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El hombre que hizo bailar al mundo

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Robert Stigwood (1934-2016)

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Pocas personas deben haber sido más odiadas por el público de rock de los años 70 que el australiano Robert Stigwood, tal vez el principal responsable del estallido de la música disco, pero hoy, con algo de perspectiva, su figura como generador de fenómenos culturales no deja de asombrar. Había emigrado en los años 50 a Inglaterra, donde descubrió que nada estaba generando tanto dinero como la naciente escena musical pop. Formó su propia compañía de management y dirigió las carreras fugaces pero exitosas de artistas como Billy Fury, Tommy Steele y John Leyton, con quienes mantuvo una relación basada en una fuerte inversión monetaria y un control absoluto. Los resultados fueron tan redituables que se asoció con Brian Epstein, quien llegó a proponerlo como su sustituto para manejar a The Beatles. Pero al parecer éstos odiaron unánimemente al parlanchín, gastador e hiperactivo Stigwood, y descartaron la idea.

Sin embargo, el mánager fue contratado por el primer supergrupo, que iba a dominar la escena musical británica durante un tiempo: Cream. Ese trío formado por Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker era la formación más inestable del mundo, pero Stigwood se las arregló para mantenerlos juntos varios años, y quedó al lado de Clapton en sus siguientes proyectos. En el medio se hizo cargo de la carrera de un joven grupo de compatriotas australianos, con quienes establecería la relación más prolongada y exitosa de su vida; era la banda formada por tres de los hermanos Gibb, The Bee Gees, a la que acompañó en sus comienzos de folk-pop y en su conversión posterior en estrellas de la música disco.

Stigwood creó su propia compañía discográfica -RSO Records-, y también produjo espectáculos musicales de fenomenal éxito, como Hair y Oh! Calcutta! Lógicamente, sus intereses terminaron llevándolo a la industria del cine, con una productora (RSO Films), dedicada a generar musicales cuyas bandas de sonido fueran editadas por su sello.

Tras dos éxitos más que apreciables, como la versión cinematográfica de Jesus Christ Superstar (1973) y la ópera rock de los Who, Tommy (1975), Stigwood decidió hacer una película basada en una nota de Rolling Stone sobre la escena de los bailes de música disco de Brooklyn, y utilizar para ello la música de sus protegidos The Bee Gees, que estaban incursionando en el género bailable. La película fue Saturday Night Fever (John Badham, 1977) y cambió la faz de la cultura occidental durante su fugaz pero astronómico éxito. El fenómeno continuó con una adaptación de una comedia de 1971 ahora aderezada con toques disco, Grease (Randal Kleiser, 1978), que terminó de consagrar al protagonista de ambas películas, John Travolta, como la mayor estrella mundial, y a Stigwood como uno de los mayores magnates del entretenimiento.

Pero el rápido descrédito del fenómeno disco le hizo tomar algunas decisiones nefastas, como la producción de un musical basado en el disco Sgt Peppers’ Lonely Hearts Club Band que parecía una venganza contra el antiguo rechazo de The Beatles, y que fracasó a pesar contar con Peter Frampton, The Bee Gees y Aerosmith. Una aproximación a la escena del punk, llamada Times Square (Allan Moyle, 1980) fue un producto de mejor calidad (y se volvió una película de culto), pero también fracasó en la taquilla. Stigwood siguió produciendo films, aunque con más bajo perfil y mayor diversidad que antes. Entre ellos vale la pena destacar la excelente Gallipoli, de Peter Weir, y la exitosa versión cinematográfica de Evita protagonizada por Madonna. Pasó sus últimos años gastando las montañas de dólares ganados con sus películas de los 70 y murió el lunes sin que se informara sobre las causas.

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