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Carmen Balcells. Foto: Angel Díaz, Efe (archivo, marzo de 2011)

La mamá grande

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Carmen Balcells (1930-2015)

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“A Carmen Balcells, sin otro motivo que darle las gracias”. Ésta fue la dedicatoria de Cuando ya no importe, la última y desgarradora novela de Juan Carlos Onetti. Años después, su viuda, Dorotea Muhr, recordó que un día llegó una carta a Montevideo, cuando Onetti todavía era poco conocido. La misiva era de Carmen Balcells. Se presentaba como agente literaria, le decía que trabajaba con nombres como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, y una apabullante lista de escritores. “Le dijo: ‘¿quiere entrar conmigo?’, y Juan contestó que sí”. Estos recuerdos de Dolly incluyen la admiración y el cariño que Onetti -no tan afecto a demostraciones- sintió por ella. De hecho, según Dolly, Balcells fue la que “inventó a Juan”: “Juan escribía y no le importaba nada lo que pasaba con sus libros, pero ella lo hizo, lo publicó por todos lados. Mira, todos éstos son traducciones en todos los idiomas, hasta en ruso, checo, japonés, inglés, francés...”. Hasta ayer, cuando falleció a los 85 años, Balcells continuaba siendo la agente de otros dos uruguayos: Felisberto Hernández y Napoleón Baccino Ponce de León.

Una auténtica leyenda de la edición. En eso se convirtió Carmen Balcells, la agente literaria más famosa del mundo hispano, y la precursora de una profesión en la que estableció variadas reglas. Conocida como la Mamá Grande por un relato de Gabriel García Márquez, que la coronó como su personaje, ella fue, para sus autores, mucho más que una agente. Algunos, como el inabarcable Manuel Vázquez Montalbán, la definieron como una liberadora: “Hasta ella, los escritores firmaban contratos vitalicios con las editoriales, percibían liquidaciones agonizantes y a veces, como premio, recibían algunos regalos en especie, por ejemplo, un jersey o un queso Stilton”.

Así, Balcells confinó los contratos vitalicios e instauró cláusulas de cesión de derechos por tiempos limitados. Además, fue un estruendo con las editoriales. Según reproduce El País de Madrid, en 1982 Balcells respondió al sello Bruguera: “Recibido tu télex acerca de la reedición de El otoño del patriarca, de García Márquez, en Club Bruguera: no estamos en absoluto de acuerdo y no aceptamos esta propuesta. Tanto García Márquez como [Camilo José] Cela deberán percibir sus derechos íntegramente, como está previsto en los contratos. Y no la mitad. ¿O es que los fabricantes de papel os regalan la mitad para promociones?”. Cuatro años antes, también le respondía a la editorial porteña Losada: “Lamentamos tener que comunicarles que si la próxima semana no tenemos constancia de su giro por todas las sumas pendientes consideraremos rescindidos los contratos Rafael Alberti. Stop. Ustedes comprenderán que hemos insistido y esperado todo lo que era posible tratándose de este autor. Stop”.

Incluso ella misma -en una carta que escribió al chileno José Donoso en 1972- se definió en estos términos: “La reacción de [Carl] Brandt me parece pálida con respecto a la que hubiera tenido yo. Mi relación con [Manuel] Puig, [Ernesto] Sábato y otros ha terminado como la de Brandt contigo y, contrariamente a lo que parece por el tono festivo que mantengo con mis representados, a la hora del business soy implacable”. Donoso, que le escribía largas misivas expresando los pesares económicos, la designa como un “ángel tutelar, gallina clueca y musa de la literatura contemporánea”. De manera que su vehemencia contra los incumplimientos de una editorial se convertía en comprensión y acogida para los autores atrasados con sus entregas, o cuando vivían terribles momentos económicos, y muchas veces llegó a prestarles dinero para que pudieran escribir tranquilos.

Tal vez por éstas y otras razones, Balcells acogió a más premios Nobel que cualquiera, y a muchos otros escritores antes de que ingresaran al canon del siglo XX: Vargas Llosa, García Márquez, Cela, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Vicente Aleixandre, Carlos Fuentes, Julio Cortázar. Y, de hecho, el boom latinoamericano detonó en su agencia, que fundó en 1960.

La Gran Dama nació el 9 de agosto de 1930 en Santa Fe de Segarra (Barcelona). Carlos Fuentes decía que “cuando Cervantes apareció, Carmen Balcells ya estaba ahí”, reflexionando sobre el rol de su agencia. El año pasado, Balcells sorprendió cuando anunció un acuerdo de intenciones con el fin de gestar una nueva agencia internacional con el Chacal estadounidense, Andrew Wylie, representante de casi 1.000 escritores, que logró ingresar al mercado hispano después de haberse convertido en albacea de Roberto Bolaño (ahora que cayó esta supuesta alianza imbatible, el Chacal pondrá todas sus fichas para quedarse con la agencia de Balcells, como ya había intentado años atrás).

A esta mujer entusiasta y convencida de sus principios nunca le preocupó el futuro de la literatura y del libro frente al estallido de las nuevas tecnologías. “El libro no morirá nunca”, dijo en una entrevista con El País madrileño en 2009. Y fue más allá: “La televisión no acabó con la radio, ni con el cine, e internet no acabará con nada. El mundo del desarrollo tecnológico es fascinante, llegará a las aldeas, habrá más lectores, y todo el mundo saldrá beneficiado”. Balcells no sólo pasó a la posteridad como una gran impulsora del boom, sino también como una figura fundamental en la historia de la literatura mundial.

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