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Luciano Supervielle. Foto: Pablo Vignali

Con Luciano Supervielle, antes de la presentación de su nuevo disco

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Hace casi dos décadas, Luciano Supervielle (pianista, compositor, DJ y afines) aparecía rapeando en francés en el videoclip de “Pendeja”, de Plátano Macho, la banda de hip hop que lo ayudó a formarse. Desde entonces pasó mucha agua debajo del puente, al punto de que el puente ya ni debe de existir. Actualmente está trabajando en el cuarto disco -sin contar remixes- del proyecto Bajofondo, y acaba de editar su tercer álbum como solista: Suite para piano y pulso velado, que presentará mañana a las 21.00 en el Auditorio del SODRE.

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En este nuevo álbum tuyo el piano tiene más presencia que en los anteriores. ¿Por qué?

-En todos mis discos el piano siempre tiene una presencia importante, pero es cierto que en este tiene un súper rol protagonista. Es un disco que hacía tiempo que tenía ganas de hacer. Tuvimos un período de descanso con Bajofondo y lo hice de manera muy artesanal, con muy poco presupuesto, totalmente autoproducido. Lo grabé con Nicolás Demczylo, un ingeniero de sonido uruguayo. Pero igual traté de hacerlo lo más pro posible; de hecho, me fui a mezclarlo y masterizarlo a Estados Unidos.

En el librillo especificás todos los pianos que usaste para grabar. ¿Sos fetichista del sonido de cada piano?

-Sí, es que los pianos son como los autos: todo un mundo. Y vos tenés que generar una relación con el instrumento; hay maneras de tocar cada uno, entrás en un ámbito de sutilezas. Hace unas semanas estuve de gira por muchos teatros distintos de Argentina, y me encontré, por ejemplo, con un viejo piano Bösendorfer de concierto, de los que debe de haber no más de diez en toda Argentina, una locura. Y después me encontré con pianos que son como los de canto de la escuela: esos verticales hechos mierda pero que también tienen su encanto y su sonido. Siempre me quedo un rato en los teatros para conocer el piano, las limitaciones del instrumento, porque pocas veces me encuentro con pianos de concierto, como cuando toco en el SODRE o en el Solís. Ahora toqué en el CCK [Centro Cultural Kirchner], en Buenos Aires, en la “ballena azul”, con un Yamaha, que es el mejor piano que toqué en mi vida, pero son contadas ocasiones. Te soy sincero: no estoy acostumbrado a tocar esos pianos, el nivel de dinámica y de posibilidades expresivas que tienen son mucho más grandes.

Suite para piano y pulso velado tiene dos partes bien marcadas; pero, a su vez, cada pieza es bastante diferente y podría servir para musicalizar una escena de una película o una publicidad. ¿Pensás en imágenes al componer?

-Es un disco muy visual. La cara B es la música original que hice para [la serie de YouTube] Tiranos temblad, en un lenguaje mucho más de cine mudo, que hace referencia a otra tradición del piano. Y la cara A, que es la que le da nombre al disco, es la que tiene la conexión con mi estilo, con muchas referencias a la música clásica y de otras épocas, pero desde un punto de vista muy contemporáneo. La fuente de inspiración tiene mucho que ver con mi entorno cercano, estímulos de la vida cotidiana. Es un disco que no tiene grandes conceptos, una cosa muy íntima, cotidiana y cercana.

Es tu primer álbum puramente instrumental. En estos tiempos, hacer música sin letras, solamente para escuchar, es un riesgo.

-No lo veo tanto como un riesgo. La crisis de la industria discográfica para mí no fue un trauma, porque nunca gané dinero vendiendo discos y nunca fui mainstream, siempre viví de tocar. Entonces, hacer un disco así me abre las puertas para salir a tocar; yo sé que va a sonar mucho menos en la radio que mis trabajos anteriores, pero también soy consciente de que hoy en día los artistas estamos obligados a promocionar nuestra música de maneras alternativas al disco o la radio.

Tenés formación clásica: en algunas piezas escuché ecos de Erik Satie y de Frédéric Chopin, por ejemplo.

-Estudié música clásica varios años, pero nunca me dediqué a ser concertista de piano. No podría ponerme a hacer un concierto de Chopin, pero sí he tenido contacto varios años con esa música; entonces, en el disco tengo muchas guiñadas a mi relación con los compositores que estudié: Chopin, Satie, Debussy y Beethoven.

Es imposible pensar en el piano sin esos muchachos.

-Claro, son tipos que llevaron el lenguaje pianístico lo más lejos posible -sumales a Liszt y Rajmáninov-. Los que tocamos el piano les debemos muchísimo. Pero no es la única escuela que hay, también está la jazzera.

Naciste en Francia y viviste parte de tu infancia allí. Supongo que a los músicos franceses los tenés asimilados desde niño.

-Hay una sensibilidad francesa que se puede rastrear desde el Barroco francés, pasando por los románticos, hasta los impresionistas franceses, que fueron muy importantes. La escuela francesa siempre estuvo a contrapelo de la escuela alemana, que es muy diferente. Pero hoy en día se escuchan referencias incluso en la música pop. Yo encuentro influencias francesas en la música de Charly García, por ejemplo. Hay una sensibilidad que se puede rastrear en distintos estilos, en la música electrónica también. Es difícil ponerse a decir qué hay de Debussy en Daft Punk, pero lo veo como una cosa más general, de sensibilidad francesa, lo que llaman el french touch.

Disco a disco vas cambiando tu sonido, pero si comparo Suite para piano y pulso velado con Plátano Macho, parecen dos personas distintas.

-Es cierto. Pero si no hubiera pasado por Plátano Macho, no habría hecho exactamente este disco, porque el hip hop -que me viene de esa época- tiene un hilo conductor fundamental, a pesar de que, como dice el título, esté velado. El pulso velado es el groove del hip hop: ese hipnotismo de la repetición del ritmo es un concepto fundamental del álbum. Tiene que ver con cómo me inspira la música para bailar a la hora de componer. En muchos géneros que eran originalmente de música para bailar, hay quienes desarrollaron un estilo de música para escuchar. El ejemplo más obvio es [Astor] Piazzolla: su música no es para bailar, pero en su esencia tiene el ritmo del tango, que marca un pulso. Eso también pasó cuando Chopin agarró las mazurcas y los valses, que originalmente eran danzas populares: se puede detectar el ritmo de la repetición y el hipnotismo en los valses de Chopin, pero definitivamente no es música para bailar.

En tu álbum anterior, Rêverie [2011], hiciste un tema con un sample de “Canción de muchacho”, de Eduardo Darnauchans, y otro con “Gritar”, de Los Estómagos. ¿Cómo afrontás el uso del sample?

-La idea es sacarlo de contexto y recontextualizarlo. La tecnología democratizó mucho la música, en el sentido de que componer es más accesible para más gente, pero obviamente eso también aumentó la cantidad de música poco interesante.

Hay que rastrear más entre la basura.

-Exactamente. Pero lo veo como algo positivo, y me inspiro muchísimo en compositores que no tienen ningún tipo de formación académica, no saben el nombre de los acordes o no tocan ningún instrumento tradicional: simplemente utilizan samples, o son DJ, pero son tremendos músicos.

¿Cómo ves al que es sólo DJ, pincha discos y dice que “toca”?

-Lo que pasa es que hay una confusión muy grande, porque en inglés pasar un disco se dice “play”; entonces, por una mala traducción, se dice que un DJ “toca”, pero la traducción correcta sería “pasar discos”. El DJ hace una selección musical, y el que es realmente talentoso sabe conectarse con el público.

La cultura francesa tuvo bastante influencia en Uruguay. ¿En qué lo notás, más allá de la arquitectura?

-Es cierto que en un momento dado hubo una fuerte influencia cultural francesa acá. Después dominó la cultura inglesa y luego la estadounidense, pero hay trazos franceses, por ejemplo, en muchos escritores de una época en la que Uruguay tenía un nivel cultural muy alto. Pero lo que decís de la arquitectura es así: me pasa mucho, acá, encontrarme en calles y cruces que me recuerdan mucho a París.

París, pero de hace muchos años...

-Sí, de otra época. Es como una especie de ciencia ficción.

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