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El Puma y yo. Apuntes y reflexiones para una biografía, de José Luis Rodríguez. Buenos Aires, Planeta, 2015. 232 páginas

Felino trigueño contra oso rojo

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El Puma y una autobiografía complicada.

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El fenómeno del melódico internacional en castellano, forjado en la década del 60 del siglo pasado y que gozó de su pico de popularidad en los 70, 80 y primeros años de los 90 para, de algún modo, enfriarse en el presente siglo, no es algo nacido de un repollo y desarrollado por casualidad, sino que cuenta con causas claras y personalidades que lo hicieron posible. La fuerte presencia que tenían en América Latina sellos fuertes como CBS, Philips, Columbia y Ariola, con una marcada intención de posicionar en el mercado la canción en castellano, generó un público ávido por ese tipo de propuestas, si bien es cierto que no perdieron su lugar sus similares en otras lenguas (inglés, francés, italiano). A su vez, la industria cultural en países iberoamericanos, principalmente España, Argentina y México (y, en menor medida, Venezuela y Colombia) se consolidó definitivamente, de forma integral y diversa, con la llegada de la televisión, que en conjunto con las industrias cinematográfica, radiofónica, editorial y discográfica, era la punta de lanza del sistema triangular de creadores, mediadores y consumidores. En ese momento los grupos vinculados a la industria cultural iberoamericana comenzaron a pensar lo que se conoce como “multimedios”, para llegarle al consumidor por varios lados.

Pero enfoquémonos en la televisión, la recién llegada. En los países antes mencionados la producción de ficciones locales y de estrellas de la pantalla comenzó a ser cada vez más importante. A la creación de un star system iberoamericano proveniente del cine se sumó un nuevo invento, hijo de la televisión: las telenovelas. Fue un fenómeno que comenzó de modo muy tibio, con ficciones que no superaban la media hora en los 60, pero que en los 70 tuvo una presencia avasallante, que terminó de explotar en las décadas siguientes. Varios países desarrollaron la industria de la telenovela, pero es inevitable mencionar a dos que lo llevaron a todo el mundo como bandera: México y Venezuela.

Los multimedios comenzaron a notar que la telenovela era una mina que se podía explotar desde diversos ángulos. El público, fanatizado por esa fábrica de sueños, no sólo estaba dispuesto a consumir las entregas diarias de la tira, y la industria le comenzó a dar lo que necesitaba. Algunas estrellas de las telenovelas comenzaron a actuar en cine, y otras se dedicaron a la música. Y ¿qué tipo de música iban a hacer? Una de temática relacionada con el ambiente del que habían surgido: lo romántico, las pasiones, las traiciones, el drama, el amor. Por esos años, las baladas italianas y francesas eran exitosas, al igual que el trabajo de cantautores españoles que empezaban a despuntar, como Raphael y Julio Iglesias, por lo que no resultó extraño que el nuevo género tomara ese modelo de canción romántica, al que le incorporó características latinoamericanas.

El invento funcionó de inmediato, ayudado por un eficaz aparato de difusión tentacular. Las cadenas Televisa en México y Venevisión y RCTV en Venezuela tenían un vículo directo con los sellos discográficos (CBS tenía el control de RCTV y, a su vez, estaba relacionada con el sello español Hispavox, que editaba, entre otros, a Raphael, Daniela Romo y Paloma San Basilio; una ligazón similar existía entre Venevisión y Sonorodven, el sello con el que editó sus primeros discos Ricardo Montaner); las cadenas tenían, además, estrecha relación entre ellas. En España sucedía lo mismo con el fenómeno de la balada, que ya tenía unos años. A los ya mencionados Raphael y Julio Iglesias se sumaron Camilo Sesto y Dyango, y, unos años después, un letrista y compositor que un día fue convencido de que cantara sus temas: José Luis Perales. De esta manera, inmediatamente el fenómeno se volvió iberoamericano, con una estrechísima relación entre artistas y empresarios de ambas márgenes del Atlántico. Para ilustrar esta conexión se podría mencionar el trabajo del compositor Juan Carlos Calderón (que trabajó con Julio Iglesias, Emmanuel y José José), del productor Roberto Luti, pero principalmente del que podría ser considerado el padre del melódico en castellano: Manuel Alejandro, compositor español creador de éxitos de José Luis Rodríguez, Raphael, Julio Iglesias, Emmanuel y Rocío Jurado, entre tantos.

Como si toda esta maquinaria no fuera suficiente, a la industria le hacía falta un lugar donde encontrar nuevos valores que nutrieran el consumismo del público ávido de nuevas figuras. Así es que, de algún modo, invaden los festivales de la canción tan populares en la época, llevando sus figuras jóvenes y reclutando revelaciones inesperadas. Al repasar los participantes de los festivales de San Remo, Eurovisión, Viña del Mar y el OTI (oh casualidad, organizado por la televisión iberoamericana) se puede comprobar que esos años aparecían todos los nombres de este fenómeno: Julio Iglesias, Camilo Sesto, Daniela Romo, José José, Dyango, José Luis Perales, Rocío Jurado, Ángela Carrasco, Emmanuel, y uno de los más exitosos representantes del género -y origen de esta nota-, el venezolano José Luis Rodríguez, El Puma.

El yo animal

Toda esta introducción sirve para enmarcar el surgimiento y auge del Puma desde la década del 60 hasta el final del siglo XX. En sus comienzos fue integrante de orquestas de poca monta, y un día llegó a la televisión, primero con su orquesta y después solo, como actor en telenovelas de RCTV y Venevisión. De ahí a que se transformara en una estrella de la canción romántica medió un paso, y seguramente la relación de Venevisión con la mexicana Televisa hizo posible que, casi sin darse cuenta, fuera famoso en México y desde allí saltara al mundo, siguiendo las redes ya descritas, con la explosión de popularidad impresionante y vertiginosa que caracterizó a todo el movimiento. El reconocido cantante de tupida cabellera escribió recientemente un libro autobiográfico que lleva como título El Puma y yo, que es el motivo de esta reseña.

Quien haya llegado hasta aquí pensará que acabo de contarle medio libro. Sin embargo, se equivoca. El Puma y yo menciona al voleo personas, datos, fechas sobre el surgimiento del fenómeno del melódico internacional y de su propia carrera, y un montón de cosas más, de forma muy desordenada y superficial. Incluso las anécdotas son contadas por la mitad; muchas veces empiezan, el autor se va por las ramas y jamás las retoma para terminarlas, o comienza a contarlas y las termina sin incluir aquello que pudieran tener de interesante. De este modo, todo el libro parece haber sido escrito por una persona con fiebre que desvariaba en su cama y que nombra personas, lugares, hechos y después se va por las ramas. Sabemos algo de su infancia, algo de su madre, algo de cómo llegó a la televisión, algo de su familia, algo de su carrera, y poco más. Por momentos, dedica capítulos enteros a países con los que guarda una relación especial, y eso sirve por lo menos para ordenar el relato, pero aun así siguen siendo momentos de narración desprolija, circular, muchas veces inentendible.

Sólo hay dos aspectos en los que el autor es claro y preciso, en los que se logra ver su presencia nítida: cuando hace reflexiones sobre la vida y la espiritualidad, y cuando habla de política. Las reflexiones de vida, consejos e información en general sobre sus creencias religiosas y espirituales aparecen en todo momento en el libro. Puede estar hablando sobre Bob Hope, la comida peruana, su hija, las telenovelas mexicanas o la música de Raphael y, de un momento a otro, en algunos casos sin mediar un punto, pasa a otro tema y, sin que nos demos cuenta, nos introduce nuevamente en sus reflexiones. Éstas tienen que ver con el rol del artista, su comportamiento, lo que la vida le enseñó sobre el ambiente, autocríticas, pero también sobre su rol de hombre, la paternidad, los hijos, el sexo, la muerte, la reencarnación.

El otro tipo de narración omnipresente y clara es la reflexión política. El Puma se planta firme en este tema y, de una, explicita su convicción de que el peor peligro que acecha a Latinoamérica es el “neocomunismo” de Cuba y Venezuela, que amenaza con penetrar en el resto de las naciones del continente, tal como lo estaría haciendo en Argentina, donde existe (el libro fue escrito estando el kirchnerismo en el gobierno) “un modelo que hace que las familias y los amigos se peleen”. Así, obsesionado con lo que denomina “neocomunismo”, se larga sin ningún tipo de elipsis ni eufemismos a expresar su posición política. Afirma que el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no se cansa de decir tonterías, que Cuba y Venezuela no saben a dónde ir y que es necesario un Estado pequeño, que vigile y promocione “tipo empresa”; hace críticas a la banca, a los empresarios explotadores y a los sindicatos que piden mucho; hace un repaso de la Revolución Cultural de Mao Zedong en China; rechaza la reelección de presidentes y ordena (sic) al gobierno de Venezuela que libere a Leopoldo López.

No es común ver a estrellas de la canción adoptar posiciones políticas tan claras, y quizá esto sea lo más interesante del libro, más allá de que muchas reflexiones y análisis políticos no son muy elaborados ni están debidamente fundamentados. Sin embargo, en la vida del Puma se pueden encontrar relaciones cercanas a lo político que pueden explicar esta tendencia a hablar de política en su autobiografía. Cuando era niño, su familia fue expatriada a Ecuador a consecuencia de la militancia de su madre en Acción Democrática contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez; en las elecciones presidenciales de 1973 hizo campaña por el candidato Lorenzo Fernández; y en 1988 hizo lo propio junto al candidato Carlos Andrés Pérez, quien ya había sido presidente y buscaba un segundo mandato, que de hecho consiguió aunque no llegó a terminarlo, ya que fue destituido por escándalos de corrupción y delitos económicos.

Está claro que al decir que quizá lo más atractivo o claro que tiene el libro son sus reflexiones políticas no se quiere decir que en estas páginas encontraremos a un intelectual liberal similar a Mario Vargas Llosa (a quien el autor define como un “rutilante paladín de las democracias” latinoamericanas), pero tanto por tratarse de uno de los pocos momentos en los que parece haber un autor en lo que se lee, como por el amor y la vehemencia con que combate al peligro rojo, se trata de lo poco que se rescata de un libro que podía haber echado luz sobre un fenómeno muy fuerte y rico en historias, y sobre una carrera artística de más de 50 años, que lo llevó a vivir situaciones y momentos increíbles de los que, al menos leyendo este libro, no nos vamos a enterar.

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