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Estados Clandestinos.

La fuerza de la historia

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40 años después, se exhibe un documental sobre los vuelos uruguayos de la Operación Cóndor.

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“Dicen que el Uruguay tiene instalada una base militar en territorio argentino. Parecería inadmisible que el gobierno argentino permitiese que, dentro de su territorio, fuerzas armadas de un país extranjero instalasen una base de operación, circularan por la ciudad armados, efectuaran un operativo, detuvieran personas y, finalmente, las pusieran dentro de un avión, las sacaran del país, y las condujeran al territorio uruguayo, en el mejor de los casos. Historias tan fantasiosas sólo pueden caber en la mente de un novelista”, afirmaba, desafiante, José NinoGavazzo en un comunicado oficial de 1976.

Como tantas veces, la realidad se impuso a la imaginación. En el barrio bonaerense de Floresta, el local donde antes funcionaba un taller mecánico -que llamaremos Automotores Orletti, como se ha impuesto hacerlo, aunque no era ese su nombre-, se había convertido en un centro de operaciones de represores argentinos y uruguayos, que allí se dedicaban a torturar, asesinar y desaparecer prisioneros en el marco del Plan Cóndor. En Buenos Aires, a mediados de 1976, militantes extranjeros comenzaban a ser secuestrados. Muchos uruguayos fueron a parar a Orletti en un operativo a cargo de Gavazzo, el también uruguayo Manuel Cordero y el argentino Aníbal Gordon. Luego se realizaron dos vuelos de la Fuerza Aérea uruguaya para traer a nuestro país, tan ilegalmente como habían sido capturados, a 45 de esos uruguayos -y hay sospechas de que hubo varios vuelos más, aparte de los traslados en vuelos comerciales-. El 5 de octubre, el segundo de esos trajo a 22 prisioneros que, hasta hoy, continúan desaparecidos. Según informó el periodista Roger Rodríguez en 2007 -y según lo aceptaron sentencias del Poder Judicial uruguayo-, esos cautivos fueron entregados por la Fuerza Aérea al Ejército y luego asesinados. El objetivo inicial de la operación fue desarticular al Partido por la Victoria del Pueblo (PVP), que había sido fundado en 1975 por exiliados uruguayos que vivían en Argentina, entre los cuales permanecen desaparecidos los dirigentes Gerardo Gatti y León Duarte.

Mientras en Estados Unidos -donde estaba a punto de ganar la presidencia Jimmy Carter- se comenzaba a estudiar la suspensión de la ayuda militar a Uruguay, en un balneario de Canelones se montó una de las grandes farsas de la dictadura: la del chalet Susy, donde se anunció que habían sido detenidos 62 subversivos “invasores”. En realidad, eran los secuestrados traídos en el primer vuelo.

“Creo que ellos la cagaron. Porque después de haber hecho tanto estropicio, dejarnos vivos... De niño no, pero con el tiempo fui recopilando cosas, y es obvio que yo te iba a terminar acusando. El miedo, en algún momento, se me iba a ir. Y la rabia me iba a compensar”, dice uno de los niños trasladados en aquel primer vuelo. Así comienza el documental Estados clandestinos. Un capítulo rioplatense de la Operación Cóndor, de la uruguaya Paula Monteiro y el catalán Marc Iglesias, que el domingo a las 15.30 se proyectará en el local de Orletti, y volverá a presentarse en Montevideo el viernes 15, a las 20.30, en el Cine Universitario. El film cuenta la historia de aquellos traslados ilegales, a partir de los testimonios de sobrevivientes y de hijos de desaparecidos. Además de la reconstrucción cronológica de la operación represiva, sitúa el contexto político uruguayo y el accionar político del PVP, así como el intento dictatorial de no perder la ayuda militar estadounidense. Así, se convierte en un conmovedor relato de aquella época, con aportes -algunas veces escalofriantes- de Sandro Soba, *Lolo * Mechoso y Victoria Julien, que fueron secuestrados junto a sus padres en Buenos Aires.

El comienzo

Los padres de Monteiro eran maoístas, y si bien emigraron a Buenos Aires por razones económicas, en 1976 el padre de Paula fue requerido, por lo que decidieron exiliarse en Barcelona. Allí conoció a Iglesias, mientras ambos estudiaban periodismo. Cuando se le pregunta a la hoy cineasta por el relato de sus padres sobre aquel tiempo, ella piensa unos segundos y responde: “Siempre les pregunté a mis viejos sobre esto. Ellos son muy uruguayos, y su casa en Barcelona es como un consulado uruguayo. Pero lo único que oí de Buenos Aires es que fue la peor época de sus vidas. Nunca me habían contado específicamente por qué. Cuando empezamos este trabajo con Marc, comenzaron a recordar cosas”.

Esta es la primera incursión en el audiovisual de la pareja, y el proyecto, que les llevó diez años, comenzó casi por casualidad. En 2006 vinieron de visita a Uruguay y leyeron el libro Tiempos de dictadura 1973-1985. Hechos, voces y documentos. La represión y la resistencia día a día, de Virginia Martínez. Les llamó la atención todo lo que rodeaba al secuestro de Gerardo Gatti, y que los militares hubieran pedido dinero por liberarlo.

Llegaron a hacer 24 entrevistas, y con la colaboración de personas de su entorno -argentinos, uruguayos, catalanes-, terminaron el trabajo. Cuentan que en la mayoría de los casos “las entrevistas fueron kilométricas, y las planteábamos bastante amplias, porque queríamos que nos contaran sus historias. Además de los hechos, nos interesaba el proceso político y cómo lo había vivido cada uno”. Dicen que fue “muy movilizante”, sobre todo por la conciencia del dolor acumulado durante tantos años. Además de que “había mucha gente que no había hablado entre ella”. Unos pocos no quisieron dar testimonio, pero la mayoría accedió a esta reconstrucción.

El episodio “es distinto a otros en los que, por lo general, hay sólo una o dos personas que zafaron. El montaje mediático del chalet Susy y toda esa historia del blanqueo era algo que también nos llamó mucho la atención: por un lado está la guerra mediática de los milicos y su montaje de la invasión, y por otro, las estrategias del PVP para la difusión de su programa, todo lo que era el plan de aparición, del que no se habla tanto. Dejamos por fuera esa guerra mediática, que era muy interesante, porque es muy fuerte lo que sucedió de marzo a diciembre en la operación represiva, y además se trata de una historia muy compleja, con escenarios que van cambiando, de modo que tuvimos que centrarnos para lograr un documental comprensible”, señalan.

Dicen que desde el principio sabían que era una historia muy delicada, en la que conviven distintas sensibilidades políticas. Por eso, para los realizadores era prioritario generar una historia que diera voz a todos, sin llegar a un relato partidista de los hechos. “Sentíamos que nuestra responsabilidad era con toda la gente que había hablado, con los testimonios. Por eso hicimos proyecciones privadas, para que todos pudieran verlo antes del estreno”. Naturalmente, hubo controversias, sobre todo por lo que implica rescatar la memoria histórica de los militantes de aquella época. “Se vuelven a reproducir discusiones que también se daban en aquel momento, a partir de perspectivas distintas, de cómo cada uno decide contar y de qué enfatiza. No es algo propio de este grupo militante que dio origen al PVP, sino de la izquierda en general. Y no sólo de la uruguaya, se repite en distintos procesos de transición entre dictadura y democracia. También está la cuestión de cómo se digiere o se concibe, desde el lugar en el que está cada uno 40 años después, la experiencia de los grupos de izquierda que plantearon acción directa revolucionaria”.

Otros centros de acción política

Iglesias destaca que en Barcelona confluyeron exiliados uruguayos, argentinos y nicaragüenses, entre otros, y la capital catalana se convirtió, a fines de los 70 y principios de los 80, en un importante centro de acción política contra las dictaduras latinoamericanas, mediante colectivos que en su momento eran muy potentes, y “tenían mucha presencia en la vida social de la ciudad, generando que muchos catalanes se acercaran y se identificaran con esa lucha. Entonces, aunque parezca que estamos muy lejos, la diáspora también determinó que esa realidad se volviera muy cercana”.

Para los directores, la inclusión del testimonio de los hijos fue, por un lado, una forma de acercar la historia a los jóvenes y, por otro, fruto de la necesidad de recordar que aquellos niños también fueron secuestrados y trasladados, involucrados a la fuerza en el conflicto en el que participaban sus padres. Así, ambos consideran que era una buena oportunidad para que ellos pudieran contar sus propias historias. “De algún modo es un reconocimiento -dice Monteiro-. Y son tres personas que cuentan sus experiencias desde lugares muy distintos”. Agrega que, en función de la estructura del documental, consideraron obligatorio incluir todo el episodio de las detenciones de setiembre en Buenos Aires y el segundo vuelo, acerca del cual no hay voces de víctimas excepto las de los entonces niños y las esposas de algunos desaparecidos. “Como la idea era que todos hablaran en primera persona, excepto Roger [Rodríguez], que es el periodista, los que eran niños cuando ocurrieron los hechos estaban muy presentes. Después de hablar con ellos, enseguida nos dimos cuenta de que sus testimonios eran muy potentes, porque demostraban algo que a nosotros nos parecía muy importante, y es eso que se ha repetido muchas veces, de que no es cierto que esta historia vaya a terminar cuando mueran los viejos. Y esta es la demostración directa de que esa historia no quedó anquilosada en la gente mayor. Además, se trata de un discurso que en España también se repitió muchas veces. Hay ciertas semejanzas inquietantes entre la transición española y la uruguaya, que allá muchos toman como modelo político en lo positivo -o en lo que les parece positivo-, pero que arrastra los mismos problemas, por ejemplo el intento de cerrar en falso historias y heridas que no han sanado. Los que eran niños a fines de los años 70 fueron tomando fuerza, y la verdad es que, para nosotros mismos, terminaron significando el relato que más nos llegó”.

*Estados clandestinos * no consiste en una objetivación deshumanizada de los hechos, sino que implica la representación del horror, de la violencia en los vínculos, en los cuerpos. Y así sigue demostrando que la memoria y los restos son humanos, y que, como tales, tienen un destino en su propia humanidad, por medio de la palabra, la memoria colectiva y la denuncia. Y de una lucha contra la impunidad que perdura.

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