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Huele a espíritu adolescente

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Se puede empezar una reseña de El espíritu de la ciencia-ficción, la más reciente de las ediciones póstumas de Roberto Bolaño (1953-2003), preguntándose por el estatuto de los textos que su autor prefirió no dar a la imprenta y en los que, cabe pensar, terminó por desinteresarse: También andan por ahí unas cuantas historias y no menos debates sobre la mudanza de la obra del chileno-mexicano-catalán desde Anagrama, con la que nos acostumbramos a asociar sus libros (aunque también había publicado con otras editoriales, Acantilado y Seix Barral entre ellas) hasta la Alfaguara incorporada al grupo de editoriales de Penguin/Random House, y el rol de la madre de sus hijos y de algunos amigos de Bolaño, como el crítico Ignacio Echeverría. Pero no vamos a hablar de nada de eso acá.

Una opción acaso más interesante es proponer una lectura de El espíritu de la ciencia-ficción en relación con Estrella distante (1996) y Los detectives salvajes (1998), dos firmes candidatas a “la obra maestra” de Bolaño, y dos textos clave para la narrativa latinoamericana del siglo XXI. Para empezar, esa relación no es la de un reparto de personajes compartidos, al contrario de lo que pasa con Los detectives salvajes, Amuleto (1999), el cuento “Detectives”, del compilado Llamadas telefónicas (1997), y la novela póstuma 2666 (2004), que a su vez se conecta con “Prefiguración de Lalo Cura”, del libro Putas asesinas (2001), y “Otro cuento ruso”, de Llamadas telefónicas; o, también, con la red hipertextual que vincula a ese conjunto de textos con Estrella distante. La literatura nazi en América (1996), Nocturno de Chile (2000) y el cuento “Joanna Silvestri”, de Llamadas telefónicas. En realidad, El espíritu de la ciencia-ficción aparece más bien como una variación aparte de la estructura coral de Los detectives salvajes (en esta, como es sabido, es vasto el número de narradores; en la que ahora se publica, el esquema se reduce a tres o posiblemente cuatro) y de su esquema de novela de formación, que tanto en Los detectives... como en El espíritu... se construye como las peripecias de un grupo de poetas jóvenes en México DF.

Tanto Los detectives... como buena parte de 2666 y Estrella distante aparecen además como novelas de búsqueda, en el sentido de que las tres incorporan a su trama relatos de las aventuras de ciertos personajes que han salido en busca de un escritor (Arcimboldi en 2666, Alberto Ruiz-Tagle en Estrella distante y Cesárea Tinajero en Los detectives...) y se encuentran o desencadenan o propician un misterio (como el periplo de Arturo Belano y Ulises Lima en Los detectives...); El espíritu de la ciencia-ficción, entonces, propone o bosqueja un misterio (los protagonistas, Remo y Jan, se proponen indagar en unas misteriosas estadísticas que señalan la multiplicación de los fanzines literarios en el DF) y se construye siguiendo los caminos de los personajes por las calles y zonas de la ciudad, con sus bares, sus habitaciones y, en particular, sus talleres literarios. En ese sentido opera como una suerte de modelo a escala u obra no tan lograda o comprendida por su autor, en la que las coincidencias (ciertos personajes femeninos clave, por ejemplo, que parecen calcados de una novela a la otra) adquieren un sentido especial en una perspectiva genética o en una posible historia de escritura de la obra de Bolaño.

La “ciencia-ficción” (así, con guion) aludida en el título sin duda ofrece otra vía de entrada. Esta novela, por cierto, no pertenece al género ni intenta ofrecer una posibilidad de lectura desde sus convenciones, pero le es central la experiencia de leer ciencia ficción. Una buena fracción del libro está propuesta como cartas de uno de los protagonistas (Jan, que casi al final de la novela aparece identificado como un alias de Roberto Bolaño, o acaso viceversa) a un buen número de escritores de ciencia ficción: Alice Sheldon, Forrest J Ackerman, Robert Silverberg, Fritz Leiber, Ursula K Le Guin (por partida doble), James Tiptree Jr (pseudónimo de Alice Sheldon) y Philip José Farmer; los facsímiles de apuntes de Bolaño incluidos a modo de apéndice a la edición listan además a Norman Spinrad, Joe Haldeman, Joana Russ, Alfred Bester, Theodore Sturgeon, Vonda McIntyre y George RR Martin, lo cual hace pensar que Bolaño, para la fecha de escritura de este libro (hacia 1984), no sólo conocía a los autores digamos canónicos del género (Le Guin, Leiber, Silverberg, Spinrad, Bester, Sturgeon y Farmer entre los listados), sino que además estaba atento a figuras cuya relación con el género era en aquel momento (y probablemente siguió siendo después) más compleja, como Norman Spinrad, además de un buen número de escritores entonces menos difundidos, como Martin, Sheldon/Tiptree, Haldeman, Russ y McIntyre. ¿Hay que pensar entonces en Bolaño como un lector atento del género? La pregunta (y vamos a asumir que hay quien se interese por contestarla) es complicada, y si consideramos lo que Bolaño efectivamente escribió sobre ciencia ficción (en particular, sobre la obra de Philip K Dick) no encontramos mucho más que una serie de lugares comunes más o menos bien documentados (“Dick era un paranoico”, por ejemplo).

Quizá por eso sea llamativo e interesante que el Bolaño “novato” haya optado por un título como “El espíritu de la ciencia-ficción” para una novela que, por su construcción de climas urbanos (caminatas nocturnas, habitaciones cerradas a la luz del día donde se lee, se bebe, se discute y se duerme, saunas que aparecen como un microcosmos subterráneo, cargado de gestos que apuntan a una simbología) y su permanente alusión a una suerte de épica romántica de poetas adolescentes, está tratando de deslizar hacia el lector una forma de “espíritu”. ¿Cuál es, entonces, el de la ciencia ficción? En las cartas mencionadas, Bolaño/Jan interpela a los escritores sobre política y sexualidad, les cuenta sus sueños y los hace partícipes de esa épica recién mencionada; así, si pensamos en El espíritu... como una novela más bien tentativa, exploración preliminar o primitiva de un territorio luego conquistado, deberíamos leerla junto a otras irrupciones de la ciencia ficción en la obra más madura de Bolaño, y sin duda habría que tener en cuenta los pasajes dedicados al género en La literatura nazi en América, al igual que las referencias a los escritores soviéticos de ciencia ficción en Los detectives... Quizá, y vale acá formular una hipótesis, para Bolaño el espíritu de la ciencia ficción (de la escritura de ciencia ficción) podía participar tanto en la pujanza de lo contracultural y de lo under como, en última e inevitable instancia, de las miserias de la literatura. Era, digamos, un punto de partida argumental y una zona en el paisaje mental de sus personajes. Una épica de la derrota y, tal vez, un callejón sin salida, algo así como la versión con aliens y robots del “fracasa mejor” beckettiano.

Pero, en definitiva, ¿es El espíritu de la ciencia-ficción una buena novela? ¿Se sostiene? ¿Valió la pena rescatarla del baúl de borradores de Bolaño? A quienes insistan en hacer esas preguntas se les puede responder que sí; o, también, que se trata sin duda de un libro disfrutable. Parece fácil detectar caídas en la densidad, pasajes notoriamente menos expresivos y, dicho a las apuradas, momentos en los que Bolaño se revela como un escritor todavía verde, pero aun así, como pasa con tantas novelas de inmadurez, cierta pujanza ingenua llena al texto de encanto. Sin duda que los fans de Bolaño apreciarán un texto que contiene tantos embriones de aquellos aciertos notorios que admiran en el autor de Los detectives salvajes, pero también es cierto que los mejores momentos de esta novela trascienden los contornos de ese público que puede considerarse cautivo. Por ejemplo, el capítulo final (“Manifiesto mexicano”, que había sido publicado ya en 2007, en el compilado póstumo de textos poéticos La universidad desconocida) es una verdadera maravilla, e incluso si pensáramos que las 204 páginas que lo preceden no hacen sino construirle el contexto, igual valdría la pena.

El espíritu de la ciencia-ficción

Alfaguara, 250 páginas.

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