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Ettore Scola en el festival de cine de Cannes, el 15 de mayo de 1982. Foto: Ralph Gatti, Afp

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Ettore Scola (1931-2016)

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Cuando se trata de obituarios, en general se suele recurrir a palabras definitivas que remiten a la personificación del “último”. Esta vez también fue lo que sucedió. A Ettore Scola se lo amaba tanto, y no sólo porque era uno de los últimos del gran cinema italiano del siglo XX que se impuso al desastre de la Segunda Guerra Mundial, sino porque además fue fundamental en los retratos de Italia y, a partir de su país, del mundo, como también lo fueron Pier Paolo Pasolini, Federico Fellini y Michelangelo Antonioni.

Scola perteneció a la camada del posneorrealismo, pero fue uno de los que más se abocaron a la observación de las costumbres, los vicios y las prácticas de una Italia presionada por los vertiginosos pos 50, a la vez que se imponía una tradición que pautaba la vida y el arte. Siempre con su tono irónico, Scola retrató una dolorosa realidad a partir de las ruinas de una Italia de posguerra, en medio de la devastación económica y moral.

El lunes de noche falleció en Roma -luego de una operación cardíaca- el hombre que demostró que era posible un cine militante, un cine que hablaba sobre lo que sucedía en las calles de la manera más intensa, más humana y conmovedora. La mayoría de las veces, en sus películas los temas políticos fueron conducidos magistralmente como trasfondo, a la vez que los vínculos humanos, siempre complejos y realistas, aparecían en primer plano. Éste fue el caso de dos películas emblemáticas tanto de su carrera como de aquella época: Nos habíamos amado tanto (1974) pisa fuerte en los conflictos políticos y sociales que vivía Italia en los años 70 -seguramente ésta sea su película con mayores aspiraciones históricas-, y en Un día muy particular (1977) se concentra en el fascismo como un ominoso marco que determina las represiones de los personajes. Nos habíamos amado tanto (con Vittorio Gassman, Nino Manfredi y la bellísima Stefania Sandrelli) es una película sobre la amistad, aunque lo que haga sea retratar los profundos cambios que vivía Italia entre la caída del fascismo y el comienzo de la década del 70. Probablemente lo que más defina su melancolía agridulce sea una de sus frases finales, “Íbamos a cambiar el mundo, pero el mundo nos cambió a nosotros”. Es una obra esencial con la caricatura más feroz y el costumbrismo más preciso y desopilante, a la vez que homenajea al cine italiano con las apariciones de Fellini y Marcello Mastroianni representando la filmación de otro clásico -como La Dolce Vita-, y de Vittorio de Sica, a quien no sólo le dedicó el film, sino que además intervino hablando frente a un auditorio. Un día muy particular, por otro lado, es una de sus películas más recordadas: la extraordinaria dupla de Mastroianni y Sophia Loren interpreta la vida de dos vecinos que se conocen el 6 de mayo de 1938, cuando las fuerzas armadas italianas desfilaban en honor a la visita de Adolf Hitler. Loren es una mujer agobiada por el tedio y por ser la casi sirvienta de su familia, limitada a procrear hijos, como reclamaba y premiaba el delirio fascista. La película alcanzó un éxito internacional increíble, además de una enorme cantidad de premios (el Globo de Oro, los premios César y David di Donatello, además de dos nominaciones al Oscar).

Con films como La terraza (1980), El baile (1980; mediante una selección de canciones se retrata la evolución de la sociedad a lo largo de medio siglo) y La familia (1986, un largometraje sobre el amor, los vínculos, la soledad), Scola alcanzó una fama importante en una época en la que el cine italiano comenzaba a abandonar definitivamente sus años dorados.

Pero -hay que reconcerlo- su obra inolvidable y monumental fue Feos, sucios y malos, digna ganadora del premio a mejor director en Cannes. También con Nino Manfredi, esta película de 1976 relata la historia de una familia marginal que vive en una especie de asentamiento romano. Estos parientes hacinados se convirtieron, de inmediato, en un análisis social desolador que hasta el día de hoy sigue manteniendo una vigencia aplastante. Es una comedia llevada al extremo -seguramente en la actualidad recibiría toda clase de denuncias por alejarse demasiado de lo políticamente correcto-, que tiene como centro la miseria y un mundo descompuesto, del que parece escaparse toda oferta de recuperación del programa capitalista. En definitiva, Feos, sucios y malos se convirtió en un duro retrato del lumpenaje que sobrevivía en los arrabales romanos. “El pesimismo es mucho más progresista que el optimismo, encierra más fe en el futuro. El optimismo es cosa de beatos”, planteó Scola cuando presentó Historia de un pobre hombre, en 1997, después de reconocer que “el interés privado, el egoísmo, siguen por encima del rigor y la solidaridad. Así que las reivindicaciones de los 60 siguen tan vigentes hoy como entonces”.

Gente de Roma

Scola nació a principios de la década del 30 en Trevieco, un pueblo de la provincia de Avellino, pero al poco tiempo, en pleno auge fascista, su familia se instaló en Roma. En algunas entrevistas recuerda lo duro de esos años, y seguramente parte de esas vivencias se trasladaron a Un día muy particular. Antes de su debut como director en Con su permiso, hablemos de mujeres, de 1964, ya había escrito numerosos guiones y escenificaciones, como Un americano en Roma (1954), La gran guerra (1959) y Crimen (1960), en algunos casos trabajando en negro para otros directores. En su primera película, Scola ya logra pincelar admirablemente a la sociedad italiana en su auge económico, mediante el comportamiento de las mujeres y la personalidad de los hombres -sobre todo, seductores a como dé lugar-. Al año siguiente de su debut ya había logrado llamar la atención con El millón de dólares y El diablo enamorado. El camaleónico Vittorio Gassman protagonizó las tres, como debe ser.

Gente de Roma (2005) fue su supuesta despedida del cine (diez años después homenajeó a Fellini con una biografía ficcional). Jugando con el documental y la ficción, el largo incluye a un periodista que afirma: “A los inmigrantes de los países pobres en Roma no se los discrimina. No se los persigue, no se los ralea, no se los expulsa. Simplemente se hace como si no estuvieran. Total, algún día se irán, como se fueron de la ciudad tantos invasores a lo largo de la historia. En Roma no se odia al inmigrante, porque odiar y perseguir son cosas que al romano le dan demasiado trabajo: la indiferencia es más cómoda”. En esta película vuelve su impronta ya conocida de las mejores entregas de las commedia all'italiana (analiza el impacto de la emigración, además de incluir escenas de alzheimer, lesbianismo, discriminación, e incluso a Nanni Moretti en una manifestación).

Según cuenta la leyenda, Fellini -a quien consideraba su hermano mayor, además de amigo cercano- y Scola coincidieron en la revista de sátira política Marc'Aurelio. Cuando se estaban por cumplir los 20 años de la muerte del director de Amarcord, Scola decidió homenajearlo en Qué extraño llamarse Federico (2013), convencido de que “el recuerdo imperecedero es una fuga que se les permite sólo a los grandes: Dante, Maquiavelo, Leopardi, Fellini. Sólo ellos consiguen huir de la muerte, refugiándose en la inmortalidad”.

En su última obra Scola alternó lo biográfico con recuerdos personales y distintos documentos, y así recorrió la vida de Fellini, desde que llegó a Roma a los 19 años para trabajar como humorista gráfico hasta su muerte, con un claro énfasis tanto en lo testimonial como en el peso que supuso, para el cine en general, la trayectoria de Fellini. Más que biopic o docudrama, Scola prefirió llamarlo “retrato cubista”, ya que el director de 8 ½ “era como un Pinocho que no se transformó en un niño de verdad, sino que vivió libre de toda atadura, venciendo incluso a la muerte”. Y esta vez sí fue la despedida definitiva de Ettore Scola.

Viva Italia

Si recordamos al polaco Ryszard Kapuscinski, prócer de la crónica del siglo XX, en sus trabajos muchas veces la descripción, el análisis y la reflexión iban de la mano con el humor; si se quiere, como uno de los tantos modos de exorcizar el miedo. Ésta también es una de las características presentes en la mayoría de los films de Scola, siempre con una infinidad de brechas y lecturas abiertas, que a esta altura se han convertido en su principal seña de identidad, mostrando lo extraordinario de los dramas cotidianos y las personas comunes a partir de diálogos agudos, reales, brillantes y de mucho impacto popular. En esa gama enorme se siguen reconociendo sus impulsos de imaginación, de delirio, de experimentación e incluso de astucia.

Muchas películas quedaron fuera de esta nota: Scola dirigió más de 40 títulos, escribió casi 90 guiones y fue nominado cuatro veces a los premios Oscar. Cualquier intento del recuerdo ni siquiera alcanza a emocionar como lo hicieron tantos de sus trabajos. “Las películas pueden hacer pensar y soñar y hasta contribuir a hacer mejor la vida, pero no la cambian”, solía decir. Y como se ha repetido tanto, su muerte implicó que se fuera uno de los últimos monstruos del cine italiano que se amaba tanto. Un cine, en definitiva, imprescindible.

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