Supongo que hay dos extremos posibles para la apreciación de este documental sobre The Beatles. En el lado negativo, el de un espectador bien informado acerca de ese grupo musical pero no muy entusiasta en relación con su obra, quien verificará que en The Beatles: Eight Days a Week se cuenta por enésima vez la misma historia, con las mismas imágenes o con otras nuevas pero análogas a las que ya se conocían y que no agregan demasiado. En el extremo positivo se puede imaginar a un guacho sensible a la música de la banda pero sin mucho contacto con el relato de su historia y su documentación visual, que se va a sorprender con todo lo que hay para sorprenderse en esta película dirigida por Ron Howard: la vital locura colectiva de la beatlemanía, el encanto personal de cada uno de los Fab Four, la cantidad de improbables excepcionalidades que confluyeron para generar un fenómeno sin precedentes e irrepetible, y la poderosa energía de la música maravillosa que hicieron juntos, todo eso disponible con inmejorable calidad de imagen y de sonido.
Yo estoy en algún punto en el medio. Efectivamente, no hay demasiadas novedades en este film, pero los Beatles me gustan y me interesan tanto que, por un lado, disfruto cada una de las pizcas de información colateral novedosa, y por el otro saboreo el relato como un aborigen que, alrededor del fogón, escucha recitar los viejos mitos fundadores de su tribu, aunque ya los conozca de memoria. Pero claro, el relato ya no pega tan fuerte como en los años 80 y 90, cuando empezaron a emerger las primeras publicaciones serias y a estar disponibles muchas de las grabaciones y filmaciones que hoy en día ya están muy trilladas.
El relato
El documental no pretende ser un abordaje global de la historia del grupo: se concentra en la evolución de las giras de presentaciones en vivo, a partir de que empezaron a trabajar con la producción de Brian Epstein. Y se preocupa más por lo público que por lo privado: vemos mucho más escenario que backstage.
Empezamos con el espectáculo del 20 de noviembre de 1963 en el cine ABC de Manchester, elegido probablemente por la preciosa filmación en color. Ya estamos entonces en plena beatlemanía, pero todavía circunscrita al público británico. Luego el relato evoluciona sobre un eje cronológico: la conquista de Estados Unidos y del mundo en 1964; el gran auge de 1965; el cambio considerable en 1966, cuando empezaron a predominar los aspectos malos (hartazgo, acoso, claustrofobia, intolerancia conservadora), y eso los llevó a abandonar los escenarios. Luego de un breve comentario sobre qué pasó tras esa decisión, la parte principal de la película concluye con un par de canciones del único concierto en vivo posterior del grupo, en la azotea de Apple el 30 de enero de 1969 (el que quedó registrado en el documental Let It Be, de 1970 y dirigido por Michael Lindsay-Hogg).
A lo largo de esa narración, hay una cantidad de muy breves digresiones que repasan otros aspectos y nos distraen de la rutina de los escenarios y las chiquilinas desquiciadas, explorando los orígenes del grupo, su vínculo con Epstein y con George Martin, sus discos, su actitud en las entrevistas, el contexto histórico-social, las películas dirigidas por Richard Lester en las que se interpretaron a sí mismos (Anochecer de un día agitado, de 1964, y Help!, de 1965) y qué significaron los Beatles para algunos testigos de su auge, que eran adolescentes en aquellos tiempos y que fueron especialmente entrevistados para el documental (entre ellos, Elvis Costello).
No se vayan cuando empiecen los créditos finales. Luego de ellos hay nada menos que un montaje de media hora con la versión casi íntegra, apenas ligeramente comprimida, del toque magnífico en el Shea Stadium de Nueva York el 15 de agosto de 1965, con imagen y sonido restaurados. Como bien observa uno de los entrevistados, pese a que los miembros de la banda casi no se escuchaban debido al griterío general y porque no se usaban todavía monitores, es increíble lo relativamente afinados y ensamblados que suenan, además de que es precioso constatar cómo todavía seguía ahí la gozadera de tocar juntos, que pronto se empañaría.
Acotamientos y méritos
El director Ron Howard es conocido sobre todo por algunos blockbusters como Apollo 13 (1995), Una mente brillante (2001), El código Da Vinci (2006) y su reciente continuación Ángeles y demonios (2009), pero también había sido responsable ya de algunos documentales sobre música pop-rock (dirigió Made in America en 2013 y había producido el año anterior Katy Perry: Part of Me). Una de las características más destacadas de sus ficciones es el uso de gráficos animados que funcionan en forma ingeniosa para expresar, superpuestos a las imágenes diegéticas, ciertos procesos mentales relativamente abstractos de los personajes. Ese mismo recurso y talento aparece aquí, en distintos momentos, para dimensionar aspectos como el éxito de los discos o el público de las giras. Es además un montajista hábil, que imprime dinamismo sin comprometer la claridad, aunque para mi gusto confía muy poco en el poder de las imágenes y siente demasiada ansiedad por cortar pronto los planos y decorar las fotos fijas con trucos gráficos diversos.
El documental es oficial, tiene a Apple Corps como uno de los productores, y contó con la colaboración activa de Paul McCartney y Ringo Starr, así como de los herederos de John Lennon y George Harrison. La propia elección del centro de atención (el aspecto público de las giras) ya tiende a dejar afuera aspectos más delicados (las orgías sexuales y las infidelidades, la temprana expulsión del baterista Pete Best, los motivos de la separación del grupo). La realización no tiene rigor documental ni pretende tenerlo: algunas imágenes en formato 4:3 fueron cercenadas para acomodarlas a la pantalla ancha, se agregaron efectos sonoros falseados (los “primeros planos sonoros” de gritos de algunas chiquilinas que se ven de cerca), y hay imágenes cuyas características no quedan claras: Brian Epstein cuenta que vio a los Beatles por primera vez en el Cavern y vemos al grupo en ese pub, pero con Ringo (cuando en la época referida el batero era Best); Sigourney Weaver comenta la experiencia de haber visto al grupo en determinado estadio y cortamos a un primerísimo primer plano de una gurisa que bien podría ser Weaver -pero, ¿es ella o simplemente una espectadora parecida?-.
Aparte de estar bien armada, de constituir un relato dinámico y de prestarle mucha atención a la música (permitiendo apreciar varias canciones completas, o comparar fragmentos de distintas tomas en estudio de una misma canción), me gustó especialmente enterarme de que en sus toques en el sur de Estados Unidos los Beatles le hicieron incluir a Epstein una cláusula contractual por la cual se rehusaban de antemano a tocar en lugares donde hubiera cualquier tipo de segregación “racial”. No muchos papás racistas habrán podido contener la ansiedad de sus hijas e hijos por comparecer, y el planteamiento del grupo debe haber sido un paso importante para romper con esa práctica. Hay conmovedoras declaraciones de la actriz Whoopi Goldberg y de la historiadora Kitty Oliver contando la importancia que tuvo, para ellas (ambas negras y, entonces, adolescentes) poder asistir libremente y sentirse parte, reafirmando además la sensación que siempre habían tenido con respecto a los Beatles como un fenómeno que parecía traspasar las barreras establecidas entre lo “blanco” y lo “negro”. También hay incontables y gozosos ejemplos breves de la velocidad mental de John, su humor, su acidez, su agudeza. O de la firmeza conceptual del Paul joven, expresándose siempre con una lisura, sencillez y serenidad notables, muy distintas de la constante afectación que misteriosamente adoptaría poco después de la separación del grupo.
The Beatles: Eight Days a Week - The Touring Years
Dirigida por Ron Howard. Reino Unido/Estados Unidos, 2016. Life Cinemas Punta Carretas y shopping de Punta del Este.