Rey es dios, los Redondos son sus sacerdotes, los seguidores son feligreses y cada toque es una misa. Esa visión romántica alcanza momentos extremos de ceguera voluntaria, como argumentar que los actos de vandalismo en recitales fueron obra de “gente de afuera” y no de la masa ricotera.
Una óptica opuesta es la de Filosofía ricotera: tics de la revolución (Editorial Del Nuevo Extremo, 2013), de Pablo Cilio, un intento de reconciliar lo popular y la academia -desde la academia, claro: Cilio es profesor de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires- y de rescatar la faceta letrada del Indio, formado en la teoría posestructuralista de los 70 y la literatura beat. La idea de que hay una filosofía de fondo que sostiene toda la lírica de Solari sirve de excusa para extraer con fórceps a autores como Deleuze de esos estribillos generadores de pogo y “explicar” algunas de las frases, como si la ambigüedad no fuera un ingrediente clave de esas líneas, que han salvado a tantos periodistas de los dos polos del Plata en busca de títulos. Por exceso de intelectualidad, por desborde fanático o por centralidad exacerbada en la persona más que en el artista, esos son sólo tres de la veintena de libros que se acercaron al fenómeno y dejaron costados flacos. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: Fuimos reyes, lanzado este año y que va por su segunda edición, se distancia ya desde su prólogo: “Sabemos lo que el libro no es: no es un libro hecho por fans; no es un libro con intenciones académicas, ni sociológicas, ni musicales; no es un libro cínico”.
Dos del palo
Los autores no ocultan su corazón ricotero, pero tienen oficio. Mariano del Mazo es editor de música en Clarín y conductor de radio; Pablo Perantuono escribe en la revista Rolling Stone y tiene el antecedente de una entrevista con el Indio para la revista Orsai que no dejó nada conforme al cantante (dato que la solapa de Fuimos reyes omite con astucia). Queda claro que al Indio le rechina cuando la voz que lo relata no es la suya; quizá por eso estrenó este año el documental Indio Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado (la banda que lo acompaña en la carrera solista que inició en 2004) y habló de publicar una autobiografía.
Solari es el único ex Redondos que no dio entrevistas para el libro, y la ausencia de su discurso omnívoro hace espacio para que aparezcan otras voces. Del Mazo y Perantuono lograron escarbar en la historia mucho más que Guerrero: aparecen la infancia obrera de Solari, el origen aristocrático -de verdad- del guitarrista Eduardo Skay Beilinson y la precoz iniciación en la vida rockera de Carmen Castro, que bajo el seudónimo La Negra Poli se convirtió en gestora del proyecto desde tiempos en los que conseguía verduras para alimentar a la numerosa y hippie comunidad que integraron los tres antes de formar los Redondos. Uno de los datos inéditos: el padre de Skay fue secuestrado en los años 70 por el Ejército Revolucionario del Pueblo, y la familia tuvo que vender “algunas propiedades” para pagar un rescate de varios millones de dólares.
Con un ojo atento en el contexto sociopolítico de cada etapa de la banda, los autores pintan la efervescencia de La Plata en los años 60, las universidades intervenidas por la dictadura en los 70 que expulsaron a los jóvenes a bares subterráneos, el retorno a la democracia, el menemismo y la crisis de 2001. Periodistas antes que nada musicales, no intentan diseccionar las letras del Indio y se lanzan más bien a capturar atmósferas estéticas, con ese lenguaje sinestésico al borde del sarcasmo que se hizo típico de la Rolling Stone estadounidense y que tan bien les salió a críticos como Greil Marcus y Simon Reynolds. Así van pasando los trabajos: Gulp! (1985), desprolijo e iniciático; Oktubre (1986) con su mística de revolución frustrada a la salida de la dictadura; Lobo suelto/Cordero atado (1993), disco doble y primera búsqueda de un “buen sonido”; Último bondi a Finisterre (1998), desesperanza nihilista al ritmo de samples y ruiditos electrónicos.
Hacia el centro del libro, un segmento corta el ritmo de un relato ascendente como la carrera de la banda, que hizo un clic de popularidad a principios de los 90: se trata de una crónica judicial, basada en documentos, partes forenses y expedientes a lo A sangre fría, de Truman Capote, que reconstruye la muerte del fan Walter Bulacio, a manos de varios policías fuera del estadio Obras Sanitarias mientras, puertas adentro, la banda presentaba el disco La mosca y la sopa.
El final no es feliz. Aparecen varias versiones de la discusión entre Solari y la pareja Beilinson-Castro que puso fin a 25 años intensos de carrera y bifurcó la dupla compositiva en dos carreras solistas (que exhiben la falta de oficio letrístico de Skay y la ausencia de instinto arreglístico del Indio). Solari anunció este año que sufre una enfermedad crónica (no dijo cuál) que le estaría complicando su futuro artístico; Beilinson, mientras, sigue tocando en Uruguay y Argentina varias veces por año con un público más magro. Todo parece indicar que jamás va a ser satisfecho el “sólo te pido que se vuelvan a juntar” que canta el público en cada recital de alguno de ellos. Fuimos reyes, entonces, no sólo admite el ocaso definitivo de los Redondos desde la conjugación del verbo en su título: es también un justo punto medio entre el fanatismo y el periodismo que ofrece una narración minuciosa y atractiva de los hechos y que, como debe ser, no logra explicar lo inexplicable.