En 1989, el entonces aún salvaje director neozelandés Peter Jackson estrenó Meet the Feebles, película cuyos fotogramas podían hacer creer que era una imitación directa de los Muppets. Pero el parecido era superficial: los Feebles carecían de la inocencia de Miss Piggy y compañía, y se pasaban todo el film drogándose, matándose entre sí y manteniendo todo tipo de relaciones sexuales, en una película muy graciosa, pero evidentemente no orientada hacia los niños. Parece haber sido una idea similar la que dio origen a La fiesta de las salchichas, cuyo afiche puede confundir a un paseante dominguero distraído, haciéndole creer que se trata de un nuevo film de Pixar o de alguno de sus decenas de imitadores, si bien que no sea autorizada para menores de 15 años puede hacer sospechar que se trata de otra cosa.
Efectivamente, aunque La fiesta de las salchichas imita el estilo visual de las películas animadas orientadas al público infantil, se trata de una comedia llena de un humor negro y sexual, bastante extremo, propio del público adulto y no del de los films a los que satiriza. La acción se desarrolla en un supermercado en el que los productos tienen inteligencia, sentimientos y una vida secreta; conversan, se insultan y coquetean entre sí mientras esperan que algún cliente los lleve al “gran más allá” -es decir, los compre- antes de que expire su fecha de caducidad y sean descartados. Un pequeño accidente hace que algunos de esos productos caigan de las góndolas y queden desamparados, intentando sobrevivir mientras descubren que el “gran más allá” no es un destino tan amable como el que imaginan.
El argumento no es mucho más que un pretexto para dar rienda libre a una de las comedias más zarpadas en su contenido sexual que se haya visto en mucho tiempo en el cine de Hollywood, ya que los simpáticos personajes caricaturescos de los afiches suelen utilizar la temida palabra fuck más que un rapero gangsta, y la mitad de los diálogos gira alrededor de lo que dicha palabra denomina. La excusa de utilizar productos de supermercado (principalmente alimentos, pero también algunos de limpieza, perfumería y cuidado de la casa) permite una cantidad de chistes que en una película con personajes humanos serían considerados muy inadecuados hoy en día, no sólo por su crudeza sexual, sino también -y sobre todo- por el desparpajo con que se manejan estereotipos culturales o nacionales, representados por las comidas típicas de algunos países. Hay botellas de tequila que se comportan como charros mexicanos, embutidos germánicos o incluso nazis, y sobre todo un pan lavash de características claramente arábigas y musulmanas, que vive discutiendo con un pan bagel evidentemente judío y que se comporta como Woody Allen: ambos se revelan más tarde como gays y fornican estrepitosamente. El personaje principal masculino es un frankfurter que se llama “Frank” y el principal femenino es un pan de Viena. No, sutileza no le sobra a La fiesta de las salchichas.
Hay algunas ideas muy buenas, por ejemplo cuando se juega con la histeria en los medios estadounidenses por la aparición de la nueva y peligrosa droga conocida como “sales de baño”, que en la película hace que los humanos puedan percibir las conversaciones y acciones del mundo de los productos de supermercado. Una escena paródica se destaca, al principio del film, cuando un carrito volcado produce una catástrofe entre los objetos que contiene, que yacen destrozados o mareados en la niebla generada por una bolsa de harina abierta, en un directo y muy gracioso homenaje a las escenas más caóticas de Rescatando al soldado Ryan. También hay una orgía de comestibles basada en la pornografía más exagerada, que genera un buen momento de humor totalmente pasado de rosca.
Pese a lo atractivo a priori de su transgresor concepto base (quizá lo que atrajo al elenco impresionante que puso sus voces, incluyendo a Kristen Wiig, Seth Rogen, Edward Norton, Paul Rudd y muchos más), el film nunca llega a levantar altura sobre la simple idea “vamos a hacer una película que parezca de Pixar pero en la que los personajes puteen como locos, y a meter muchos personajes fálicos y étnicos”. De hecho, muchos de los chistes son tan básicos que no desentonarían en el guion de una actuación muy perezosa de un conjunto de parodistas de carnaval, y los que funcionan (es decir, los chistes buenos), también sufren de un exceso de énfasis un poco infantil, como si en estos tiempos políticamente correctos la mera mención guaranga de una parte del cuerpo o de un acto sexual alcanzara para invalidar todo el concepto de la censura en nombre de los buenos ideales, cuando en realidad este humor rudimentario y siempre autoconsciente de su supuesta transgresión no hace más que confirmar lo primitivo de las ideas en oposición.
La fiesta de las salchichas no es mala si uno está de ánimo para una sobredosis de humor reo, estructurado alrededor de un planteo que es, básicamente, “¿qué pasaría si la próxima película de Toy Story la guionara Jorge Corona?”. Una buena idea para un corto, un exceso para un largometraje.
La fiesta de las salchichas (Sausage Party)
Dirigida por Conrad Vernon y Greg Tiernan. Estados Unidos, 2016. Con las voces de Seth Rogen, Edward Norton, Kristen Wiig. Life Cinemas Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; Shopping Punta del Este.