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Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación, de Ricardo Piglia. Anagrama, Barcelona, 2015. 358 páginas.

La vida de papel

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Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación, de Ricardo Piglia. Anagrama, Barcelona, 2015. 358 páginas.

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Escribir un diario es mucho más que registrar lo que aconteció en cada uno de los días consignados. Con independencia de que quien lo lleve cotidianamente sea escritor, mecánico, peluquero, camionera, futbolista, carpintera, estudiante, vago o presidiario, en sus páginas intentará, en algunos casos con más conciencia que en otros, que esos textos sean un documento de su pasaje por esta vida. Un pasaje por todas las áreas posibles, donde se mezclan los tiempos, las actividades, los vínculos, las reflexiones, los descubrimientos, los sueños, los miedos. Por eso, y aunque sea una obviedad mencionarlo, leer un diario es leer mucho más que la vida de su autor. También se vuelve la forma de leer una época, no sólo en cuanto a las particularidades cotidianas o los hechos acontecidos, sino también a las diferentes idiosincrasias, formas de socializar, hábitos y costumbres de cada momento. Quizá por ahí ande el atractivo mayor (o el atractivo que la mayoría de los lectores puede encontrar) del primer tomo de los diarios del escritor argentino Ricardo Piglia, titulado Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación.

Como sabrán quienes han leído alguna de las novelas o cuentos anteriores del autor, Emilio Renzi es el nombre del protagonista de la mayoría de las ficciones de Piglia, y no es más que un álter ego formado por su segundo nombre y su segundo apellido. Los diarios abarcan diez años, de 1957 a 1967, es decir, desde sus 16 años de edad hasta los 26. Por lo tanto, estamos ante la etapa de la vida en que se pasa de la adolescencia a la juventud y de ésta a la adultez, con todos los cambios importantes que ello implica.

El subtítulo “años de formación” indica de algún modo cuál es la tónica de los diarios, o al menos a qué aspectos de la persona que los escribió se les presta una importancia capital. Porque uno podría pensar que la formación de la psiquis, o de la personalidad, o del individuo en sociedad, en su comunidad, se lleva a cabo mucho antes. Sin embargo, la formación profesional por lo general se desarrolla en esa etapa de la vida. Y eso se corresponde con el diario, que principalmente se va a centrar en el nacimiento del escritor.

Aparecen, entonces, las primeras lecturas del joven Piglia Renzi, fundamentalmente de literatura estadounidense (JD Salinger, Henry James, William Faulkner, F Scott Fitzgerald) y algunos argentinos (mucho Roberto Arlt, mucho Jorge Luis Borges). Hay anotaciones sobre frases o decisiones de los autores en sus textos; reflexiones sobre los pactos de ficción y las diferencias entre la vida real y la ficción o el arte y la realidad; atisbos de una realidad política que comenzaba a complicarse, dudas sobre ser escritor, la utilidad de la literatura y por qué escribir un diario. La primera parte está marcada por la mudanza familiar de Adrogué a Mar del Plata, y las reflexiones en torno a la literatura tienen la misma importancia en las páginas del diario que los movimientos personales e internos generados por nostalgias de su vieja casa, cuestiones familiares, primeros amores y primeras experiencias sexuales.

Ya en la segunda parte comienza a cambiar la tónica, y ese cambio está relacionado con el ingreso del joven Piglia Renzi a la universidad, para estudiar Historia. El tono pasa a ser dominado por una clásica actitud de los flamantes universitarios, que intentan diferenciarse de lo que eran un año antes y muchas veces se esfuerzan por aparentar una madurez y una formación intelectual mayores que las que realmente poseen, lo cual a menudo es ridículo y en la mayoría de los casos, esnob. De un momento a otro el diario pasa a albergar grandes y entreveradas reflexiones sobre Sócrates, Platón, Karl Jaspers y Martin Heidegger, y divagaciones sobre el tiempo, la existencia, el concepto, el logos, la idea y la moral. Las anotaciones previas le parecen una cosa medio romanticona, y las historias sobre amores, nuevos amigos y su familia empiezan a ser menos “espontáneas” (¿es posible escribir espontáneamente un diario?), tremendamente racionalizadas y pasadas por el tamiz de lo que ha leído últimamente.

También se pueden apreciar algunos rasgos de época interesantes de la realidad política a comienzos de los años 60 argentinos. La importancia de la revolución cubana, las discusiones dentro de la universidad sobre cómo encarar e interpretar ese hecho, la separación irreconciliable entre comunistas y trotskistas, el surgimiento de grupos radicales de izquierda y de grupos nacionalistas de derecha como Tacuara, el comienzo de la interpretación marxista del peronismo y el consiguiente acercamiento de jóvenes provenientes de hogares no peronistas a ese movimiento.

En cuanto al desarrollo del escritor, el cambio más importante de esta etapa es que comienza a redactar cuentos y a publicarlos en revistas. Empiezan a aparecer juicios sobre escritores latinoamericanos (aprecia a Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo, rechaza a Julio Cortázar y a Ernesto Sábato), la cuestión del artista comprometido y su fidelidad al presente, la importancia de la oralidad, la idea (que rechaza) de ser parte de una generación literaria, la construcción de un mundo propio por parte del escritor, críticas y defensas acerca de sus contemporáneos (discusiones con Juan José Saer sobre literatura del interior y de la capital, la importancia de Juan L Ortiz para su generación, Arlt y Borges como tótems -recordemos que es en esa generación, y principalmente en la revista Contorno, que se da la definitiva revalorización y canonización de la obra de Arlt), la literatura bordeando el periodismo, la cercanía estética con Daniel Moyano y Miguel Briante, la amistad con otros intelectuales y artistas, como José Aricó, Oscar Massotta, Haroldo Conti, Germán Rozenmacher, Juan Gelman, Roberto Cossa y Tata Cedrón.

En el tercio final, el escritor está formado, sus cuentos circulan, son leídos y elogiados, los estudiosos hablan de una nueva generación literaria que él encabeza, da clases en la Universidad de La Plata hasta que la interviene la dictadura de Juan Carlos Onganía, comienza a trabajar con la editorial de Jorge Álvarez, su viejo gusto de leer policiales se refuerza en contacto con los autores del hard-boiled (lo que va a ser decisivo en su obra posterior, sobre todo en las novelas), escribe en diversas revistas, dirige el único número de Literatura y Sociedad, gana una mención en el concurso de Casa de las Américas y se publica su primer libro, con todo lo que eso significa para un autor (al menos en aquella época, cuando la importancia del objeto libro era fundamental para la carrera de un escritor).

Claro, quizá para alguien que no sea lector de Piglia ni se interese en la historia de la literatura, o en la literatura más allá de libros para entretenerse, este diario no resulte atractivo. Sobre todo porque a partir de la mitad, cuando el escritor comienza a consolidarse y a tejer una red de colegas y de otros artistas, su diario se vuelve casi exclusivamente una suma de reflexiones (valiosas para quien guste del tema, por cierto) sobre literatura, filosofía e historia. Incluso cuando habla de sus sentimientos, problemas y crisis, todo parece estar mediado por sus conocimientos intelectuales, y eso hace que el narrador del diario de los primeros años, un personaje cercano y empático, casi de carne y hueso, se vuelva una función distante y casi ficcional. A la vez, el texto se vuelve algo sólo apto para entendidos en la materia.

Para los lectores habituales de Piglia, el diario brinda la posibilidad de atisbar de algún modo la génesis de sus primeros relatos (que iban a aparecer fundamentalmente en Jaulario y La invasión) y sus primeros trabajos -motivados de algún modo por su amistad por esos años con un ladrón- sobre la historia de los ladrones argentinos que se enfrentaron a la Policía en el edificio Liberaij de Montevideo, que derivarían años después en su novela Plata quemada. También es un texto que puede ser de utilidad, o al menos disfrutable, para quienes estén en proceso de transformarse en escritores, porque deja claro que las crisis que se deben afrontar al comienzo son más o menos las mismas para todos, más allá de variantes de lugar, época, edad y condición socioeconómica. Asomarse a cómo alguien se convirtió en un escritor importante, si bien no sirve como recetario, da cuenta de mecanismos y opciones que pueden ser útiles, de discusiones que es necesario dar con uno mismo cada vez que se quiere escribir, de decisiones que hay que tomar, y de que no es preciso tener pleno control de éstas, pero sí ser consciente de que se las está adoptando. Los interesados en literatura e historia argentina, historia intelectual latinoamericana, literatura contemporánea, la literatura como disciplina y el oficio de escritor harán bien en leer con tranquilidad y paciencia las más de 300 páginas de esta primera entrega, y esperar por el próximo tomo, que va a estar dedicado a un período políticamente más complejo, con un escritor ya consolidado y legitimado. Por otra parte, y como se mencionó antes, quizá deban abstenerse aquellos que quieran un libro para pasar el rato o para entretenerse luego de una intensa jornada laboral, e incluso quienes, con el morbo a flor de piel, buscan en cada diario publicado meterse en la intimidad y las miserias ocultas de las celebridades literarias.

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