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Que no se estrelle

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Por alguna circunstancia, en los últimos años la filmografía de Clint Eastwood se vio confinada a biopics. Es como si hubiese sido contratado como uno de los directores de una imaginaria serie de realizaciones sobre “personalidades estadounidenses notables de los últimos 100 años”. Sully sería el cuarto episodio al hilo, luego de J Edgar (2011), Jersey Boys (2014) y American Sniper (Francotirador, 2014). La última viene siendo la de mayor boletería en su carrera, y esta nueva entrega va rumbo al segundo puesto, así que tiene un buen estímulo para seguir en esa línea. Es una pena, porque el biopic es un género menor, con un atractivo fácil pero de corto aliento, y padece el problema de que es muy difícil, dentro de los parámetros del estilo clásico, hacer que una vida real encaje en un esquema dramático interesante.

En el caso de Sully, lo difícil se acerca a lo imposible. Chesley Sully Sullenberger es un señor serio y sin gracia, que simplemente fue un excelente piloto civil y pasó 42 años llevando pasajeros de un aeropuerto a otro. Su vida tuvo un solo episodio muy llamativo cuando, de modo magistral y espectacular, logró amerizar un Airbus en el río Hudson, luego de que el avión perdiera ambos motores al chocar con una bandada de gansos canadienses pocos minutos después de haber despegado. La buena decisión del piloto, la perfección técnica del amerizaje, la organización de toda la tripulación, que evacuó a los pasajeros lo antes posible, la civilidad de estos, la eficacia de los protocolos de seguridad preestablecidos y el socorro inmediato de los barcos de la guardia costera y cuanta otra embarcación se encontraba ahí cerca permitieron que sobrevivieran las 155 personas que estaban a bordo, pese a que era grande el riesgo de que el avión se hundiera o de que algunos pasajeros caídos al agua se congelaran. El hecho, que ocurrió en enero de 2009, fue llamado “el milagro del Hudson” (y los distribuidores locales convirtieron el “milagro” en “hazaña”, en un meritorio empeño de adecuarse a la tradición local de laicidad).

Una cosa así consagra a cualquiera, y Sully es tratado desde entonces como un héroe. En cuanto a la película, el problema es que transcurrieron apenas 208 segundos entre el choque con los pájaros y el amerizaje, y si fuéramos a mostrar a cada pasajero subiendo la escalera de cada barco, eso no insumiría más que 27 minutos adicionales, en los que no pasó nada más excepcional que la eficacia de gente bien preparada que tuvo la suerte de no padecer la más mínima mala suerte. Eastwood y el guionista Todd Komarnicki sacan de la manga todas las maneras posibles de inflar y dramatizar el film -que, aun así, termina siendo el más breve de toda la filmografía del director-. Tenemos escenas de sueños, diálogos telefónicos sentimentales de Sully con su esposa preocupada e incondicionalmente fiel, una presentación tipo “cine catástrofe” de varios de los tripulantes y pasajeros (son todos buenísimos: el padre ama a sus hijos simpáticos, la mamá ama a su bebé y el pasajero a su lado sonríe amablemente cuando ella le advierte que su hijo tiene tendencia a vomitar, los tripulantes son todos muy compinches entre ellos y profesionales ejemplares). Hay un par de flashbacks bastante descolgados del resto, en los que vemos dos etapas de la juventud de Sully, a modo de apuntes biográficos sobre su formación como piloto. Se nos muestra la escena del accidente no una sino dos veces (una a la media hora, y otra más al final), y en cada una de ellas los 208 segundos históricos están estirados a poco más de 300 (¡cualquier minutito sirve!). Para que haya más drama y conflicto, se pinta a los integrantes de la NTSB (siglas en inglés de Junta Nacional de Seguridad del Transporte) como unos tipos insensibles y apegados a las reglas, que tratan a Sully como un loquito que cometió una extravagancia exhibicionista en vez de tomar el camino más obvio de regresar el avión al aeropuerto. Así se crean antagonistas y se cocina una especie de embate conceptual hacia el final, que toma un aire de cine de tribunal (en términos históricos, la intervención de la NTSB fue mucho más benévola y razonable, y ese aspecto del film causó una comprensible disconformidad por parte de la institución).

En fin, era imposible que con un material así Eastwood llegara siquiera a arañar la grandeza de sus varias obras maestras. Quizá por eso, es toda una lección de cine ver este film. A veces, la oportunidad para aprender no está en los momentos de inspiración de quien lidia con un material generoso, sino en ver a un maestro sacar jugo de las piedras, resolver problemas y salir a flote pese a la escasez de insumos.

El armado temporal de la película, lleno de flashbacks, escenas imaginadas y sueños, ayuda a administrar los picos emocionales y la información. No es un misterio cómo terminó la cosa, y quien no lo tenía presente se pudo enterar con el trailer e incluso con el afiche. Así que las sorpresas tienen que ser formales, no tanto de “qué va a pasar en la historia” sino de “qué va a pasar en la película”. Sully ya salvó su avión, veamos cómo hizo Eastwood para salvar su film. El primer toque buenísimo está ya al inicio: los carteles de los créditos se alternan con planos y sonidos del accidente. Pero en vez de posarse en el Hudson, el avión se estrella contra un edificio neoyorquino. Sully se despierta: era una pesadilla. Estamos en los días siguientes al accidente, y el piloto sigue atormentado con lo que pudo haber pasado; mediante su sueño, podemos ver lo que habría sido el resultado más probable si el avión no hubiese estado a cargo de un piloto excelente. Esa escena suma un momento más “de acción”, y sirve para dar peso, luego, a la escena que relata el episodio real.

En el extenso primer flashback del episodio real podemos constatar qué tremendo director de cine catástrofe es Eastwood (ya habíamos tenido una muestra en la secuencia del tsunami al inicio de Más allá de la vida -2010-). ¡Michael Bay y todos los directores de películas de Marvel, humillaos y aprended! ¡Qué ejemplo espectacular de suspenso, claridad, agilidad, interés visual y conexión con los personajes, en un marco de estricta verosimilitud! Por primera vez desde Firefox, de 1982, el montajista de Eastwood no fue Joel Cox. Aquí fue promovido a su lugar el que venía siendo el asistente de Cox, Blu Murray. Este monta mucho más rápido que su tutor, reduciendo un poco la brecha entre la tendencia de Eastwood a un ritmo más pausado de cortes y el estándar estilístico actual, con planos muy breves en promedio. Pero nunca se pierde claridad, y la velocidad nunca es tanta que no sea posible saborear cada imagen.

La repetición de todo el accidente al final de la película no es sólo para estirar y volver a mostrar la secuencia de acción (aunque también implica eso). Por el lugar en que está, vale como el remate del casi showdown que es la confrontación estilo tribunal con la NTSB. Vemos los mismos hechos con un montaje totalmente distinto, que enfatiza lo que pasó en la cabina, y volvemos a sentir el suspenso y el interés. El primer flashback correspondía al recuerdo de Sully en una charla con su esposa. El segundo ya vale como “la verdad”, porque el pretexto es que la gente del NTSB está escuchando la grabación de la caja negra. Ese momento tiene el poder de ostentar el heroísmo de Sully, que en el film es obvio; la primera versión, factualmente no contradictoria con esta, ponía mayor énfasis en el desempeño colectivo de los tripulantes, el personal de control en tierra y los pasajeros.

Es una película de heroísmo basada en el habitual mecanismo de identificación, así que el espectador compenetrado se pasa todo el tiempo echando espuma de indignación, porque un tipo valioso que hizo todo bien no es reconocido, e incluso corre el riesgo de ser aplastado (si se le achaca un error grave, lo retiran sin derecho a pensión), debido a la mezquindad de un grupo de burócratas con mala leche. El desenlace de la escena de tribunal vale como una buena catarsis (y ya que es la parte con mayor componente ficticio, no histórico, mejor no adelantar datos del discurso moral que hace el Sully de ficción para justificarse). Eastwood lo filma con total compenetración: al fin de cuentas, Sully es como Dirty Harry: alguien que no se pone a meditar mucho sobre las reglas, sino que sigue un instinto en cierto modo encauzado por una ética supuestamente impecable y una distinción clara entre el bien y el mal, cuya eficacia es trancada por consideraciones formales-burocráticas. Aquí no hay aspectos políticos controvertidos como en la serie de Dirty Harry, y además tenemos la vindicación de la veteranía, otro asunto muy caro a este director de 86 años.

El “milagro del Hudson” tiene otras resonancias. Con la crisis económica de 2008, la masa de la población estadounidense empezó a desayunarse de las consecuencias del desplazamiento de una economía productiva a una basada en lo financiero, y el país se sintió traicionado por su propia elite. Este cuentito con el que arrancó 2009 reconfortaba a la gente con un baño de esperanza, porque ahí estaban todos los aspectos positivos de los que puede preciarse una sociedad como la estadounidense: buena formación, combinación entre disciplina colectiva y arbitrio individual informado, disposición solidaria. Por otro lado, la pesadilla del inicio trae resonancias de 2001, porque es imposible no pensar en las torres gemelas cuando vemos un avión estrellarse contra un edificio en Nueva York. Pero lo del Hudson fue una especie de anti 11 de setiembre: en vez de un terrorista extranjero malo que viene a destruir, tenemos a un profesional honrado estadounidense que logra alcanzar el resultado opuesto, con cero víctimas. Son nociones cándidas, que por suerte no están enunciadas, pero quedan ahí, como un subtexto con alto poder emotivo.

La actuación de Tom Hanks es espectacular, aun para los estándares altísimos de ese gran actor. Y quienes no se vayan apresuradamente cuando empiecen los créditos podrán ver al Sully real en un encuentro con pasajeros del vuelo.

Sully: hazaña en el Hudson (Sully)

Dirigida por Clint Eastwood y basada en un relato autobiográfico de Chesley Sullenberger, coescrito por Jeffrey Zaslow. Estados Unidos, 2016. Con Tom Hanks, Aaron Eckhart y Laura Linney. Grupocine Punta Carretas y Torre de los Profesionales; Life Cinemas 21 y Costa Urbana; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.

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