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José Serebrier. Foto: Pablo Vignali

De película

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Con el director José Serebrier.

A mediados de los años 50 no había teléfono en la casa de los Serebrier -inmigrantes rusos y polacos-. De la farmacia de enfrente les avisaron que tenían una llamada importante. Era para José, que con 16 años ya había mostrado suficientes dotes musicales como para conseguir una beca en el Instituto de Música Curtis de Filadelfia, Estados Unidos. El resto es historia: la de José Serebrier -nacido en Montevideo en 1938-, compositor y director de orquesta con una carrera tan extensa a nivel internacional que la diaria tendría que sacar un suplemento aparte para recorrerla en detalle. Dirigió a varias de las principales orquestas del mundo, llegó a estudiar con popes como Aaron Copland, el año pasado editó un boxset con las nueve sinfonías del checo Antonín Dvorák (al frente de la Orquesta Sinfónica de Bournemouth) y la semana pasada fue declarado ciudadano ilustre de Montevideo por el intendente Daniel Martínez. El jueves 9 a las 19.30, en el teatro Solís, Serebrier tomará la batuta de la Orquesta Filarmónica de Montevideo para dirigir un concierto de película, La edad de oro de Hollywood, en el que recorrerá la música de obras maestras del cine como Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958) y El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972).

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Editar

-Usted es compositor y director de orquesta. En la actualidad no es muy común que una persona realice ambas actividades, pero sí lo era hace más de un siglo. ¿Cómo surgieron las dos facetas?

-Empecé como compositor, casi al comienzo de mis primeras clases. En mi segunda clase de violín llevé mi Sonata para violín solo, y el profesor me dijo: “¿Cómo es posible? Si todavía no ha aprendido música”. Era para violín solo, porque todavía no sabía cómo escribir para otros instrumentos. Fue por intuición, que es muy importante. Poco a poco, me fue interesando más la dirección de orquesta. Pero separo las dos profesiones. Por ejemplo, en los conciertos que dirijo nunca toco obras mías. El público quiere escuchar clásicos y románticos; entonces, suele haber tan poco espacio para música nueva, que no quisiera ocuparlo con mis obras.

-A los 17 años compuso su Primera sinfonía, que, a mi entender, tiene aires románticos, específicamente de Gustav Mahler, sobre todo por el uso de la percusión y los metales.

-Sí, exactamente. Una orquesta de Nueva Jersey [Estados Unidos] acaba de hacer un concierto entero de obras mías e incluyó mi Primera sinfonía. [Leopold] Stokowski la tocó en lugar de la Cuarta sinfonía de [Charles] Ives -cuando no la tocaban porque era muy difícil-. Es una obra de juventud, pero está bien escrita.

-Debe ser difícil componer una sinfonía buscando algo nuevo o diferente, ya que es un formato en el que se crearon las obras más geniales de la música occidental.

-Nunca he pensado en hacer algo que no se haya hecho antes; eso es muy importante. Por ejemplo, [Ludwig van] Beethoven siempre trató de renovar, hasta el final. Tanto es así que sus últimas obras aún hoy son modernas, así que imaginemos lo que eran en su época. [Hector] Berlioz era el más innovador de todos: tanto tiempo después, sus obras siguen siendo nuevas, en el sentido de renovadoras. Pero hay compositores que no sienten la necesidad de reinventar o cambiar. En mi caso, no siento la necesidad de ser innovador, pero sí la de ser original. Mi primera sinfonía, como usted dice, es derivativa: le hace acordar a música de Mahler. Pero toda mi música tiene cierto paralelo, incluso la más temprana. Escuchando mi obra noto que hay una continuación.

-Usted compone de corrido, no es de hacer esbozos.

-Hay por lo menos dos tipos de compositores: como [Wolfgang Amadeus] Mozart, que escribía a pura intuición y rápido; y como Beethoven, que contaba cada nota y corregía constantemente -sus manuscritos están llenos de tachaduras-. No significa que unos sean mejores que otros, sino que simplemente son dos sistemas distintos. Yo compongo intuitivamente, rápido y sin corregir. Derecho.

-¿Cree que falta enseñanza de música clásica en la educación formal?

-Sí, en todo el mundo; con excepciones: en Francia es muy importante, en Inglaterra también -aunque está perdiendo un poco de peso-, y en Estados Unidos se ha perdido mucho. Es una pena, porque se dice que ayuda mucho a la evolución de las personas, y hasta que si las madres escuchan música clásica antes de que su bebé nazca -especialmente Mozart-, parece que el niño va a ser más inteligente, pero no está comprobado. Además, aparece otro problema: hay tantos músicos jóvenes estudiando instrumentos que no tienen a dónde ir, porque las orquestas en todo el mundo tienen dos o tres flautas u oboes, y todos los años se gradúan cientos de oboístas y flautistas, que terminan haciendo otras cosas. Nunca ha habido tantos compositores como hoy.

También está el prejuicio de que la música clásica es para una elite.

-Sí. No tendría que ser así. Hay ciertas excepciones: en Escandinavia, por ejemplo. Me encanta dirigir en Finlandia, donde al final del concierto aparecen como 100 teenagers -de 11 y 12 años- para que les firme discos. Eso es muy raro. Finlandia es un país increíblemente musical.

-¿Qué recuerda del Uruguay de su adolescencia?

-Tengo hermosísimos recuerdos. Tuve la gran suerte de nacer en Uruguay en una época tan buena del teatro y de la música... había grandes maestros. Por ejemplo, Carlos Estrada, a quien no se reconoce mucho -porque nadie es profeta en su tierra-, fue uno de mis maestros, y cada vez lo admiro más, porque aprendí muchísimo de él. También tuve la suerte de estudiar con Vicente Ascone -nacido en Italia pero radicado en Uruguay-, que era el director de la Banda Municipal y de la Escuela Municipal de Música: fue mi maestro de armonía.

-Nunca más volvió a vivir en Uruguay.

-Siempre tuve la intención de hacerlo, pero empezaron a ocurrir cosas que lo hicieron imposible. Mi esposa, Carole Farley, es cantante de ópera y tiene su propia carrera. A veces no hago conciertos para poder estar con mi familia. Ella canta en la Metropolitan Opera de Nueva York y por toda Europa. Esa es una razón, y otra es que el artista va a donde lo necesitan. Pero siempre tuve la intención de pasar más tiempo en mi país.

-¿Se ha sentido profeta en su tierra?

-Nunca pensé en eso. No me preocupa. Lo más importante de mi estadía es que se llene el teatro Solís, para ayudarlo. Es extraordinario, uno de los teatros más antiguos del continente, mucho más antiguo que el teatro Colón [de Buenos Aires]. Es increíble que a esta altura todavía no tenga un sistema electrónico de luces. Tengo entendido que cada vez que se hace una ópera o ballet, las luces las mueven manualmente. Eso tendría que ser electrónico desde hace 30 años.

-El concierto del jueves se llama La edad de oro de Hollywood y estará integrado por música de películas.

-La idea vino porque hice un concierto de música de películas en Londres, con la Royal Philharmonic Orchestra en el Royal Albert Hall. La gente que organizó aquel concierto pensó que sería una buena idea hacer algo similar aquí. Pero el alquiler de esa música es muy caro, porque está protegida por copyright. Solamente podemos hacer tres [piezas], en vez de las 20 que hice en Londres. Por lo tanto, el resto del programa sigue el tema: Americano en París, de [George] Gershwin -que era muy cercano a Hollywood-, y The Gadfly, la suite de [Dimitri] Shostakovich; la incluí porque es música de film. En realidad, el programa es mucho más interesante que el que hice en Londres, porque es más variado.

-En general, la música de films es en la actualidad es mucho más pobre que en la era de oro de Hollywood. Me viene a la mente la banda sonora de El bueno, el malo y el feo (Sergio Leone, 1966), compuesta por Ennio Morricone, que se puede disfrutar perfectamente como un disco autónomo.

-Es absolutamente extraordinario. Hubo una época en la que los grandes compositores de Europa iban a Hollywood. Ahora es música de fondo, más electrónica, repetitiva y con efectos, más que nada. Además, muchos de los compositores no saben música, la hacen por computadora. Hay grandes excepciones, como John Williams y John Powell, por ejemplo.

-Hubo una época, incluso, en que los músicos tocaban en vivo mientras se proyectaban películas.

-Justamente, era lo que hacía Shostakovich: se ganaba la vida tocando el piano en las salas de cine. Pero lo echaron porque se distraía mirando la película y dejaba de tocar.

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