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From the Dark.

Desde los campos verdes y oscuros

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Quien revise periódicamente las carteleras montevideanas habrá notado que todas las semanas aparece por lo menos una película de terror, intercalándose producciones de alto perfil y presupuesto con productos clase B de diversas partes del mundo. Y en los últimos meses se han estrenado varios films de este género provenientes de Irlanda, lo que -si uno es curioso y le interesa esta clase de cine- ha servido de puerta de entrada para descubrir toda una cinematografía de espanto a la que pertenece esta Noche diabólica, menos promocionada que la japonesa o la francesa, pero con sus rasgos propios.

¿Qué puede haber inspirado a esta ola de horror irlandés? Seguramente, los mismos motivos que inspiraron hace unos años a toda una generación de películas de horror asiáticas, y que hoy en día son el motor detrás de lo que los críticos discuten si debe llamarse “nuevo horror” u “horror inteligente”, dos calificaciones simplistas y erróneas que sería mejor esquivar. Es decir que, más allá de especulaciones sobre la necesidad del inconsciente, individual o colectivo, de exponerse a terrores fantásticos que nos hagan creer que los espantos de la realidad son más tratables, o de alguna teoría de esas que le encanta hacer a la gente con tiempo libre, lo cierto es que el cine de horror tiene la rara virtud de que se puede hacer bien incluso con presupuestos minúsculos, actores mediocres y escaso apoyo publicitario o crítico. Y, lo que es mejor aun, puede ser muy redituable -al menos si se consigue un resultado original o extremo en alguna de sus características-, y no han sido raros los casos en los que con una buena idea se consiguió una recaudación de taquilla que multiplicara en forma asombrosa los gastos originales de producción. Por todo esto, es ideal para que los cineastas jóvenes hagan sus primeras armas y, en cierta forma -tal vez en muchas formas-, es el equivalente cinematográfico del punk rock.

Sea como fuere, en Irlanda se vienen haciendo películas de horror a rolete desde hace varios años, y en buena parte de ellas puede notarse, como característica común, cierto sentido del humor atorrante e irónico, relacionado con rasgos de la idiosincrasia y el modus vivendi de los irlandeses. Así, el film debut del director de Noche diabólica, Conor McMahon -Dead Meat (2004)- era una disparatada incursión en el subgénero de las películas de zombis, con la particularidad de que el virus se extendía, como corresponde a un país tan agropecuario como Irlanda (o Uruguay), a partir de una vaca infectada. Grabbers (Jon Wright, 2012) contaba la historia del asedio, por parte de voraces criaturas alienígenas, de un pequeño pueblo costero, cuyos habitantes descubrían que la mejor defensa contra esos seres era el alcoholismo, que los volvía indigeribles para los monstruos. Y Shrooms (Paddy Breathnach, 2007) retomaba el clásico tema del grupo de jóvenes perseguidos en un bosque por un asesino psicótico, pero con la variación de que intentaban sobrevivir mientras estaban bajo el efecto de unos poderosos y recreativos hongos alucinógenos. Noche diabólica no parece tener tantas pretensiones de originalidad, ya que presenta el más tradicional de los temas del género: un vampiro persiguiendo gente joven. Pero las cosas no son tampoco tan simples, aunque más no sea por una serie de ejercicios estéticos.

La luz en el medio del túnel

Aunque Noche diabólica fue estrenada en su país de origen un poco antes, en 2015, este año se podría recordar como aquel en el que el cine de horror descubrió la luz y su ausencia. Es evidente que la iluminación y su manejo siempre han sido un elemento esencial de estas películas, cuya eficacia narrativa depende en gran parte de lo no visto o de lo que subyace tras las sombras, pero en 2016 -aunque la temática no sea completamente nueva- una sucesión de films tomó el juego sensorial con la luz como el eje de sus ficciones. Por ejemplo, Cuando las luces se apagan, de David F Sandberg, giraba alrededor de un vengativo espectro que sólo podía materializarse y hacer daño en la oscuridad, por lo que se presentaba una compleja coreografía con un grupo de víctimas que eran acosadas en las tinieblas y hacían retroceder a la aparición cada vez que encontraban un aparato lumínico (generalmente poco confiable). La menos sobrenatural No respires, realizada en Estados Unidos con gran éxito por el uruguayo Fede Álvarez, apelaba a un recurso similar, al enfrentar a un grupo de ladrones con un ominoso asesino ciego, capaz de moverse en la oscuridad con una comodidad muy superior a la de sus presas videntes, y también hacía de la mera falta de luz un elemento más terrorífico que la presencia del homicida.

Noche diabólica tiene mucho que ver con ese recurso, aunque es un film mucho más modesto que los mencionados en el párrafo anterior. No hay en él nada semejante al divertido ballet de esquives a la luz de la película de Sandberg, ni del virtuosismo fotográfico y estético de la de Álvarez, pero no por eso deja de tener sus méritos. Estos no vienen por el lado de la trama, ridículamente simple: un granjero desentierra por error lo que parece ser un vampiro -la naturaleza de la criatura nunca se discute, pero sí, es un vampiro, de la especie fea y poco glamorosa de los nosferatus-, que revive y comienza a hacer lo que hacen los vampiros. Una joven pareja de viaje por la campiña tiene la desgracia de parar en la granja en torno a la que merodea el nosferatu, y por supuesto se encuentra con ese chupasangre, y se dedica el resto de la -adecuadamente- breve duración de la película (algo menos de una hora y media) a escaparse de él. No hay nada más, así que toda la gracia y originalidad del asunto es ver cómo los perseguidos tratan de conseguir algo que dé luz (la criatura es extremadamente sensible a ella) y hacer tiempo hasta que amanezca.

Parece -y es- poco, pero la cuestión es que la fotofobia del colmilludo le sirve al director McMahon -y al espléndido fotógrafo Michael Lavelle- para iluminar todas las acciones con pequeños focos de luz que van desde velas y hornallas a pantallas de celular (un artilugio que ya se ha vuelto parte, generalmente con tendencia a no funcionar, de las películas de terror modernas), manteniendo casi siempre la mayor parte de la pantalla en total oscuridad, o en unas penumbras en las que se mueven figuras que nunca llegamos a ver por completo. Estos juegos de ocultamiento no sólo se realizan con la luz, sino también con el encuadre y el fuera de campo, y una de las escenas cruciales se llega a narrar exclusivamente mediante las sombras de los personajes en una pared. También es destacable el tenor de las actuaciones, contenidas y realistas, y un manejo muy inteligente de la violencia y el gore, elementos que están casi ausentes pero que aparecen en un par de escenas intensísimas, cuyo impacto, realzado por el contraste, puede estremecer a los mayores consumidores de barbaridades bañadas en sangre artificial.

Pero la verdad es que casi no hay película debajo de estos recursos, a tal punto que Noche diabólica parece, en términos narrativos, más que el tercer film de un director, uno de esos cortometrajes que se realizan para pasar de curso en los cursos universitarios de formación para el trabajo audiovisual. Tal vez pedirle algo más sea pedirle demasiado, ya que sus 90 minutos de duración se pasan volando, y el económico ingenio visual de la película es de lo más entretenido para quienes a veces se distraen con las estructuras formales.

Esta vez, en apariencia, no se encuentran las distintivas guiñadas nacionalistas del cine de horror irlandés, pero -más allá de algunas tomas de las verdes campiñas de la isla- hay un par de escenas que les recordarán a los lectores de cómics la conversión en vampiro de Cassidy (un personaje irlandés) en Preacher (del guionista Garth Ennis y el dibujante Steve Dillon) y, para los más literatos, hay que tener en cuenta que Bram Stoker, el hombre que introdujo el tema del vampirismo en el arte popular occidental, era tan irlandés como el whiskey Jameson.

Noche diabólica (From the Dark)

Dirigida por Conor McMahon. Irlanda, 2015. Con Niamh Algar y Stephen Cromwell. Movie Montevideo; shopping de Punta del Este.

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