William Shakespeare y sus cinco socios deben de haber puesto el equivalente a unos 100.000 dólares para levantar el teatro The Globe. Al contarlo, James Shapiro demoró un poco la cifra, como si la estuviera calculando en el momento, pero el dato es parte de un episodio que ocupa todo un capítulo de su obra cumbre: A Year in the Life of Shakespeare: 1599 (“un año en la vida de Shakespeare: 1599”). Cuando empezó con ese estudio, Shapiro tenía 25 años; lo terminó a los 40.
“No sabía que me iba a llevar tanto tiempo. Quería escribir sobre la vida de Shakespeare pero sin empezar con la cuna y terminar con la tumba. Me concentré en un período significativo. 1599 fue el año en el que se construyó The Globe y en el que Shakespeare puso en escena una serie de obras extraordinarias (Enrique V, Julio César, Como gustéis) mientras empezaba a escribir Hamlet. Después de recopilar el material, tuve que trabajar en relatarlo como si fuera una historia”, dijo Shapiro en la sala Delmira Agustini del Complejo Solís, ante un centenar de espectadores y bajo la conducción del director del festival, Patricio Orozco.
En la introducción de 1599, aún no publicado en español, aclara un poco más: “En el corazón de este libro late el deseo de comprender cómo Shakespeare se volvió Shakespeare. Tradicionalmente, los biógrafos han tratado de ubicar la fuente de su genio creativo en sus experiencias formativas, lo que ya es un riesgo cuando se aborda la vida de autores modernos como Virginia Woolf o Sylvia Plath, que dejaron montañas de correspondencia, diarios y fotografías para explorar. Con Shakespeare es casi imposible, porque no dejó cartas ni diarios”.
La empresa era posible, pero había que dar un rodeo. Se trataba de cruzar papeles dispersos que mencionaran a Shakespeare o a sus asociados, y de pensar cómo podían haber afectado a su escritura sucesos históricos de los que sí hay documentación abundante. El resultado es un Shakespeare que vive. Y que revive en cada charla de Shapiro.
“Trabajaba 12 o 15 horas por día, entre ensayos, preparación y escritura. Y todo sin café. El café llegó décadas después a Inglaterra”. En 1599, hacía pocos meses que la reina Isabel de Inglaterra había alejado la posibilidad de una invasión española por mar, pero enfrentaba una desastrosa guerra de ocupación en Irlanda. Y, sobre todo, estaba la incertidumbre sobre su salud. “Isabel ya era vieja cuando Shakespeare comenzó a escribir. [...] Se esperaba su muerte en cualquier momento y había una enorme preocupación sobre quién iba a reinar después. No se podía hablar públicamente o escribir sobre su sucesión. [...] No había diarios ni medios de comunicación. El teatro era, entonces, un lugar de discusión política. Shakespeare les habla a las preocupaciones de su público. Escribe obras sobre cambios de régimen, como Enrique V, sobre gobernantes tiránicos, despóticos. Les hablaba a las ansiedades profundas de una sociedad que se preguntaba qué pasaría cuando el único gobernante que había conocido muriera”, dice Shapiro.
Julio César, que el Globe presentó en los primeros meses de 1599, trata sobre el asesinato de un gobernante y la consecuente guerra civil. “Había habido varios intentos de asesinato a la reina -explica Shapiro-. Originalmente, en el principio de Enrique V había una referencia a la campaña que se preparaba para pacificar Irlanda. La leva de hombres fue enorme y la obra hablaba de que regresarían bien a casa. Todos sus espectadores tenían parientes en la guerra. Pero la campaña fue un desastre y Shakespeare suprimió esas referencias. Era muy inteligente. Por eso nunca terminó en la cárcel, como su colega Christopher Marlowe. Y, sin embargo, siguió escribiendo obras políticas”.
Agenda
Integrando variadas actividades, el primer Festival Shakespeare Uruguay sumó en 2015 propuestas teatrales, documentales, largometrajes, espectáculos de danza, música, mesas redondas y caminatas por la ciudad mientras se representaba Hamlet. El martes comenzó la segunda edición, que durará dos meses. Mientras se cierra la agenda, que incluye a artistas uruguayos, el reconocido actor británico George Irving realizará el unipersonal acerca de Marco Antonio Anthony Unbound (con traducción simultánea), dirigido por su compatriota Penny Cherns, hoy a las 20.30 en la Zavala Muniz. Con apoyo del Instituto Nacional de Artes Escénicas, el teatro canario Politeama será sede del festival este sábado a las 21.00, cuando reciba con entrada libre a esa obra, y el sábado 12 se proyectará allí la película Noche de reyes, de Kenneth Branagh.
Este sábado a las 16.30, en la sala Delmira Agustini, se pondrá en escena una propuesta de teatro infantil de la compañía argentina Güilliam Yexpier, que adapta la misma comedia Noche de reyes con el título Noche de reyes tardecita de doncellas.
Hacia el fin de 1599, Shakespeare habría comenzado a escribir Hamlet. “La inspiración trabaja en forma complicada. Hay muchas versiones de Hamlet: la del cronista Saxo Grammaticus, una puesta previa de la compañía en la que actuaba Shakespeare, que se perdió. [...] Él no creaba las historias de sus obras, sino que tomaba lo que otros habían hecho y lo renovaba, lo reconstruía de una forma duradera, eterna. No le interesaba la originalidad de la forma en que la entendemos hoy”, opina Shapiro.
La gran innovación de Hamlet son sus soliloquios. Shapiro cree que Shakespeare no sólo fue un gran escritor, sino que además lo fue en el momento histórico adecuado, cuando su forma de expresión estaba bien constituida. Mientras escribía Hamlet estaba naciendo una nueva forma de concebir lo individual: “Montaigne y sus ensayos ya eran populares en la Inglaterra de Shakespeare. Aún no había diarios personales, una documento tradicional de los estudios sobre interioridad. Sin embargo, las cavilaciones de Hamlet nos permiten identificarnos con el personaje y ver una mente trabajando. Fue algo totalmente diferente a lo que Shakespeare u otro hubieran hecho antes”.
Hamlet, además, conectaba con las ansiedades por la sucesión de la reina y con el miedo a una invasión. “España era la amenaza en los mares y el rival global de Inglaterra. Todos los años se temía un nuevo ataque. [...] Se mandaban soldados a defender la costa y el río Támesis. [...] En Hamlet, toda la preparación para la posible llegada de Fortinbras sintoniza con ese temor”.
¿Y qué tiene que ver un fantasma, como el del padre de Hamlet, con su tiempo? “Si uno era católico, un fantasma era un fantasma, porque existía el limbo. Si uno era protestante, ya no creía en fantasmas; entonces era algo demoníaco. Parte del problema que tiene Hamlet es cómo saber si es una cosa u otra. Aunque el público fuera mayoritariamente protestante, sus padres y abuelos habían sido católicos. La creencia estaba allí y Shakespeare la hizo parte del tejido de su obra”.
Si algo molesta a Shapiro es que se dude de la identidad de Shakespeare. De hecho, le dedicó todo un estudio al tema, Shakespeare: una vida y una obra controvertidas, el único de sus libros que se tradujo al español. “1599 se vendió mucho y tuvo muchos premios. Llegué a presentarlo en una especie de actuación unipersonal, con algo de comedia stand up. Así que todos querían que escribiera una continuación. Pero ya sabemos que Rocky 2 no es tan buena como Rocky 1. Así que escribí sobre otra cosa”.
Como hay baches en los registros de la vida de Shakespeare, en el siglo XVII comenzó a circular la idea de que bajo su firma podrían ocultarse Francis Bacon, Christopher Marlowe, el conde de Oxford, Edward de Vere o el conde de Derby, William Stanley. “Se han dicho muchas tonterías sobre quién escribió realmente las obras de Shakespeare. Sigmund Freud, Hellen Keller y Mark Twain cayeron en eso. Roland Emmerich hizo esa película maravillosamente mala, Anonymous. Como, por suerte, le fue muy mal, también los conspiradores contra Shakespeare están en caída. Pido disculpas si hay aristócratas entre los presentes, pero todo lo que vale la pena ha sido escrito por los de abajo”, sentencia Shapiro.
El año pasado publicó la esperada secuela de 1599..., llamada The Year of Lear: Shakespeare in 1606; se centra en un año en el que se originaron tres tragedias mayores (El rey Lear, Macbeth y Antonio y Cleopatra) y la sociedad inglesa no era la misma: desde 1603 reinaba Jacobo (James) I. “Había escrito mucho sobre Shakespeare como autor isabelino, pero no como escritor jacobeo, aunque lo fue en los últimos diez años de su vida. Sus circunstancias cambiaron mucho con el cambio de régimen: desapareció la censura y cambiaron las preocupaciones políticas”. Cuando Jacobo asumió el trono inglés, ya era rey de Escocia desde hacía tres décadas, y uno de sus proyectos era unir ambos reinos. Shapiro detecta la influencia de esto en Rey Lear: “Hasta entonces, Shakespeare se había dedicado a describir ‘lo inglés’. En esta obra usa la palabra ‘británico’”.
En su visión,_ Macbeth_ también es una obra anclada en su época. En 1606 “estalló la plaga. Había ansiedad por la unión de los reinos y, sobre todo, Inglaterra había superado un ataque terrorista”. En 1605 hubo un complot -la “Conspiración de la pólvora”- para hacer estallar el Parlamento cuando el rey y la mayor parte de la aristocracia y el clero estuvieran inaugurando las sesiones. A comienzos de 1606 “los conspiradores fueron capturados, torturados y ejecutados. Los desmembraron públicamente, les sacaron las tripas, para que quedara claro el poder del Estado sobre el cuerpo de los rebeldes. Todo ese miedo y esa ansiedad van a parar a Macbeth. Es una obra del momento, que captura el deseo de venganza. Por otra parte, la presencia de las brujas y lo sobrenatural era una preocupación de Jacobo, que estaba obsesionado con la posesión demoníaca”.
Como comienzo del Festival Shakespeare (ver recuadro), la conferencia de Shapiro dejó la marca bien alta. Posiblemente sea, junto con Harold Bloom, el especialista contemporáneo que más ha hecho por expandir el conocimiento de Shakespeare fuera de la academia.