Mucho se ha escrito sobre el presunto “agotamiento” de la ciencia ficción (CF). La idea básica es simple: en un mundo en el que el cambio tecnológico resulta vertiginoso, la idea misma de una literatura que explore el futuro parece problemática. Y podemos sumar otra idea similar: que en el llamado Tercer Mundo las circunstancias que condicionan el desarrollo científico afectan severamente la posibilidad de una tradición literaria de CF.
Ambas ideas son, como mínimo, discutibles, pero parece clarísimo que en los últimos años la CF ha dado pocas señales de agotamiento: nuevas tendencias han seguido apareciendo, nuevos nombres de interés han surgido en el mercado editorial y no dejaron de ser publicados libros que podrían reclamar el estatuto de clásicos del género (como Historias de tu vida -de Ted Chiang, de 2002- y El problema de los tres cuerpos -de Liu Cixin, publicada en chino en 2006 y traducida al inglés en 2014-, además de La ciudad y la ciudad -de China Miéville, publicada en 2009- y la vasta serie El ciclo barroco -de Neal Stephenson, 2003-2004-).
De hecho, en las últimas décadas se ha vuelto especialmente evidente la tendencia -que algunos han bautizado “poscienciaficción”- de autores mainstream -es decir, de “literatura a secas” o “sin género”- a incorporar temas vinculables con la CF. Es el caso, por ejemplo, de no pocas novelas de Jonathan Lethem (particularmente Chronic City, de 2009), de cierta ucronía de Philip Roth, de las novelas distópicas de Margaret Atwood, etcétera.
Esa tendencia también alcanzó a la literatura en español. Aparecieron novelas como El fondo del cielo (2009), de Rodrigo Fresán, y la más reciente Iris (2014), de Edmundo Paz Soldán. Repasando libros publicados recientemente en Argentina, la “poscienciaficción” aparece como una tendencia ineludible.
Habría que empezar por Pola Oloixarac (nacida en 1977) y su novela Las constelaciones oscuras. Buena parte del libro puede ser leído como la historia de la formación de un hacker, y hay hechos fundamentales para la trama que transcurren en 2024. Aparecen también referencias a HP Lovecraft -mejor dicho, es visible la construcción de ciertos climas evidentemente lovecraftianos- y una recurrente exploración de temas vinculables con el biopunk (el subgénero de la CF que tiene a la biotecnología, y en particular a la ingeniería genética, como preocupación central) e, incluso, con cierto horror biológico a la David Cronenberg, evidentemente relacionado con la CF.
La novela sigue, de alguna manera, la línea inaugurada en Las teorías salvajes (2008), primer libro de Oloixarac, en tanto su escritura juega aquí y allá a convertirse en una suerte de parodia de ciertos discursos antropológicos, pero logra avanzar hacia el territorio en el que podemos encontrar Al límite (2013), la última novela de Thomas Pynchon, y buena parte de la narrativa tardía de William Gibson: la exposición del cambio tecnológico y sus efectos sobre la vida cotidiana, sobre cómo nos pensamos en tanto seres humanos o quién sabe qué cosas. Las constelaciones oscuras, con su permanente retorno al tema de la separación entre las especies, la hibridación y el devenir de los seres en nuevas taxonomías posibles, construye un mundo ligeramente alternativo, lo proyecta menos de diez años hacia el futuro y lo hace estallar. Como en tantos clásicos de la CF, hacia el final la propuesta de valor literario bebe no tanto de una narrativa tradicionalmente sólida (menos jugada, más conservadora) como del juego con las ideas y la escritura que las pone en movimiento. Una novela “de estilo”, podría pensarse, que es también (o, precisamente, por ser una cosa es la otra) una novela “de ideas”.
Quizá, en ese sentido, la apropiación de pautas narrativas, imágenes y procedimientos típicos de cierta CF (sobre todo la posterior a Neuromante, de 1984) le sirve a Oloixarac de manera perfecta para actualizar al siglo XXI, a la era Google y al transhumanismo la llamada “novela de tesis”.
El siglo de las redes
Las redes invisibles, de Sebastián Robles (nacido en 1979), retoma los géneros del “ensayo ficticio” y las “biografías imaginarias”, que desde la CF hacen pensar en obras de Stanislaw Lem, y desde el canon argentino y latinoamericano remiten evidentemente a Jorge Luis Borges, Juan Rodolfo Wilcock y Roberto Bolaño. El libro incluye diez textos breves, y cada uno de ellos tiene como tema una red social ficticia. Todos, a su manera, proponen un presente alternativo, un mundo (ligeramente) diferente al nuestro; algunos incluso sugieren algo así como un futuro cercano o cercanísimo. Hay una red para enfermos terminales (“Tod”), una hecha de niveles vacíos por medio de los cuales el usuario va avanzando por el mero hecho de avanzar (“Mamushka”), hay relatos de verdadero terror (“Hospital”), hay referencias al canon del género (“Cthulhu”) y al otro (“Tlön”), fundidos evidentemente en uno solo. Y hay una gran ucronía, seguramente el texto breve más inteligente publicado en los últimos años en Argentina (“Crítica”), que propone la existencia de una red social ya temprano en el siglo XX, con todo el proceso de la literatura argentina reescrito a partir de esa irrupción. Quizá podría hablarse de una nueva variante de la ucronía: una que modifica la historia del arte, la de la literatura en este caso. Pero está claro que el texto de Robles es, además, un modo de llamar la atención sobre las redes sociales como fenómeno también (o primordialmente) literario -no es trivial que el texto esté dedicado a Juan Terranova, uno de los escritores y críticos que más seria e inteligentemente han pensado el tema de esas redes-.
Es también un libro de ideas, de tesis. En ese sentido, dialoga con Las constelaciones oscuras (además de hacerlo por el trabajo sobre y desde la CF). Del mismo modo, con un giro hacia la sociología y una preocupación específica por las vidas, el lenguaje y el pensamiento de los investigadores de ciencias sociales en Argentina, cabe incorporar a esta lista Cataratas, de Hernán Vanoli (nacido en 1980).
Vanoli no es un extraño a la relación entre mainstream y CF, ya que sus libros anteriores (la colección de cuentos Varadero y Habana Maravillosa, de 2009, y la novela Pinamar, de 2010) se acercan al género mediante cierta forma de tomar prestados climas y procedimientos sin dar el salto de presentarse estrictamente “como” libros de CF. Cataratas -que transcurre en un futuro cercano- está atravesada por pequeñas referencias a gadgets futuros y a su relación con la vida cotidiana, y se ofrece por partes iguales como un comentario sobre la vida de los investigadores becarios del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas argentino -y, por lo tanto, plantea una CF que remite marcadamente al presente, que habla del presente- y como una novela de aventuras.
Terror en la cárcel
Los tres libros mencionados se parecen en su uso de la CF -o en su manera de ser CF-, pero los separan diferencias “de escritura”. En Oloixarac se percibe cierta efervescencia o exuberancia de estilo, un lenguaje que se ocupa de deslumbrar; en Vanoli hay más bien un mecanismo desencantado del poder expresivo de ciertos recursos consagrados, un estilo atravesado por reiteraciones, de tono más bien uniforme y opaco. Robles escribe en una prosa clara, equilibrada y “periodística”, que, sin embargo, cristaliza astutamente en momentos de extrañamiento o aun ominosidad. Hay que ubicar más lejos a El brujo, de Matias Bragagnolo (nacido en 1980), el más claramente inmerso en un género (o en dos: CF y terror) de los libros mencionados, al punto que, a diferencia de los otros tres, se publicó en una colección de género: de novela negra, en rigor, atribución justificada por el ambiente carcelario que lo domina y lo acerca a la ficción “tumbera”.
Posiblemente sea una manera diferente de pararse en el campo literario: Oloixarac, Vanoli y Robles toman recursos y procedimientos para insertarlos como una pieza más de su maquinaria, y a la vez se piensan en diálogo con el mainstream, o incluso con una literatura vista desde fuera de los géneros narrativos y de la “sociología editorial” de esos géneros. Bragagnolo trabaja desde recursos específicos, explorándolos en una búsqueda de novedad o “vuelta de tuerca” que tiene más vocación de hacer algo nuevo desde lo mismo -actitud fundamental en la narrativa de género- que un uso de esos elementos o recursos como herramientas.
El brujo, en todo caso, se propone notoriamente inquietar, y por ello establece con el lector una relación diferente a la que postulan Cataratas, Las redes invisibles y Las constelaciones oscuras. Centrada en la extensa exploración de una cárcel construida en el futuro cercano -en una distopía en la que Argentina ha vuelto a ser gobernada por la extrema derecha... ejem... ejem...-, se convierte, sin duda, en una de las experiencias de lectura más desafiantes (y deslumbrantes) propuestas por la narrativa rioplatense reciente.
Esta novela marcaría el borde, si se lo quiere ver en esos términos, de esa zona de la literatura argentina reciente que incorpora la CF y trabaja con ella o desde ella. Más allá está la ficción publicada como “de género” por editoriales “específicamente de género”, firmada por nombres no asociados al mainstream y ofrecida con “militancia del género” y, por tanto, con conciencia exhaustiva de su historia. En ese sentido, el panorama se reduce a algunas revistas y una editorial, Ediciones Ayarmanot, que ha publicado en el último año y medio cuatro colecciones de cuentos y tres novelas. Valdría la pena, entonces, el ejercicio de explorar esa ficción y leerla en relación con las novelas que acabamos de comentar (y con otras asimilables en mayor o menor medida a esta tendencia, como podría ser El recurso humano, de Nicolás Mavrakis), todas ellas CF en el sentido más amplio y fresco del término. En cualquier caso, podríamos quedarnos con la idea de que en 2015 se volvió visible una tendencia -entre escritores mainstream con marcada proyección editorial incluso a nivel internacional, Oloixarac a la cabeza de los cuatro mencionados- a meterse con la CF, y eso es, sin duda, un hecho llamativo para la historia del género por estas partes del mundo.