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Mario Ferreira. Foto: Santiago Mazzarovich

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Con el nuevo director de la Comedia Nacional, Mario Ferreira.

Nació en La Teja a mediados de 1966, cuando Peñarol ganaba por tercera vez la Copa Libertadores de América. Se acercó al mundo del teatro por diversas vías: empezó con Alfredo Goldstein en el liceo Bauzá, siguió con el grupo La Gotera, con sede en el Cerro, y continuó en la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD). Con una mueca feliz que no olvidaba su historia, en 1989 fundó, junto a sus compañeros de generación, la Comedia Peñarol -por contraposición a la Nacional-, que presentó un espectáculo de egreso llamado No Xirgu para nada. Hace unos días Ferreira volvió a ser elegido director de la Comedia Nacional (CN, ver www.ladiaria.com.uy/AF5O). Con una formación que cruza teatro barrial, autores anglosajones y carnaval, en su anterior período dejó una fuerte impronta en el elenco oficial. En diálogo con la diaria, este actor que ya lleva 11 años en el elenco de la CN reivindicó la necesidad de que ésta recupere protagonismo en la programación de las salas (del Solís y la Verdi), de que cuente con más espectáculos en cartel y de que se refuercen las salidas al interior. “Debemos animarnos a mirarnos distinto”, planteó.

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¿Cómo definirías la misión de la CN?

-Intentar hacer el mejor teatro posible para la mayor cantidad de gente posible. Esto es centrarnos en el teatro como una disciplina artística, y los que nos dedicamos a ella la entendemos como seria y comprometida. Consideramos que el teatro tiene un poder transformador. El sentido que tiene el teatro público dentro de una sociedad es mucho más amplio e importante de lo que muchas veces se piensa. Que hayan existido personas que creyeron que las disciplinas artísticas debían ser contempladas desde la órbita pública tiene su punto de partida en que entendieron al individuo como un todo. Podemos tener las necesidades básicas cubiertas, pero si el crecimiento individual no va por otros lados, habrá muchas carencias. Y tiene un valor enorme que exista la posibilidad de que, desde lo público, se elijan autores importantes, se siga discutiendo sobre qué espectáculo hacer, sobre por qué hacemos determinada obra y el sentido que eso tiene. Le doy mucha importancia al valor que -hoy más que nunca- tienen las instituciones, pensando en el teatro como eje: las instituciones siguen discutiendo de teatro, sigue habiendo comisiones -tanto aquí como en El Galpón y el Circular- que estudian los textos y que apuestan a los grandes textos. En un momento en que unas salas cierran y otras modifican su perfil, hay que fortalecer las bases para que se mantenga una actividad teatral intensa. Veo que en ese sentido las instituciones, y la CN en particular, marcan mojones.

¿En qué consistía el proyecto de trabajo que presentaste? -Fue una continuación del proyecto madre que se nos había solicitado desde el Departamento de Cultura [de la Intendencia de Montevideo], donde todos los candidatos habíamos volcado nuestros puntos de vista. Mi proyecto consistió en desarrollar cada uno de los puntos, contemplar distintas áreas y pensar en nuestros productos artísticos enfocados a determinados grupos o colectividades; teniendo más en cuenta temas que hoy son candentes y con los que estamos palpitando, relacionados con la inclusión y la diversidad. No es algo nuevo, la CN fue pionera en Latinoamérica con la audiodescripción para personas ciegas o de baja visión, y a lo largo de todo el año pasado Lucio Hernández dictó un taller para personas sordas que fue maravilloso. La CN tiene un alcance muy grande y muchas posibilidades de desarrollo. Desde la reapertura del Solís, cuando pasó a ser un elenco residente, en el teatro se comenzaron a coordinar fechas de antemano, algo que no está mal, pero que a la CN le impidió la libertad de manejar los espectáculos de acuerdo a cómo funcionen. Tenemos posibilidad de hacer teatro leído, semimontado, etcétera, todo ese potencial de trabajo lo tenemos y lo concretamos, y hay muchas otras actividades que se podría hacer. Pero contar con fechas tan acotadas no deja de ser una limitante. Una de las cosas que incluí en el proyecto fue la recuperación de lo que llamamos la tercera franja de estrenos. Hace muchos años la CN estrenaba nueve o diez espectáculos al año. El espacio que ahora utilizamos para la reposición antes era de estrenos. Es decir que a fin de un año el elenco se abocaba a preparar los espectáculos del siguiente, y cuando se volvía de la licencia ya se contaba con tres espectáculos para estrenar enseguida; a mitad de año había otros tres, y sobre octubre se montaban los últimos. Desde la reapertura del Solís, y por otras circunstancias, todo eso se modificó. Pero la idea es poder recuperarlo, y lo mismo con las salidas de Montevideo; para eso ya me he reunido con representantes del Ministerio de Educación y Cultura, a fin de que la logística y la operativa de la gira puedan ser coordinadas en conjunto. Antes ya lo hacíamos por nuestra cuenta (hemos girado con Doña Ramona, Los muertos, El tiempo todo entero, Molly), pero la pretensión es que ahora el alcance sea mayor. Sería fantástico pensar en un elenco que alcanzara la mayor cantidad posible de lugares en el interior del país, y no sólo las capitales. Éstas son algunas de las aspiraciones, junto a la presencia de autores uruguayos.

¿Eso lo identificás como un debe?

-Es un debe tenerlos más en cuenta, porque su presencia no es abundante. Hay que considerar trabajar juntos o tomar riesgos, porque tal vez en otros momentos no hubiéramos apostado por algunos títulos, pero llegó el momento de hacerlo y ver qué sucede. Entiendo que hoy en día hay un gran desarrollo de la dramaturgia, y creo que nos corresponde mirar hacia ese lado y arriesgar. Lo que pasa es que el devenir de la CN generó que, si bien fue fundada con ese fin [representar obras de autores nacionales], la aparición de enormes figuras como Margarita [Xirgu] y otros directores, para quienes el teatro clásico era su materia, terminaron transmitiendo eso y dejándolo como semilla. Es muy difícil no asociar a la CN con el teatro clásico, y me parece bien, porque todos los elencos importantes del mundo incluyen clásicos en la cartelera.

¿Cómo se hace la selección de autores? En general, los que se incluyen son más bien vanguardistas, experimentales, y no tanto los que hablan sobre lo cotidiano y lo montevideano, como puede ser Rescatate, algunas comedias, y textos de otros perfiles como Ellos, de Anthony Fletcher, que se vincula con la cuestión de la inmigración.

-Llegó el momento de mirar toda esa zona de los autores que no hemos abordado o a los que no hemos llegado. Y es necesario hacer apuestas fuertes. Hay gente que escribe desde hace muchos años y que genera corrientes de público. Algunos fueron invitados en su momento, pero no llegamos a un acuerdo, no fue que no estuviéramos interesados. Y muchas veces los títulos interesan, pero acá siempre se tiene que pensar en conjunto; puede haber una obra que nos gusta mucho pero que no encaja con las otras dos que también están, y además tiene que incluir a todo un elenco. Armar una programación no sólo es salir con lo que estamos convencidos y lo que nos gusta, sino que además tiene que ser funcional a toda la estructura. En mi anterior dirección me tocó postergar títulos que nos parecía que tenían que ir, y recién se pudieron hacer al tercer año. Debemos animarnos a mirarnos distinto. Esta estructura te ofrece muchas comodidades, pero también es bueno decir que no siempre el desarrollo de un actor en la CN es el ideal. Quien no trabaja en la CN puede elegir qué hacer y cómo manejar su carrera. Aquí el actor también pasa por períodos de frustración, de desencanto, y también sobre eso se debe trabajar. En ese sentido, los talleres que venimos haciendo desde hace años, y que también en el período de Margarita [Musto] estuvieron presentes renuevan esa sensación de pertenencia que no se debe perder. Pero, por otro lado, también hay un componente que no es menor, y es que la composición de este elenco ha variado muchísimo. Yo hace 11 años que estoy, y si recuerdo cuál era la composición cuando empecé y veo lo que ahora es una reunión de elenco, es absolutamente diferente y estimulante. En la motivación también ha influido negativamente la distancia de fechas que hay entre un comienzo de ensayo y el estreno. La CN es un elenco profesional que debe estar en condiciones de montar espectáculos en seis o siete semanas. De hecho lo hace cuando es necesario, como sucedió el año pasado con David Hammond, que vino por un período de tiempo muy acotado. También en los trabajos internos -cuando no está la presión de un estreno- se consiguen espectáculos fantásticos y en muy poco tiempo. Lo cierto es que un elenco entrenado y que sólo se dedica a esto debería poder tener espectáculos en cartel en menos tiempo. Es mi deseo firme poder recuperar eso. Si empezamos en marzo a ensayar un título, y el estreno es a fines de mayo, naturalmente se dosifica el período, porque si conseguís un resultado mucho antes, queda mucho tiempo libre que también hay que ocupar. Es necesario rever todo esto y que la presencia de la CN se refuerce. Es un elenco que en 2017 cumple 70 años, y eso no deja de ser un acontecimiento. Más allá de que le podamos encontrar costados negativos, es mucho más lo positivo: un elenco que se conoce, que está entrenado en una dinámica en la que cada uno sabe cómo va a responder el otro. No es caprichoso que los grandes teatros del mundo tengan sus elencos. Acá todo el que llega también absorbe una tradición. Por más que se vaya reformulando, siempre hay quienes mantienen un discurso que tiene que ver con una forma de entender el teatro. Pero está bien verlo como algo separado en un buen sentido, la visión del teatro público es diferente a la expectativa que puedo tener cuando se hace teatro afuera.

En tu dirección anterior estuviste muy cercano al teatro independiente. ¿Ves la posibilidad de que la CN se vincule más con él?

-Se puede pensar en coproducciones que la CN ya ha hecho, concretamente con El Galpón y en más de una oportunidad. En los hechos la CN se nutre permanentemente del teatro independiente, porque la mayoría de los actores del elenco pasaron por él, y en casi todas las producciones se invita a actores del teatro independiente. Hemos llegado a tener espectáculos con más actores del teatro independiente en el escenario que del propio elenco. De hecho, cuando un director artístico selecciona autores o directores, lo que hace es verlos trabajar en el teatro independiente. Además, hoy día son pocos los compañeros que han tenido el enlace directo de EMAD y CN. Yo he mantenido el vínculo porque entendí que los tiempos me lo permitían. Siempre me interesó seguir conociendo y trabajando con instituciones como El Galpón y el Circular, pero también es cierto que es bueno obtener una identificación con el lugar al que pertenecés. Hay un proyecto afuera con el que estoy comprometido, pero quizá sea lo único de ese tipo que acepte.

En tu gestión lograste cruzar cosas muy importantes: los espectáculos comenzaron a trascender la temporada, rompiendo con la rigidez que caracterizaba a la CN. ¿Percibiste una necesidad en ese sentido? -Da mucha pena bajar un espectáculo a sala llena por un tema de programación. Es un contrasentido que si hay avidez por ver un espectáculo de un elenco al que le paga la propia ciudad, se tenga que dejar de hacerlo porque ya se ha dispuesto así, y no siempre es fácil encontrar otros espacios para continuarlo. Antiguamente, la CN era la responsable de coordinar las salas y las programaciones. Para un espectáculo que no funciona, una temporada acotada ayuda, pero cuando tenés la posibilidad de programar tu propio lugar, si una obra no funciona podés sustituirla. Más que un reclamo es una aspiración, y con justicia deberíamos recuperar esa flexibilidad. No programar todas las salas, pero sí que los cuerpos estables sean el eje del teatro público, porque las posibilidades están. Es un enlace directo, y está bueno que su presencia sea mayor, más intensa.

El otro logro fue el trabajo en bloques: clásico, contemporáneo y dramaturgia nacional. -También el musical -de autores nacionales- ocupó un lugar allí, y tampoco era habitual en la CN. La micción y Cuartito azul fueron dos ejemplos de autores nuestros y que le aportaron al musical un enfoque distinto, buscando que fueran musicales personales. Fue un período en el que se tomaron riesgos. Que la CN hiciera un espectáculo de La Tabaré en escena quizá no era algo que muchos vieran como posible; lo mismo con Historias improbables, de Bernardo Trías. Me gusta cuando se ve a los actores transitando zonas en las que no los vemos habitualmente. Cuando ves que hay actores que pueden salir al ruedo sin libreto y a improvisar, por ejemplo, es fantástico. Los actores están, y capacidad para hacer eso sobra, pero es natural que a veces se encasillen, y mucha gente que habla de lo que se hace acá ni siquiera viene; muchas veces parte del desconocimiento. Ahora en lugar de las reposiciones vamos a presentar espectáculos que han surgido en la interna, en este período inmediato, y fueron creados en un ámbito pequeño, sin más recursos que los actores. Éste es un lugar en el que me gusta estar y trabajar, y creo que no ha perdido su misión. El día en que se estrenen espectáculos y no haya nadie en la platea me cuestionaría la existencia de la CN. En los países de Iberoamérica y en otros siguen existiendo cuerpos estables, o sea que esto no es algo que permanece simplemente por estar dentro de la estructura municipal.

También inauguraste el ciclo de investigación interna, que dio uno de los mejores espectáculos de los últimos tiempos, Variaciones Meyerhold, y que continúa.

-Comparto. Imaginate lo que fue una tarde, cuando íbamos a ver el resultado de Variaciones Meyerhold... quedamos impactados. Cuando vimos a lo que se había llegado en tan pocos ensayos, fue muy movilizante para todos. Me acuerdo de las expresiones de los compañeros cuando empezaban a poder hablar después de algo tan contundente. En su momento se lo planteé al Consejo Artístico, porque la CN siempre está buscando directores. Y varía mucho la permanencia y la solidez de los trabajos que se ven. Por eso pensé en la posibilidad de aprovechar tiempo que, de pronto, podíamos compartir con otros trabajos, y así proponer a los compañeros que tuvieran intenciones de experimentar la dirección, abrir un espacio en el que cada uno eligiera sobre qué trabajar y con quiénes, sin siquiera la obligación de mostrar. En el último período se dio más salteado, pero se dio.

¿Cómo ves la gestión anterior?

-No me corresponde hablar de particularidades, pero Margarita presentó un proyecto que llevó adelante con firmeza, respetándolo a rajatabla. Fue un período en el que se estrenaron textos fantásticos, se hicieron apuestas y siguió la preocupación por el buen teatro.

El año pasado se apostó por una línea del pasado y del rescate de personajes, a partir de La tierra purpúrea y Las maravillosas. ¿Te resulta interesante ese camino?

Me interesa el camino de ir a nuestra historia, porque, además, al espectador le gusta escuchar hablar de lo que fuimos, conocer mejor de dónde venimos. Me parece muy bueno, y no sé cuánto material histórico tenemos disponible. Ahí hay un gran alimento, y creo que nuestra dramaturgia es perezosa al mirar a nuestra historia, al no inventar cómo éramos.

En contraposición con Argentina, por ejemplo, donde varios releen las “historias oficiales”.

-Exacto. Además, uno puede ubicar la historia que quiera en el período que quiera e inventar lo que quiera, con el marco referencial que sea, pero ¿por qué no pensar en historias antiguas del Montevideo “bárbaro”? Habría tanto para investigar, para pensar en cómo nos comunicamos... Por eso para mí Doña Ramona es una joya.

¿Qué opinás de las propuestas de que el elenco de la CN se integre con concursos periódicos y deje de haber puestos fijos?

-Quienes acusan de burócratas a los actores se basan en opiniones que no conocen. Y si son actores, saben que la creación artística es movilizante. Siempre valoré mucho en la CN la permanencia y, sobre todo, la adhesión de la gente. Cuando comienzan las críticas y los cuestionamientos a su existencia, me ha resultado muy llamativo que no se vea lo que se hace. ¿Cómo, con los cerca de 55.000 espectadores que mueve a lo largo del año, puede ser considerada como algo que no funciona? Creo que la permanencia es una consolidación, y la estabilidad de un grupo que permanece es la única forma de poder transmitir un concepto y un sentido de por qué se está aquí. El cometido de la CN no es contemplar las necesidades del colectivo de la comunidad teatral -que de todos modos siempre es contemplada en la CN, porque está trabajando aquí-. Nuestro cometido es hacer teatro para la gente, y la gente es la que determina el valor que tiene la existencia de este cuerpo estable. El teatro público es para la gente. Son bienvenidas las críticas, pero no me presto para ninguna polémica que cuestione su existencia. Es un error creer que cambiar esta modalidad va a dar posibilidades a todos. Es equivocado pensar que la CN da la espalda al teatro independiente. Hay una cadena de trabajo que cada espectáculo pone en funcionamiento y que sólo se puede llevar adelante con un elenco estable.

Pensar que volvés a este cargo y de la EMAD egresaste con No Xirgu para nada, de la Comedia Peñarol.

-Estaba en la Comedia Peñarol y también en la CN, porque había sido becado por un año. Porque la CN absorbía actores egresados como modo de beca a lo largo de un año. Eso se ha perdido y era muy bueno, porque consolidaba a los que salían -además del reconocimiento- y le hacía muy bien a la CN. La Comedia Peñarol tiene interés hasta el día de hoy, incluso por el lenguaje que se había encontrado. Teníamos un discurso muy contestatario, contrario a una modalidad de teatro que veíamos establecida. A la distancia, creo que nos asistía la razón en lo que decíamos, porque además teníamos algo para mostrar. Y también me doy cuenta de que es algo que se repite cuando uno tiene 20 años, cuando es necesario pegarle a lo establecido para decir “aquí estoy yo”. A su vez, aquello se enmarcaba en otro período del teatro, de fines de los 80. Más de una vez he dicho que extraño aquella especie de teatro under, tan fuerte, cuando los under sólo querían ser under, se iba a la esquina a actuar al boliche, donde te cruzabas con otros artistas, con Níquel, con Los Redondos. Nos alimentábamos de algo que era tan enorme, y no nos dábamos cuenta. Además había más intercambio.

¿Más comunidad?

-Eso mismo. Ahora lo veo más individual y creo que no hemos sabido asimilar las nuevas tendencias, hay una resistencia de antemano a todo lo nuevo, y quienes pregonan lo nuevo a veces se cierran. No hay un diálogo fecundo, que tenga que ver con nosotros como sociedad. Veo muy bien que El Galpón haya recuperado su escuela y que tanta gente esté haciendo teatro, porque de alguna manera nutrirán el mañana. Está muy bien que todos tengan oportunidades, pero creo que se ha perdido un poco el rigor; sin querer transformar el teatro en algo elitista ni mucho menos, sino pensando en concentrar y en entenderlo como una carrera. Sobre todo, entender el cometido que tiene pararse en un escenario y que alguien pague una entrada para ver lo que yo hago. Eso a veces se olvida.

En diciembre, en una entrevista de Leonardo Flamia, te definiste como actor. ¿Por qué ahora decidiste asumir un cargo que te aleja del escenario?

-Me aleja, sí. Pero si priorizo mi gusto por el escenario estoy dándole la espalda a lo que otros ven o esperan de mí. Los lugares hay que tomarlos, porque las instituciones nos trascienden a todos, y esto es lo que más respondía a los intereses del elenco. Me defino como actor porque en esencia, cuando volví a actuar, recuperé una sensación que me había quedado muy atrás. Cuando estuve acá no la extrañé, pero después me di cuenta de la falta que me hacía. Disfruté mucho el período de volver a actuar, y ahora regreso a la dirección de la CN con mucha responsabilidad y mucho gusto. Hay que transformar en positivas las condiciones que puedan resultar adversas, y si hay menos dinero para producir, hay que apuntar a que la creatividad surja de otro lado y ver cómo podemos manejar ideas para tener un desarrollo creativo y con valor artístico.

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