Todo sucede en el vestuario de un estadio durante un partido de fútbol. Allí descansan dos animadores con trajes de gato -las mascotas oficiales del equipo- mientras esperan el entretiempo. Interrumpe su charla un jugador que abandonó la cancha de motu proprio. Tras él llega, desencajado, el director técnico. Con un humor certero y constante, esta obra discurre entre distintas propuestas estético-ideológicas, con una trama delirante: el futbolista (Leandro Núñez) justifica su renuncia a partir de la física cuántica y la paradoja del gato de Schrödinger aplicada a la vida cotidiana (más que nada, por una serie de videos sobre el tema que lo desveló en Youtube); el entrenador (Juan Antonio Saraví) está al borde del colapso, y uno de los dirigentes (Levón) parece más angustiado por su separación y las técnicas de shiatsu que por lo que ocurre su alrededor. En el vestuario se enfrentan otros mundos: zombis, la barra brava de Boston River, el anarquismo, Niels Bohr, Max Planck y clones insospechados. La única esperanza es que en otro universo -como propone Schrödinger- algo mejor esté sucediendo con cada uno de nosotros.
El gato de Schrödinger *es el segundo texto de Santiago Sanguinetti que adapta la Comedia Nacional, y el debut del dramaturgo en la dirección del elenco. Nos reencontramos con tensiones y provocaciones, referencias intelectuales y populares, desde las que detona la obviedad y el lugar común. Ya en la primera entrega de la *Trilogía de la revolución (Sobre la teoría del eterno retorno aplicada a la revolución del Caribe, 2012), un personaje decía sobre los haitianos: “Son comunistas, Ernesto. Y atrás de ellos, una horda de zombis bolcheviques con acento cubano y ojos achinados. Están formando un ejército de rojos del más allá, mierda. ¿No te das cuenta? Van a invadir América Latina empezando por acá, por esta isla de negros de mierda. Esta vez es en serio, la puta madre. Una horda de muertos-vivientes marxistas-leninistas chupaculos de Mao”.
En El gato... todo transcurre a partir de la incontinencia verbal, la histeria y la violencia, y el elenco -Fernando Dianesi, Diego Arbelo, Andrés Papaleo y Enzo Vogrincic- alcanza un altísimo nivel. La extensión de la puesta genera que el logrado delirio se resienta, y que aquello que nos sorprendía de los personajes (como la vehemencia de Saraví, y el gran papel de Núñez, que lo distancia de interpretaciones anteriores) caiga en la reiteración. Aun así, es un espectáculo inusual para la Comedia -lo que se celebra-, y una muy buena entrega del mundo discursivo de Sanguinetti. En el momento límite, todos intentarán adaptarse y encauzar decisiones; mientras el espectador se lo toma con humor, ellos sobreviven.