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El pan de los locos, de Buceo Invisible. Bizarro, 2015.

El placer de la melancolía

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El pan de los locos, de Buceo Invisible. Bizarro, 2015.

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El colectivo Buceo Invisible -que combina música y poesía con un fuerte énfasis en lo audiovisual en sus presentaciones en vivo- lleva casi 20 años de carrera, pero recién se hizo visible en las bateas en 2006, con Música para niños tristes. Aquel debut discográfico desentonaba, ya desde el título, con la movida dominante del rock nacional de la época, del Pilsen Rock y de la arenga celebratoria del estilo “vamo'-loco-que-esto-es-una-fiesta-y-hay-que-hacer-pogo” (recordemos, por ejemplo, que No Te Va Gustar y Trotsky Vengarán cantaban “tenés que saltar” y “hay que saltar”, respectivamente; aunque quizá era una metáfora elevada...). La impronta melancólica y más madura de Buceo Invisible se destacaba, además, por eludir cualquier atisbo de actitud lastimera y de victimización, un camino por el que es fácil desviarse cuando se trabaja con contenidos tristes -y mucho más fácil cuando se escribe como un adolescente de 15 años que cree que la culpa de todas sus desventuras es de los demás o del mundo feo en el que le tocó vivir-. Así las cosas, demostraron que se puede cultivar canciones hermosas con semillas tristes, como, por ejemplo, el tan temido domingo de lluvia.

En diez años el panorama del rock nacional cambió por completo, pero Buceo Invisible, luego de dos discos más -y de dos álbumes como solista de Diego Presa, uno de sus cantantes y principal compositor-, sigue en pie, como el primer día. O quizá mejor. El pan de los locos es el reciente trabajo del colectivo multidisciplinario, que tiene la particularidad de haber sido grabado en vivo en el mítico estudio Sondor -el Abbey Road criollo- ; es decir, con la banda tocando al mismo tiempo y sin overdubs -grabaciones agregadas luego de la toma principal-. Este detalle técnico se nota en la música, que suena contundente, distendida, fresca y, por momentos, groovera.

El disco arranca con una de las mejores canciones, “Para siempre”: la batería cuadrada y con una fuerte carga de reverberación -es muy probable que sea “natural”, y no un efecto; o sea, producto del amplio estudio de Sondor- marca el rápido ritmo, y sobre el pulso lineal del bajo aparece la voz de Presa, con su característico timbre -es como una mezcla de Dino con Eddie Vedder- y sus inflexiones -que alargan algunas letras-, que estampan el sello melancólico en el sonido; sin embargo, el tema es bastante “para arriba” si tenemos en cuenta el estilo de la banda -incluso tiene un potente break que bien podría salir de cualquier canción rockera de Bruce Springsteen o Tom Petty-. La canción está compuesta íntegramente por Presa, y en ella expresa el deseo de que algunos detalles duren para siempre; sobre todo, los relacionados con el asunto amoroso (“la noche de tu pelo”, “la mirada antes del beso”, “mi viaje por tu espalda”). Cuando arranca la coda, con guitarras distorsionadas y un luminoso coro “oh oh oh”, la melodía nos transmite una sensación reconfortante que también queremos que dure para siempre.

La melancolía se hace carne en “Segundo movimiento (melancolía)” -como vemos, ya desde el título-, una breve composición de Presa en la que la guitarra dispara arpegios distorsionados a lo Radiohead, que son como pequeños pinchazos que le inyectan vida a la canción justo cuando parece que se desvanece como fina arena entre los dedos. Queda todo dicho en apenas dos estrofas: “Las noches solas, / tu boca triste, / ¿te podré curar?, / te podré curar”; “La belleza herida, / tu cama vacía, / ¿podrás recordar?, / podrás recordar”.

Pero, sin dudas, la canción de El pan de los locos es “Para que puedas irte”, una orgía guitarrera de más de siete minutos que lleva la firma de casi todo el grupo. Lo de “orgía” no es una hipérbole, ya que realmente hay varias guitarras que entretejen una maraña de sonido bien cargado y potente, que si se escucha con auriculares es como para cerrar los ojos y dejarse llevar por la zapada. Por supuesto, como sucede en toda orgía, en ese ida y vuelta de arpegios, rasgueos, punteos y solos, se hace díficil discernir quién toca cada cosa y a quién pertenece cada parte. En el librillo del disco se acredita el uso de la guitarra a cinco músicos -una cantidad poco habitual dentro del rock vernáculo-: Fabian Cota, Andrés Fernández, Diego Presa, Jorge Rodríguez Rearden y Guillermo Wood. La letra -recitada- de la canción parece un resumen del eterno retorno nietzscheano: “Cada palabra, / cada risa, / cada tos, / cada luna, / cada canción, / nos desarma y nos construye; / porque nada es definitivo / y todo regresa / para que puedas irte”. La mezcla de arpegios limpios y repetitivos con la explosión de secos acordes y punteos distorsionados al mejor estilo Radiohead llega a su cenit en el instrumental “Lo que alumbra”, que irradia más melancolía que cualquier otro tema del disco sin la necesidad de la palabra -sobre todo en el tranquilo inicio-. También se pueden encontrar ribetes de la banda británica en “Algo”, otra de las mejores canciones del disco, con un estribillo de exquisita estirpe pop.

El pan de los locos ostenta un gran trabajo de arreglos, sobre todo en guitarras, con pequeños detalles que adornan el trabajo final y lo hacen mucho más rico -y que se van descubriendo con cada nueva escucha-. Por ejemplo, en “Robot” las guitarras responden al recitado de poesía con piques de aires funk -por momentos, con efecto de pedal wah-wah-, que logran una interesante sensación groovera. Pero, obviamente, esto trae como resultado que quedemos más enganchados con la música que con la palabra, algo que no sucede cuando se acompaña a la poesía con una simple guitarra acústica que desliza unos mínimos arpegios.

En definitiva, Buceo Invisible se despachó con un gran disco, que demuestra, un vez más, que se puede bucear en la tristeza para sacar a flote hermosos tesoros sonoros que nos producen placer. El pan de los locos representa otra oportunidad para los escuchas prejuiciosos que huyen de este tipo de cancionero tildándolo de “depresivo” -las mismas bobadas que a veces se le adjudican a la música de Leonard Cohen o Fernando Cabrera-, así aprenden, de un vez por todas, que en el rock no todo pasa por el onanismo celebratorio y por tener con quien quedarse a festejar. Además, vamos, depresivos son los titulares del informativo de la tarde o los diálogos de la novela turca o argentina de turno.

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