En el primer capítulo, los dos autores salen a acompañar a la Sonora Borinquen en una noche de invierno de 2012. Junto con algunos detalles anecdóticos periféricos (el ómnibus que los lleva al primer toque, el mozo que no los quiere dejar entrar), se describen una noche de trabajo arduo, cuatro toques en locales distintos, el armado y desarmado de cada escenario, el traslado en camioneta. En cada uno de los toques, según Recoba, la banda deja todo, como si fuera su única presentación de la velada. Y la rompe, una vez que todos se paran a bailar y aplauden con entusiasmo. El veterano Carlos Goberna, fundador de la orquesta, en 1964, y su líder desde entonces, uno de los cantantes principales junto con sus hijos, logra ostentar siempre buen humor y cancha en el escenario, aunque controla puntillosamente todo el proceso. Acepta amablemente y sonríe ante cada persona que se le arrima para sacar una foto (y son como ochenta por noche). Por todos lados hay mujeres que se les abalanzan a los cantantes, a los instrumentistas y hasta a los utileros del grupo. El relato incluye varias pequeñas anécdotas de esa noche, describe cada uno de los lugares y da una idea de que el espectáculo no es fijo, sino que el repertorio se acomoda al perfil de cada local, además de que se adapta sobre la marcha en función de la respuesta del público. Las vistosas fotos de Agustín Fernández ayudan a componer el panorama y a darle concreción.
En el segundo capítulo, los autores vuelven a salir otra noche con la orquesta. Y de vuelta en el tercer capítulo, y en el cuarto, quinto, sexto y séptimo. En algunos de estos capítulos no hay textos sino sólo el reportaje fotográfico. En otros, no hay fotos, sino sólo la crónica escrita. La abundancia de detalles cotidianos -que una noche tal músico andaba seriote, que alguien dijo un chiste cuando alguien del público gritó tal cosa- debe de ser un placer para quienes son fans de la Borinquen. Para quienes no lo son, deja una idea jugosa acerca de la actividad de la orquesta, parcialmente interna (porque los cronistas se trasladaron junto a los músicos y tienen el panorama de distintos públicos), parcialmente externa (porque no se llegan a meter totalmente en la cocina del grupo, y acompañan cada uno de los toques como espectadores atentos a lo que pasa arriba y abajo del escenario). Todo eso va a culminar con la presentación de la Sonora el 25 de marzo de 2015 en el Teatro de Verano junto a un montón de invitados, para celebrar 50 años de actividad ininterrumpida.
No voy a decir que esa masa de información no me haya enseñado cosas: claro que sí. Soy muy ignorante con respecto a la música tropical -carencia importante en alguien que se presenta por ahí como especialista en música popular uruguaya-, así que me interesa aprender. Capté mucho con el libro: sobre los diversos ambientes que se manejan, sobre qué se charla entre toque y toque, sobre el hecho de que a veces empiezan con tal canción y a veces con tal otra, sobre el ritmo de trabajo. Me sorprendió el hecho de que incluso un grupo tan popular y que trabaja tanto no rinda beneficios suficientes para mantener a sus integrantes que, en todos los casos, tienen su trabajito “normal” no musical, por cuestiones de seguridad económica. Sin embargo, mis curiosidades muy básicas no son respondidas en lugar alguno. Por ejemplo: ¿cuántos integrantes tiene la banda? (En la página 130, recién, se menciona al pasar que son diez, y aun así no es seguro si eso incluye o no a los cantantes, o si ésos eran los que estaban en determinado ensayo pero la formación fija es de más gente, o de menos.) ¿Cuál es esa formación, qué instrumentos tocan? ¿Esa integración instrumental es peculiar en el mundo de la tropical, o hay todo un grupo de orquestas que usan la misma? ¿Qué significados tienen las diferencias en ese terreno? ¿Quiénes son, cómo se llaman, qué edades tienen, de qué ciudades o barrios son oriundos, cuánto hace que están en la orquesta, qué hacían antes, cómo se formaron, cómo ingresaron? ¿De quiénes son las canciones? ¿Quién hace los arreglos? ¿Cuáles son las influencias principales del grupo? ¿Qué cosas se supone que la Borinquen inventó (aparte de haber introducido en el país la “plena canción”, que se menciona en determinado momento, pero no se define ni se ejemplifica)? ¿Cuánto ganan por toque? Un análisis detenido de pistas esparcidas en las crónicas y fotos podría acercarme a algunas de las respuestas a esas preguntas, pero el hecho es que no están expuestas en forma sistemática. Me dio pena también que, entre tantas crónicas de bailes, armado y desarmado de escenarios y camionetas, no haya, por ejemplo, una que muestre cómo es la dinámica de los ensayos.
Claro, quizás alguna de esas preguntas sólo tiene sentido para un ignorante como yo: si escribiera un libro sobre The Beatles, capaz que me olvidaba de poner que se trata de un cuarteto de dos guitarras, bajo y batería, lo daría por obvio. Es posible que este libro esté dedicado principalmente a los seguidores de la Borinquen, que deben saber las cosas que me pregunto, o quizás ellos no las sepan pero no importe, porque ese tipo de datos se asocia con otros tipos de música y en una orquesta tropical lo vivencial viene mucho antes que el dato, la historia, el pasado. ¿Será? No sé, mi curiosidad persiste. Creo entender del libro, por ejemplo, que se trata de un grupo con “dueño”, es decir que Carlos Goberna toma las decisiones artísticas, es su grupo, contrata o echa gente según le parece mejor. Carlitos Goberna, su hijo y el segundo cantante, desde hace unos años pasó a encargarse de los negocios y de aspectos organizativos, así que se convirtió en un segundo “dueño”. Los instrumentistas parecen ser contratados. Los detalles de ese vínculo no se comentan.
Hacia la mitad del libro aparecen entrevistas más o menos extensas con tres figuras centrales: Goberna padre, Carlitos Goberna y Oscar Leis (otro cantante famoso de la banda, ya retirado). Ahí tenemos algunos datos sobre la historia de la Borinquen, en el contexto de una muy escueta historia de la música tropical. Pero el relato acerca de la banda no es mucho más detallado que el que apareció en la serie televisiva sobre música uruguaya dirigida por Juan Pellicer (2009), y en lo referido a la historia de la música tropical no se aporta nada distinto a lo que se veía en aquella serie o a lo que se puede leer en los breves capítulos dedicados a esa música en libros de Rubén Olivera (2014) y Coriún Aharonián (2007). No queda claro si la reiteración del mismo tipo de datos es una confirmación de lo recopilado por los estudiosos mencionados (que distan de ser, cualquiera de los tres, especialistas en música tropical), o si directamente los datos fueron tomados de lo que ellos ya habían aportado.
Quienes no lo sabíamos nos enteramos de que la Borinquen fue una banda que tuvo éxito inmediato cuando se fundó, y de que desde entonces grabó varios discos y tocó continuamente. También de que varias de sus canciones las conoce medio pueblo y de que todo siguió viento en popa hasta que, en los años 90, Sonora Palacio y Karibe con K propusieron nuevas reglas de juego. En ese momento la Borinquen no quiso o no supo adaptarse a la nueva usanza (rostros juveniles, trajes y espíritu inspirados en los parodistas de carnaval) y empezaron tiempos difíciles, acentuados por la era del “pop latino” (Fatales, Chocolate, etcétera). Pero supieron insistir y demostrar su vigencia a los dueños de los locales, de modo que finalmente perduraron y se volvieron a robustecer, mientras que otras bandas que se habían puesto de moda se terminaron agotando. Y así siguen (el relato no alcanza a aclarar si las ondas más recientes, como las de Lucas Sugo y la cumbia cheta, implicaron algún cambio).
Las ilustraciones del libro se limitan a las fotos actuales sacadas por Agustín Fernández. No hay imágenes de época, ni tapas de discos, ni afiches históricos, ni reproducciones de comentarios periodísticos (¿los hubo?) que podrían documentar si a lo largo de medio siglo hubo cambios en el criterio de indumentaria, o en la instrumentación, o en la expresión física de los músicos o del público. Es como que los autores se ciñeron estrictamente a la función de crónica y homenaje, con las que cumplen en esta edición muy prolija y bella. El texto es claro, sencillo, directo. Las fotos están muy bien impresas. El papel es espeso y satinado. Al final hay una discografía que parece ser bastante completa (aunque trae sólo títulos de las canciones, año y sello, sin indicar las autorías de los temas ni los músicos participantes en su grabación). Y tiene el mérito mayúsculo de ser el primer libro completo dedicado a un grupo de música tropical.