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Taxi, de Sergio Altesor. Estuario, 2016. 184 páginas.

El fuego en el agua

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“Taxi”, de Sergio Altesor. Estuario, 2016. 184 páginas.

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El artista Pedro Fontana vuelve a Estocolmo después de 15 años de ausencia para iniciar un extraño proyecto de arte conceptual. De retorno en la ciudad en la que se había debido exiliar tras ser liberado de la cárcel durante la dictadura uruguaya, comienza a ponerse en contacto con los amigos de aquellos años, a la vez que conoce nuevas personas y busca, sin éxito, a otras. Así se mueve Taxi, la nueva novela del periodista, poeta, artista plástico y narrador Sergio Altesor: como un cuadro de August Strindberg en donde la ciudad nocturna parece un empaste de pigmentos, entre personajes fantasmales y los paisajes helados del extremo norte.

Quebrada por los viajes, recorre las peripecias del también protagonista de Río Escondido, primera novela de Altesor, ganadora del premio Posdata en 2000 y publicada ese año por Fin de Siglo. Pero si aquella incursión anterior en el género imitaba la estructura fluida y fluvial de su nombre (toda la obra se organiza en un único párrafo), en Taxi el proceso mimético es con el medio de transporte que la nombra. Con forma de diario, pautada por algunos de los días que van del 28 de octubre al 31 de diciembre de un año más o menos incierto (aunque reciente), la novela se diagrama en una serie de viajes que, en presente, traen a la memoria fragmentos que son, a la vez, sobreimpresiones.

En este sentido, los recuerdos, los paisajes y las personas de esos recuerdos se superponen a la realidad actual sin solución de continuidad, en una presencia virtual y omnipresente de la historia, pero no de la historia nostálgica ni de su idealización (ni para bien, ni para mal), sino de una historia conflictiva que se vuelve a vivir y niega, en un punto, la linealidad del tiempo. Los amores y los amigos del pasado, algunos ya presentes en la novela del 2000, y los del presente; los años de cárcel, los de estudio, los de guerrilla; todo contado en una primera persona que invita a jugar con la idea de autoficción (es sabido que el autor estuvo, de hecho, preso, que se exilió en Suecia, que estudió grabado, etcétera), se desarrollan, entonces, no con la linealidad que uno podría sospechar a partir de la disposición en entradas de diario, sino como en una superficie única, más cercana al collage o al plano sobre plano de algún cine experimental.

De este modo, Altesor alterna palabras e imágenes, como en otros trabajos (su último libro de poemas, El sur y el norte, editado por Yaugurú en 2012 con ilustraciones de Domingo Ferreira, es un ejemplo) y construye de ese modo un presente amplio (por utilizar el término de Hans Ulrich Gumbrecht) donde caben a la vez la fotografía (al modo de Nadja -1928-, la señera novela de André Breton), la transcripción literal de oralidad en forma de guion y la enumeración de acciones en una prosa salpicada, por un lado, de momentos de lirismo austero y eficaz, y, por otro, de un humor cínico y autoconsciente. Pero no sólo los tiempos se superponen, sino también los espacios. Así, con frases descriptivas muy simples como “Lentos copos de nieve, leves como las pelusas de los plátanos”, se anulan las distancias y Estocolmo se transforma por un instante en Montevideo, ciudad siempre al acecho y a la vez ausente, que es a la vez paraíso perdido y, en el recuerdo, también encarnación del infierno en la Tierra.

En esta dualidad, que es a la vez temática y de estilo, Altesor logra un trabajo delicado con una prosa precisa y connotativa, que -por medio de referencias y de la reflexión pura- es también un ensayo sobre el arte, sobre su lugar en la sociedad contemporánea y sus modos, e incluye, por ejemplo, profundos análisis de un aguafuerte de Rembrandt o comentarios sobre el género documental, que espesan las posibilidades de lectura. Porque, después de todo, la novela misma no es otra cosa que un proyecto artístico del que somos parte y al que se nos expone sin pedirnos consentimiento; un proyecto que, en una fingida arbitrariedad, corta un trozo de vida sin aparentes motivos, para desgranar ante nosotros una conciencia de forma torrencial pero siempre acompasada, con una depuración léxica que de algún modo recuerda, en nuestro entorno, a novelas como Se hizo de noche, de Roberto Appratto (2007).

Y es que, justamente, Taxi no se conforma con contar una historia, sino que a su vez reflexiona sobre la capacidad de la literatura para referir al mundo, e incorpora incluso un esbozo de “ficción dentro de la ficción” por medio de la novela de Alex, amigo íntimo (y figura del doble) de Fontana. Porque al final, más allá de lo anecdótico, la tensión es, en todo momento, entre un mundo (que, a falta de nombre mejor, llamaremos realidad) y las posibilidades de su representación; entre (por tomar la imagen que cierra la novela) el fuego y su reflejo en el agua.

La novela será presentada hoy a las 19.00 en Fundación Unión (plaza Independencia 737), con una mesa redonda en la que participarán el autor junto con Alicia Migdal, Hugo Achugar, Mario Sagradini, Marcos Ibarra y Nicolás der Agopián.

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