Ayer se dio a conocer que había fallecido el músico francés Pierre Boulez, destacado pianista, compositor y director de orquesta, además de docente y polemista, notorio desde los años de posguerra por su papel en la defensa teórica y práctica de una música culta más experimental y orientado por principios abstractos, y luego por una singular actitud de apertura.
Había nacido el 26 de marzo de 1925, y comenzó sus estudios de piano en la infancia, destacándose en ese terreno y en matemáticas. Cuando su formación continuó en el Conservatorio de París, como alumno de Olivier Messiaen, ambas vocaciones confluyeron al descubrir la música dodecafónica, y el joven Boulez se internó a fines de los años 40 en el mundo de la composición atonal y desarrolló el llamado “serialismo integral”, que planteaba premisas estructurales aún más severas para el desarrollo de las obras (“Un músico que no haya experimentado -no digo ‘entendido’, sino verdaderamente experimentado- la necesidad de la música dodecafónica es INÚTIL, porque todo su trabajo es irrelevante para las necesidades de su época”, escribió en 1952). Su creciente influencia teórica se desarrolló en contacto con figuras como John Cage, Luigi Nono y Karlheinz Stockhausen.
Posteriormente se permitió un abordaje menos rígidamente acotado de la labor creativa, y produjo la impactante “Le marteau sans maître”, que integraba diversas tendencias de la música culta y la popular. En sus búsquedas ulteriores valorizó el papel de la improvisación y desarrolló experiencias en ese sentido como director de orquesta, aplicando sus fuerzas contra la idea de que las piezas de música culta debían mantenerse idénticas a sí mismas por siempre, en el entendido de que esto no correspondía a la realidad cultural de un mundo de valores relativos (aplicando también este criterio en reescrituras sucesivas de sus propias composiciones, o en su definición como obras abiertas, siempre en proceso de recreación). Así, incursionó en la exploración del “azar controlado” (no una improvisación total, sino un juego entre opciones previstas por el compositor), al tiempo que buscaba nuevos caminos en el área de la música electrónica. No fue demasiado sorprendente que en los años 80 del siglo XX su camino se cruzara con el del estadounidense Frank Zappa, al dirigir tres obras suyas.
Esto último fue, por supuesto, anecdótico en su muy destacada trayectoria como director de orquesta, que desempeñó al frente de las sinfónicas más famosas y durante la cual fue muy elogiado por su precisión rítmica y su oído finísimo. Se le reconoció en especial por la conducción (siempre sin batuta) de obras de Béla Bartók, Alban Berg, Anton Bruckner, Claude Debussy, Gustav Mahler, Maurice Ravel, Arnold Schoenberg, Igor Stravinsky, Edgard Varèse, Richard Wagner y Anton Webern.
En la edición de ayer de The Guardian (ver http://ladiaria.com.uy/UJY), el crítico Tom Service seleccionó grabaciones disponibles en internet de “diez trabajos clave” de Boulez que sirven como una guía para los interesados en familiarizarse con el legado del artista (aunque éste incluye también, en un lugar muy relevante, su labor teórica): la “Sonata para piano Nº 2”, de 1948, que deconstruyó la estructura tradicional de esa forma musical; el mencionado “Le marteau sans maître”, de 1955; “Pli selon pli” (1957-1962); “Rituel in memoriam Bruno Maderna” (1974-1975); “Répons” (1981-1984), un trabajo que mezcla lo electrónico y lo acústico; “Notations (orchestrations)” (1978-1984-1997), su progresiva expansión orquestal de composiciones tempranas para piano; “Dérive 2” (1988-2002-2006), con el Ensemble Intercontemporain; y tres trabajos como director, en “El anillo de los nibelungos”, de Wagner (1980), y en las composiciones de Debussy “Pelléas et Mélisande” (1992) y “Jeux” (en fecha no indicada, conduciendo de memoria y con lentes negros).