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JT y Wolflow. • foto: agustín acevedo

Se entregaron los premios 2016 al hip hop

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La cita a la cuarta edición de los premios al hip hop está fijada para las 20.30, pero la sala Hugo Balzo se encuentra casi vacía. La asociación del género con un lugar tan imponente y elegante como el Auditorio Nacional del SODRE parece un poco fuera de lugar, y llego a preguntarme si no será que me equivoqué. Sin embargo, no hace falta deambular demasiado por las inmediaciones para ver a la mayoría de los futuros espectadores y presentadores sentados en las escaleras y relajándose afuera del gigantesco edificio. En la vereda de enfrente, Davich Mattioli, MC de Latejapride*, y César Sapo Gamboa, DJ y MC de Contra las Cuerdas (CLC) -dos bandas hermanas que, comparadas con la juventud de muchos de los otros nominados, pueden considerarse casi ancestrales-, esperan distendidos la llegada de Marcelo Gamboa, hermano del último, quien recientemente compró una Kombi para sumar una empresa personal de fletes y traslado a su labor con el micrófono y la guitarra acústica de CLC.

César y Davich, escoltados por JT (voz de barítono que acompaña el colectivo MAC TEAM, una de las crews raperas más interesantes que haya dado la escena local en los últimos años), van a comprar unas cervezas a un local que queda a media cuadra del auditorio. El local parece un antiguo y largo boliche devenido quiosco, y la transacción sólo se puede efectuar a través de una reja, de modo que cada vez que la encargada va a buscar el cambio debe tomarse unos largos minutos en ir y volver de la caja. Lo hace sin prisa ni cansancio, asistiendo uno por uno a los clientes, aparentemente sin conciencia de las caminatas que se ahorraría si tuviera la caja un poco más cerca. Después pienso que posiblemente sea un mecanismo de seguridad para prevenir robos. De una forma u otra, no hay ninguna señal de apuro en los presentes.

CLC y Latejapride* van a unir fuerzas para tocar “Voy en mi carro”, último corte de difusión de Al sur de la ciudad, de los primeros, uno de los nominados a mejor disco de rap del año. Sapo se ríe al contar que el plan original era entrar al escenario en un auto hecho de cartón, pero los cálculos salieron mal y les quedó demasiado chico. Me acuerdo de la famosa escena del monolito y los enanos en la película This is Spinal Tap, pero ninguno de los presentes la conoce.

Pensando en Spinal Tap, y en qué fue lo que pasó para que el rock dejara de ser una de las principales fuerzas civilizadoras de Occidente, en un mundo cada vez más dominado por el rap, la electrónica y el pop, me acerco a tomar fotos de la gente que espera para entrar. Muchas viseras, bermudas y remeras cinco talles mayores, pero también ropa floreada y camisas ceñidas. Basta con prestar un poco de atención para ver las distintas placas identificadoras colgando de los cuellos. El clásico mote de “música para músicos”, que hace referencia a géneros o bandas que sólo aprecian a quienes comparten conocimientos y lenguajes muy específicos, suele ser un término peyorativo, pero en el rap parece adquirir sentido y ser motivo de orgullo, con lo que se subvierte el orden original del razonamiento. Como si el simple hecho de ser escucha o consumidor te llevara a intentar hacer algo vos mismo. Por supuesto, la profusión de entusiastas no es garantía de calidad (basta ver unas cuantas batallas de freestyle para darse cuenta de que hay muchos raperos con escasos dones de originalidad y rima), pero se percibe en ello algo extrañamente vital, que recuerda al lema del punk: “Este es un acorde, / este es otro / y este es un tercero; / ahora, formá una banda”.

El nuevo canon

Los motivos para festejar exceden a los premios. Siempre es demasiado tentador canonizar una fecha y ponerle un moño para marcar el fin o el comienzo de algo, pero 2016 parece el año en que el hip hop explotó. Casi todas las listas internacionales de lo mejor del año están mayoritariamente habitadas por músicos de hip hop o aledaños, y el género se fue viralizando a nivel local, para estar cada vez más cerca del fenómeno auténticamente barrial que siempre quiso ser. El abaratamiento de nuevas tecnologías y los ilimitados intercambios vía web abrieron un sinfín de posibilidades, y el sonido de las bases se refina en forma creciente. Un ejemplo son los cambios de beatmaking (la realización de las pistas sobre las que los raperos tiran sus versos), mucho más a la par con las tendencias actuales, algo que no necesariamente garantiza mejor sonido, pero que permite una mayor circulación dentro y fuera del país. En poco tiempo, gente como DJ Lvzy y la crew Los Buenos Modales ahondó en los bajos densos y los hi hat corridos del trap (un género más emparentado con la electrónica que con el sampleo del funk o el rock), con detalles de producción que rivalizan con los de figuras importantes.

El chileno Darío Gutiérrez, jurado del certamen y conductor del programa especializado en rap La cueva de Bob, dice: “Lo interesante de Uruguay es que son muy amigos de la mixtura; en Chile es un poco más tradicional. Acá hay mucho apego por la raíz, y creo que en eso se va a poder encontrar un sonido mucho más propio. Me gusta lo que hace MAC TEAM, por ejemplo; creo que están enfocados y cada uno está llevándola muy bien tanto dentro de sus proyectos individuales como en los trabajos en los que están como colectivo. También me gustan DJ RC y Eli Almic, porque tienen harta chance de salir un poco del sonido uruguayo y de meterle a uno más latinoamericano, con discos que tengan colaboraciones con sonidos peruanos, argentinos, chilenos... Eso es lo que le queda por hacer al rap uruguayo: estandarizarse un poco en el rap. Creo que el underground gringo está poniendo los ojos en Sudamérica, se dan cuenta de que hay mucho por hacer. Lo que está pasando en Latinoamérica es que todos nos estamos uniendo y pasando de país en país, es un barrio mucho más grande, y creo que ellos están mirando mucho eso”.

Entre las claves de la unión, tanto en lo internacional como en lo nacional, hay una serie de plataformas que ha servido como caldo de cultivo. En una misma escena se unen e interconectan páginas de Bandcamp, sellos autofinanciados, programas de radio como El quinto elemento (cuyo conductor, Fernando Richieri, fue el cerebro detrás de la entrega de premios), competencias de beatmakers organizadas por Pure Class Music, batallas de freestyle desperdigadas por un montón de plazas, cyphers (encuentros para rapear sin que haya competencia) y grabaciones de estudio compartidas por sitios como Kanoashot y Pandora Mvd, proyectos como Nada Crece a la Sombra (que imparte talleres de hip hop a reclusos en el Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente; el Fondo Nacional de Música apoyará la grabación de un disco con trabajos de jóvenes que pasaron por el proyecto) y un montón de redes más, imposibles de captar a simple vista.

Los premiados

La entrega de premios (con una sala ya rebosante que, desde un punto de vista etario, sugería la presencia de muchísimos familiares de los nominados) comenzó con la ya mencionada presentación de CLC (sin entrada en el auto liliputiense) y se metió enseguida en la categoría de graffers (gente que hace grafitis); los premiados fueron Este Graff en la categoría de mural, a Folk como mejor graffer y a RE Crew como mejor crew (grupo que realiza la tarea colectivamente). Además del numeroso grupo de baile Bit Bang -casi íntegramente formado por mujeres, de variada edad y espíritu combativo-, cada segmento específico, según la disciplina premiada dentro de la cultura hip hop, incluía una presentación en vivo: se pudo ver al grupo Groove Retórica (un proyecto paralelo de Hurakán Martínez, de Arrajatablas Flow Club -AFC- y Farath Beats, de Dostrescinco, dos de las bandas de más arraigo del hip hop actual), a Berna y DJ Lvzy (compositores de Trapeando Volumen 2, nominado a mejor disco del año), y a Nataniel y Alen MC, los dos con un tono mucho más volcado al contenido social. Esta heterogeneidad de estilos, tanto en materia de flow (algo así como la cadencia al ir rimando) como de letras, quiso quedar plasmada en el videoclip Todos somos hip hop, una megacolaboración que cristaliza este momento de claridad del hip hop uruguayo como género, pero también como movimiento.

En materia musical, el gran ganador de la noche fue DJ RC, tanto en la categoría individual (mejor DJ) como por su trabajo en colaboración con la MC Eli Almic, en las categorías mejor dupla MC/beatmaker, MC solista (entregado a Eli, la primera mujer en recibir este premio) y mejor disco del año, por Hace que exista.

CLC se llevó el reconocimiento a mejor grupo de rap, mientras que DJ Lvzy se alzó con el galardón a mejor beatmaker del año, y Damhol con el de mejor EP/mixtape, por su interesante trabajo Fernweh. En el hip hop local se está dando un fenómeno extraño: los trabajos más interesantes suelen venir en el formato de EP, con menos temas que un disco estándar, como sucedió el año pasado con Venta de garaje, de Hache y DJRC.

El premio a mejor videoclip se lo llevó MVD Causa Crew por Odio secreto, que compitió con otros trabajos de alta calidad conceptual y visual (algo bastante poco frecuente para cualquier género local), como Gala, de Buenos Modales; Ese lugar sin forma, de Eli Almic y DJRC; y Es hora, de Santi Mostaffa.

El momento más alto de la noche fue la presentación de cierre de JT y Wolflow, quien terminó cantando con un talkbox colgado en el aire de unas cuerdas, como el flow que reinaba en el lugar.

A la salida todo es festejo, más allá de quiénes resultaron ganadores y perdedores. Es extraño ver que un género tan proclive a la competencia, donde casi todo (como en el deporte mismo) parece una simulación de la guerra por medios más bellos, genere esa sensación de unidad. El gigantesco MC Vozarrón es abordado por una señora mayor que lo abraza (las pequeñas trenzas motudas contrastando con ese pelo rubio, de corte medio cuadrado, como de peluquería de la tercera edad) y le dice: “Vos no te acordás de mí, pero yo me acuerdo de vos”. La señora le dice al oído la referencia en común y los otros raperos los miran sonriendo.

No se puede predecir lo que pasará dentro de diez años, pero es inevitable pensar en cualquier explosión musical local desde las cenizas de la generación Pilsen Rock. El hip hop, a diferencia del rock, parece haber crecido más lentamente, autogestionado y ramificado entre la gente y los músicos, contrariamente a lo que pasó en aquellos comienzos de este milenio, cuando no quedó mucho en el vaso una vez que bajó la espuma. Será cuestión de esperar.

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