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Enrique Vila-Matas. Foto: Iván Franco (archivo, setiembre de 2014)

El catalán latino

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Enrique Vila-Matas ganó el premio FIL 2015.

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“Pero ¿cuándo he mentido? ¿Con qué escritor?”, preguntó con falsa ingenuidad antes de reconocerlo: “He mentido con todos; les he creado una vida diferente”, dijo Enrique Vila-Matas durante el último Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA, ver: www.ladiaria.com.uy/ADBZ), cuando se le recordó que en alguna oportunidad había sido acusado de faltar a la verdad, al menos en lo que se refiere a anécdotas que cuenta sobre otros escritores. Ahora el autor catalán ha vuelto a ser noticia: la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) lo distinguió con el premio FIL 2015 por su “aporte significativo a la literatura de nuestros días”, y recibirá oficialmente la distinción el 28 de noviembre, durante la inauguración de esa feria, una de las más importantes entre las dedicadas a la literatura en español.

Ésta es la segunda vez que Latinoamérica premia a Vila-Matas con uno de sus galardones literarios más significativos, ya que en 2001 recibió el Rómulo Gallegos por El viaje vertical, novela signada por el recurso estilístico de que su narrador sólo se insinúa al comienzo y luego termina convirtiéndose en uno de los personajes principales.

Por varias razones el nombre de Enrique Vila-Matas siempre se convierte en noticia: ya sea por sus ingeniosas columnas en el diario El País de Madrid o por el reconocimiento que le hacen distintos medios internacionales. Recientemente, periódicos como The New York Times y The Guardian lo incluyeron entre los cinco mejores autores latinoamericanos del año, seguramente por el vínculo cercano que ha mantenido con este continente desde principios de los años 90.

Según publicó El País madrileño, el autor de Dublinesca dijo acerca de este nuevo premio: “Es una agradable noticia que me llega de Jalisco, de la tierra de Juan Rulfo. Y la sitúo en el contexto de mis estrechas relaciones desde hace un cuarto de siglo con la literatura latinoamericana. El premio lo veo no tanto como un mérito mío, sino como un regalo muy generoso procedente del país que primero apreció mi literatura. Me dicen que el premio reconoce la obra de escritores con ‘un aporte significativo a la literatura de nuestros días’, y yo entiendo que encajo en esta premisa: escribo en la necesidad de encontrar escrituras que nos interroguen desde la estricta contemporaneidad y que no se limiten a reproducir modelos que ya estaban obsoletos hace 100 años”.

A la tradicional hora de dedicarle a alguien la distinción, eligió al escritor mexicano Sergio Pitol, a quien consideró decisivo en el surgimiento de su vocación literaria, y de quien recuerda que en Varsovia, durante los años 70, le dijo que escribiera “y que no hiciera nada más”. El autor ha mantenido una relación muy cercana con México y con varios de sus autores. En 2006, por ejemplo, fue uno de los que participaron en el homenaje a Pitol que se realizó en Veracruz. En cuanto a su vínculo con ese país norteamericano, dijo que para él tiene mucho sentido recibir un premio allí, “porque la misma feria de Guadalajara forma parte de mi biografía tanto como de mi imaginario narrativo”.

Vila-Matas es uno de los autores que más han contribuido a la renovación de la narrativa europea y latinoamericana. En su extensa obra, traducida a más de 30 idiomas, se encuentran novelas como Bartleby y compañía (2001), El mal de Montano (2003); Doctor Pasavento (2006), Dublinesca (2010) y Exploradores del abismo (2007), que alternan su clásico juego creativo con el lector: sus temas suelen ser el escritor que prefiere no escribir -o que busca incansablemente la inspiración-, la narración que reflexiona sobre sí misma y la escritura como un salto al abismo.

Recuerdos inventados

En su visita a Montevideo por el FILBA, el catalán dijo que se encontraba muy bien en esta ciudad, y se lo notaba contento por haber podido visitar la Torre de los Panoramas, pese a que el vértigo le había jugado una mala pasada. En la charla recordó otro edificio montevideano, el ex hotel Cervantes, y su cruce con el cuento de Julio Cortázar, “La puerta condenada”, ambientada en ese lugar. “El hotel Cervantes, en la calle de Soriano entre Convención y Andes, continúa en pie. Así que, si algún día voy a Montevideo, iré a verlo [...]. He mirado en internet y parece que el hotel no ha cambiado mucho, continúa sombrío y tranquilo”, escribía en una columna de 2007. Pero claro, de esto hace ya ocho años, cuando el edificio del Cervantes aún no había sido adquirido por una nueva empresa.

Cuando se le pregunta por el aburrimiento y la escritura, él responde: “Se escribe para escapar de él. Esto en parte desacraliza el hecho de escribir, ya que no se escribe con grandes fines o noblezas, aunque también puedan existir, como puede ser cuando se hace para sobrevivir, por ejemplo, y sobre todo para divertirse o pasar el tiempo, que es lo que decía [Georges] Perec. Pasar el tiempo significa que cuando faltan tres horas para salir de viaje y ya tienes hecha la maleta, y no hay nadie en tu casa y no vas a salir a la calle, ¿las tres horas que tienes por delante van a pasar muy rápido si te pones a escribir? No, porque vas a quedar aprisionado por lo pasional que es el hecho de escribir”.

Es que el eje central de su literatura es la literatura misma, y por eso su fazer horas -expresión portuguesa que admira- se convierte casi en un símbolo. París no se acaba nunca, por ejemplo, es una novela -con título que cita a Ernest Hemingway, a quien se evoca de manera constante a lo largo del relato- estructurada como una larga conferencia, en la que el narrador relata al auditorio sus vivencias como aprendiz de escritor en la capital de Francia a comienzos de la década del 70, donde vivió en una buhardilla alquilada a Marguerite Duras. De hecho, la prosa de ese libro, publicado en 2003, es Vila-Matas en su estado más puro, asumiendo la vida desde la propia literatura, desde ese mundo que excede la determinación, tal como sucede con el personaje de El mal de Montano (2002).

En su obra, los distintos narradores se empecinan en difuminar los límites entre la realidad y la ficción, como el paradójico personaje de Bartleby y compañía, que 25 años antes había publicado un relato y luego renunció a volver a hacerlo, motivo por el cual se propone hallar en la historia literaria los diversos autores que, en algún momento, decidieron también abandonar la escritura. Estos bartlebys toman su nombre, por supuesto, del escribiente Bartleby, el oficinista de un relato de Herman Melville que, cuando se le solicitaba un trabajo o se le pedía que contara algo, siempre respondía: “Preferiría no hacerlo”. En sus trabajos Vila-Matas construye una estética que parte del ensayo aunque con una impronta narrativa, y al igual que en sus novelas y sus cuentos, desarrolla una narración con ánimo ensayístico que, paulatinamente, funda un canon literario propio a partir de su propia ficción.

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