La principal candidata a la hora de ser propuesta como la obra maestra de Neil Gaiman (Inglaterra, 1960) es seguramente Sandman, una historieta seminal publicada de 1983 a 1991. Sin embargo, un caso más que atendible podría hacerse de American Gods (dioses americanos), novela publicada en 2001 y cuya adaptación como serie televisiva está próxima, que, además de volver a algunos temas presentes en el cómic mencionado, y de obtener todos los premios de prestigio en el ámbito de la ciencia ficción, el terror y la fantasía (el Nebula, el Hugo, el Locus, el World Fantasy y el Bram Stoker), es una referencia indudable para la narrativa fantástica del siglo XXI, por su impulso épico a gran escala y su fascinante mix de mitología, fantasía y alusiones a la cultura popular estadounidense. En 2003, por otra parte, Gaiman expandió el mundo ficcional de American Gods con la (ligeramente inferior pero sin dudas disfrutable) novela The Anansi Boys, una suerte de spin-off centrado en uno de los “dioses” involucrados en la trama.
Pero ni Sandman ni American Gods agotan una bibliografía especialmente abundante. Si pensamos estrictamente en prosa narrativa, la primera novela publicada por Gaiman fue Good Omens (de 1990, Buenos presagios en la traducción al castellano), escrita en colaboración con Terry Pratchett, seguida por Neverwhere (1996), Stardust (1999, llevada al cine en 2007), The Ocean at the End of the Lane (2013) y la saga Inter World, escrita en colaboración con Michael y Mallory Reeves, que incluye Interworld (2007), The Silver Dream (2013) y Eternity’s Wheel (2015). Mención aparte merecen las muy populares novelas juveniles Coraline (2002, llevada al cine espectacularmente en 2009) y The Graveyard Book (2008, traducida al castellano como El libro del cementerio).
En cuanto a relatos breves, Gaiman ha publicado hasta el momento los compilados Angels and Visitations (1993), Smoke and Mirrors (1998), Fragile Things (2006, traducido al castellano como Objetos frágiles), M is for Magic (2007, de cuentos para niños) y Trigger Warning, de 2015, cuya traducción al castellano, propuesta como Material sensible, acaba de ser publicada por la editorial Salamandra.
El libro incluye una extensa introducción en la que el autor comenta el origen de los cuentos; desde esas notas, llama la atención la buena cantidad de homenajes o reescrituras de ficciones clásicas o consagradas, no solamente en el ámbito de la fantasía y la ciencia ficción. Así, el cuento “Laberinto lunar” homenajea a la saga -imprescindible, por cierto- El libro del sol nuevo, de Gene Wolfe, mientras que “El caso de la muerte y la miel” hace lo propio con las historias de Sherlock Holmes. Ninguno de estos cuentos está entre los mejores del libro, pero sin duda son disfrutables, especialmente para los fans de sus referentes literarios. En última instancia, si se busca una apropiación/reescritura de mayor calidad y a cargo de Gaiman, el referente indudable es “Estudio en esmeralda” (incluido en Objetos frágiles), más que ingeniosa y efectivísima fusión entre los relatos del detective de Baker Street y los mitos de Cthulhu.
Homenajes que fallan a la hora de deslumbrar al lector son “El hombre que olvidó a Ray Bradbury” (no hace falta explicar), “Jerusalén” (una reescritura del poema “And did those feet in ancient time”, de William Blake, que los fans del rock progresivo británico recordarán como la letra de la canción “Jerusalem”, de Emerson, Lake & Palmer, en el LP Brain Salad Surgery) y “Un conjuro contra la curiosidad” (instalado en el universo ficcional de los relatos de La Tierra moribunda, de Jack Vance). Mejor les va a “Y llora, como Alejandro”, que retoma con gran humor los buenísimos Cuentos de la taberna del Ciervo Blanco, de Arthur Clarke, y a “La nada en punto”, incorporado al universo ficcional de Doctor Who.
Una mención aparte demanda “El retorno del delgado duque blanco”, que intenta (caótica y al final fallidamente) apropiarse de la canción “Station to Station” de David Bowie y de su narrador/protagonista.
Lo mejor del libro (hay que descartar los poemas “Como montar una silla”, “Mi última casera”, “El oficio de bruja”, “Ceñirse a las formalidades” y “En Relig Odhráin”, tragos difíciles de pasar, quizá debido a la traducción) es, sin duda, el excelente “La verdad es una cueva en las montañas negras...”, que construye un mundo ficticio apenas distinto al nuestro y quizá por ello inquietante y ominoso, además de la casi nouvelle “Black Dog”, incorporada al universo de American Gods. El resto de los cuentos es interesante, pero casi ninguno de ellos logra fascinar. Hay que destacar, en todo caso, los más experimentales “Naranja” y “Un calendario de cuentos”, que en cierto modo homenajea los relatos de Harlan Ellison, y quienes aprecien el artesanado del cuento redondo y económico sin duda disfrutarán de “Lo que pasa con Cassandra”.
Quizá los cuentos -o al menos buena parte de los aquí reunidos- no sean el fuerte de Gaiman, pero sin duda habrá lectores que los disfruten: todos comparten las principales fallas y virtudes de su autor: por un lado, riqueza imaginativa, astucia para dar vuelta los clichés del género sólo lo estrictamente necesario; en la otra cara de la moneda, tendencia a terminar textos cuyas ideas básicas son más interesantes que su puesta en prosa narrativa, y una ansiedad más que notoria por ganarse la complicidad del lector. Esto último, por cierto, es muy notorio en la introducción, que abunda en lugares comunes flagrantes como “todos llevamos máscaras. Eso es lo que nos hace tan interesantes. Estas historias tratan sobre esas máscaras y sobre las personas que nos ocultamos tras ellas”, o sea, el tipo de cosas que dan ganas de decir: “Dejate de joder, Gaiman, contame un buen cuento y ya”.