“¿Por qué todo siempre tiene que tratarse de vos?”, le dice la madre en la primera página y uno, si ha venido leyendo a Mella, le da la razón sin pensarlo demasiado: lo autobiográfico parece saturar sus últimas publicaciones y conferencias. Hasta que por la mitad del libro salta un pasaje que pone en duda a quién se refiere el título “El hermano mayor”; si a Daniel, el que narra, o a Alejandro, el que acaba de morir joven: “De algún modo le había usurpado el lugar. Por ley, eran los hermanos mayores los que tenían que pasar primero por todas las cosas, incluyendo la muerte. Ahora el hermano menor se había convertido en el hermano mayor, y no había forma de revertirlo”.
El hermano mayor, que se presenta hoy a las 20.00 en Kalima (Durazno 1952), es un texto sobre el hermano como doble cuestionador, sobre la paternidad como destino feliz y a la vez abrumadoramente dañino, y, por supuesto, sobre la escritura como analgésico. Es también una novela breve prodigiosa, debido por lo menos a dos cosas.
Una es puramente estética, sintáctica, formal: el manejo de los tiempos verbales. Si el eje del presente es el día de la muerte de Alejandro, desde allí se ramifican pasados y futuros; cada microhistoria parece conducir a, o desprenderse de, el instante en que el hermano pierde la vida durante una tormenta en la playa. La maestría en el uso de distintas temporalidades produce un gozo apenas perceptible -ordena a la vez que diversifica el relato- y además proporciona ese placer caprichoso que despierta leer el “futuro histórico” en el modo cultivado por Carlos Fuentes en su novela corta Aura (1962).
La otra, más compleja, tiene que ver con la mezcla de biografía ordinaria y biografía artística que Mella teje. Porque entre los asuntos que precisa despachar para llegar al día de la muerte del hermano está la historia familiar, íntimamente ligada, a partir de cierto punto de quiebre, a la historia de la escritura de sus libros anteriores -los iniciales Pogo (1997) y Derretimiento (1999), la entrada provisoria de la tercera persona y los problemas adultos en la gran Noviembre (2000), el reencuentro con la ficción en los cuentos de Lava (2013)-.
Así, El hermano mayor es una novela autorreferente y a la vez metanarrativa. La tentación de encerrar la obra propia en un universo distinguible, que normalmente se alivia reiterando personajes o lugares (y que entre los uruguayos tiene cultores gigantes como Onetti, y recientes como Ramiro Sanchiz u Horacio Cavallo), se manifiesta aquí por medio del detalle de las circunstancias que rodearon la producción anterior del autor a lo largo de dos décadas.
Por eso, esta novela se puede considerar también una nueva vuelta del giro autoficcional que realizó la narrativa local hace una década larga, si tomamos como mojones de ese cambio a Limonada (Sofi Richero, 2004), con su facsímil de una redacción escolar como apertura, y al cóctel de introspección con fondo dictatorial que fue Se hizo de noche (Roberto Appratto, 2007).
Dejando de lado la obviedad de que las circunstancias personales frecuentemente son alimento de la ficción (cómo dosificarlas sería, más bien, la cuestión), pensemos en la intensificación de la tendencia a la referencia personal que significan el repaso de la niñez y la adolescencia de Carlos Rehermann -un autor más bien tendiente a la geometría despersonalizada- en su recomendable novela Tesoro, o la aparición de un personaje llamado “Gustavo Espinosa” en la más reciente novela de Gustavo Espinosa, Todo termina aquí. Sumemos a Mella para apuntar que 2016 tal vez sea recordado como el año en que la autoficción se volvió hegemónica en la narrativa uruguaya.
El hermano mayor es, por otra parte, explícitamente autoficcional: salta a la vista cuando, pasada la mitad del libro, el narrador advierte que en realidad tiene un cuarto hermano cuyos rasgos, por motivos de economía, ha subsumido en los de los restantes miembros de su familia. Así que sí: todo se trata de vos y a la vez, no: hay otra cosa que se escapa. La muerte del hermano necesita un sentido que, más allá de la belleza de las descripciones, no consiguen colmar los rituales del velatorio y de la entrega colectiva de sus restos al mar, así como la desbocada espiritualidad de sus padres -la religión es la fuente del conflicto en las primeras novelas de Mella- ya no logra conquistar una calma duradera. El testimonio puro tampoco: por eso la aclaración sobre el “cuarto hermano”, y por eso la irrupción violenta, sobre el final, de la imaginación, ese combustible que mantiene en marcha la máquina autoficcional.
El hermano mayor
De Daniel Mella. Hum, 2016. 144 páginas.