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Hojas de otoño, de Horacio Cavallo y Denisse Torena. Pez Tirolés, 2016. 56 páginas

Cuentos que lleva el viento

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“Hojas de otoño”, de Horacio Cavallo y Denisse Torena. Pez Tirolés, 2016. 56 páginas.

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Hojas de otoño es, desde la primera mirada, un libro atractivo en su materialidad. De tapa dura, con un diseño esmerado e ilustraciones de calidad, incluye la técnica del pop-up o ingeniería en papel -es decir, imágenes tridimensionales que se despliegan al dar vuelta la página-, lo que constituye una novedad en las ediciones nacionales. Pero sus virtudes no se agotan en lo inmediatamente sensitivo. El libro conjuga el trabajo de dos autores interesantes del panorama de la literatura para niños: el escritor Horacio Cavallo y la ilustradora Denisse Torena, que en este caso asume también el diseño y la ingeniería en papel.

Selva, una niña que se aburre a la hora de la siesta en la casa de una tía, es el punto de partida de esta historia que dialoga con El jorobado de las alas enormes, de Cavallo (Trilce, 2012; ilustrado por Pantana). Algunos de los personajes de aquella novela embebida en poesía aparecen en los pequeños cuentos en verso que la niña escribe en hojas de plátano que deja volar con el viento, y que un carpintero jubilado llamado Juan Madero y un niño solitario llamado Ángel encuentran a medida que caen en su jardín o entran por su ventana. Sin saberlo y sin conocerse, ese otoño los tres se verán unidos por las vicisitudes de los personajes de la historia: Picato y Ludmila. A su vez, esa historia de la creación también conjuga sus pequeñas anécdotas, que, por obra del viento y el azar, se combinan.

Entre las páginas, intercaladas, aparecen cuatro hojas secas que transportan un poema y la magia del pop-up. Así, igual que a los personajes de los cuentos, a los lectores nos sorprenden esas hojas sueltas, voladoras, en medio de la lectura. El libro admite diversas lecturas: una lineal, de las vicisitudes de los tres personajes solitarios que se unen al final; una de la invención de Selva, en diálogo con El jorobado de las alas enormes; y una que vuela de poema en poema como llevada por el viento, y que pone en juego la simbología de las hojas secas con su belleza quebradiza. En todo el texto es protagonista fundamental un uso del lenguaje cuidado, nada inocente, en el que cada palabra está cargada de su doble condición de signo y activa, a un tiempo, la fuerza de la metáfora y la cadencia del sonido.

La apuesta es fuerte y en cada detalle se aprecia mucho trabajo, en buena medida hecho a mano: el armado de los desplegables, se aclara en los créditos, fue artesanal, con la colaboración de “muchas manos amigas”. Los objetivos fueron ambiciosos y el resultado es tan deslumbrante como prometedor: se puede. La edición fue financiada por los Fondos Concursables para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura; algo, en este caso, imprescindible además de merecido, ya que difícilmente un libro de estas disfrutables características habría pasado solo la prueba de la viabilidad económica.

Hojas de otoño estuvo presente, junto a numerosos títulos, en el stand de Uruguay en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bologna, Italia, la más prestigiosa del género. Además, fue seleccionado por la Dirección Nacional de Cultura para integrar el catálogo Books from Uruguay 2016, junto con Cuando el temible tigre (Virginia Brown y Matías Acosta, Ediciones de la Banda Oriental, 2011), Disparatálbum familiar (Horacio Cavallo y Óscar Scotellaro, Ediciones de la Banda Oriental, 2015), El chico que se sentaba en el rincón (Alicia Escardó, Fin de Siglo, 2014), Mi primer libro de rock (Pato Segovia, Topito Ediciones, 2015), ¡No hablemos de piratas! Una aventura para leer y escribir (Silvana Tanzi, Silvia Soler y Denisse Torena, Ediciones de la Banda Oriental y + Cerca, 2015), Tatuajes rojos (Federico Ivanier, Criatura editora, 2014) y Rumba, de Francisco Cunha, Premio Nacional de Ilustración de Literatura Infantil 2015.

Más allá de distinciones y de viajes merecidos, es de destacar el riesgo asumido en esta edición: la calidad de sus textos e ilustraciones, que son el sostén de todo lo demás y sin los cuales la más bella edición y la más compleja ingeniería carecerían de sentido; y, en particular, la madurez creativa de ambos autores. Tanto Cavallo como Torena transitan una trayectoria muy personal en el ámbito de la literatura infantil y juvenil, que en ambos casos ha ido creciendo y consolidándose, y que en Hojas de otoño se muestra plena.

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